jueves, 20 de enero de 2011

EL FISGON. Rigurosamente vigilados

Por Daniel Briguet . - .
1 - ABRIENDO EL BOLSO. La escena apenas se destaca en el tráfico de la mañana. Al costado de un boliche de reciente instalación en el barrio, junto a lo que sería una puerta lateral, un hombre uniformado, habitualmente encargado de recibir a los automovilistas que llegan a ordenar el estacionamiento de sus coches, revisa el bolso de una de los dos chicas paradas frente a él.
Mi visión es fugaz y en los segundos que siguen, trato de llegar a una conclusión, sin que esto afecte el normal funcionamiento de mis neuronas. La lectura que hago del cuadro anterior es simple pero muy probable: por la hora -poco después de las ocho de la mañana- las chicas bien podrían ser encargadas de la limpieza del local y lo que hace el guardia polivalente es constatar que no lleven guardado o escondido algún objeto que no les pertenece. Es, convengamos, un registro sencillo pero tiene sus bemoles. En principio porque coloca a dos trabajadoras en la categoría de sospechables, de la que solo pueden salir dejando ver el interior de un receptáculo -bolso o cartera- que bien puede incluirse en la esfera de su intimidad. Otro bemol asoma a la noche, en el programa de radio, después que cuento la anécdota. Una oyente comenta su experiencia al respecto en negocios grandes y supermercados, en calidad de cliente, y la persistencia con que se resistió para mostrar el interior de su bolso hasta lograr que la dejaran pasar sin que la requisen. Alude, de paso, a lo ilícito de una operación semejante, no contemplada por la ley. En cualquiera de los casos, algo es comprobable: las relaciones de convivencia -incluidas las laborales o comerciales- se sustentan en un margen de confianza mutuas. Cuando ese margen desaparece, una de las partes estará obligada a la vigilancia permanente de la otra. O, dicho en otros términos, si la patronal decidió mirar una vez el interior de los bolsos, deberá hacerlo todos los días. Esta es la tonalidad del tiempo que atravesamos. Tiempos de desconfianza generada por la dichosa inseguridad, que es una sensación aunque muchos sostengan lo contrario (Otra cosa es afirmar que esa sensación se nutre de hechos fundados) .

2 - UNA CUESTION DE IMAGEN
La chica del bolso expuesto podría volver a la condición sospechable si, después de dejar su trabajo, pasara frente a un centro comercial provisto de cámaras orientadas hacia fuera. Con ropa de fajina y un color de piel que remite a cierta procedencia, resultaría un motivo más atendible que las elegantes mujeres, de impecable look y bronceadas con rayos de cama solar, que pasean a su alrededor. Un alma inocente dirá que la honestidad de una persona no debe medirse por el color de su piel ni la calidad de su atuendo y tendrá toda la razón. Pero su razón olvidará que los sistemas de video vigilancia no registran personas sino imágenes y la información que recogen es la que pueden extraer de los reflejos que se deslizan por el monitor. Movimientos, por supuesto, pero también diseños y gestos que remiten o no, a una disposición delictiva. La discriminación es siempre una cuestión de imagen y empieza aquí o en el chico que por su aspecto no puede sortear la entrada a un boliche o en aquel que es detenido por simple portación de cara. La imagen de los posibles sospechosos deviene estereotipo, alrededor del cual giran expresiones como “villeros” o “negros de mierda”.
Y los estereotipos son un factor de riesgo porque crecen más allá de la distinción entre culpables o inocentes. Lo que habría que preguntarse es si las cámaras vigilantes no contribuyen, antes que a una reducción del delito, a reafirmar la línea que separa a la presunta gente decente de los que no lo son.

3 - ¿VIGILAR O CASTIGAR?
El auge de la videovigilancia es un fenómeno de reciente data. Antes fueron los sistemas de alarmas sonoras en sus distintas variantes, hoy cristalizados en una cadena de baterías que semejan a los guardianes mascotas. Ladran en cualquier momento, lo cual no constituye una garantía de seguridad. Los perros ladran de modo indiscriminado porque han perdido el instinto y las alarmas suenan sin fines preventivos porque se ha comprobado que distintos estímulos -y no solo la presencia de extraños- pueden ponerlas en movimiento. El control mediante cámaras surge como una opción superadora a partir de un dato que sus promotores pasan por alto: los índices de inseguridad se mantienen y es necesario acercar nuevas propuestas para reducirlo. La efectividad se medirá en la aplicación misma aunque los citados promotores se olviden de remarcar que el control del campo visual debe ser completado con la intervención de alguna fuerza de seguridad. De lo contrario sucede lo que puede verse en algunos telediarios. El robo se cumple minuciosamente y es filmado al detalle, los ladrones dicen “bye, bye” y la película termina sin un final feliz (para las víctimas).
Esto si las cámaras están instaladas en un circuito cerrado. En la filmación hacia fuera, que parece ser la última modalidad, la apertura constante de las lentes deriva en una réplica del mundo real, a un costo no menor, incluyendo motivos indignos de ser filmados. ¿ Será que el propósito de los sistemas de vigilancias es literalmente vigilar y no castigar?

4 - UN MODELO INSEGURO
El auge de la ola delictiva -el real y el mediático- ha generado el negocio de la inseguridad y también un sistema de oposiciones diferente en el campo cultural. Tecnologías de vigilancia y prevención, agencias de custodios privados, afinación en el diseño de cajas y dispositivos de cierre pertenecen al primer rubro. Es un sector dinámico que se renueva y que no está interesado en un mundo muy seguro (Los telediarios y la secciones Policiales de los diarios tampoco lo están, por otros motivos).
En cuanto a las oposiciones, lo que el discurso informativo y las maniobras de prevención trazan a menudo, es un espacio exterior o un “afuera” donde acecha el peligro. Exterior en sentido físico pero sobre todo simbólico, ya que su connotación es ajeno o extraño a la sociedad constituida. En ese espacio habitan los malvivientes y los mayores enemigos de la seguridad que, en buen romance, significa integridad físicas y propiedad privada. Importa reducirlos pero tanto o más importa reconocerlos y mantenerlos a raya, de modo que cada cruce de ellos resulte una irrupción.
¿Es exagerado decir a esta altura que esa cultura excluyente es, sin hablar de causas estructurales y socioeconómicas, la principal generadora de inseguridad?
La chica que debe mostrar su bolso, el chico que no puede entrar a un boliche, el ladrón atrapado visualmente por la cámara, forman parte de una franja común, más allá de sus obvias diferencias. Cualquiera de ellos está en situación de ser un desconocido que luego se convierta en extraño y finalmente en sospechoso. La inseguridad, en este marco, es el cúmulo de sensaciones que los partidarios de la mano segura y la vigilancia a ultranza necesitan para continuar su prédica. Y esto no ocurre en la periferia sino en el centro del sistema.
Algunos observadores lo llaman modelo de exclusión.

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