jueves, 20 de enero de 2011

ARQUEOLOGIA URBANA. Planchas, aviones y mazas de madera

Investigación: arq. Gustavo Fernetti | Profesor de la Escuela Superior de Museología de Rosario | Imagen: Diego González Halama . - .
Industria es una palabra que no siempre significó lo mismo. La vieja acepción colonial daba a la palabra el carácter de trabajo, labor, y así un tipo industrioso era el trabajador, el hábil. Las cosas cambiaron.

Vacas y fierro
Con la llegada del capitalismo, dentro de la denominada Segunda Revolución Industrial (y recuerde el memorioso lector sus libros más arcaicos) la industria pasó a ser la rama de la actividad económica destinada a la producción de manufacturas (otro término bastante viejito).
Esta industria inicial, desarrollada desde mediados del siglo XIX, dado que estaba fuertemente vinculada a lo agropecuario, se ocupaba -precisamente- de abastecer de arados, rejas, tridentes, alambre, bisagras, bretes, palos, carretillas, y demás perendengues a las activas ramas del cultivo y la ganadería.
A la vez, toda una clase social estaba muy vinculada con ambos modos productivos; una especie de oligarquía basada en la agroexportación se veía abastecida de estos productos bastante toscos por otra, una clase media baja, de “industriales” que, bien mirados, eran unos gringos tiznados y con una fragua. Esta “paleoindustria”, que abarcaba ladrilleros, ceramistas, herreros, caldereros, toneleros y carpinteros suministraba también elementos a las ciudades, ocupando breves nichos que dejaban los siempre presentes e impíos ingleses. A veces alguno venía a comenzar aquí sus industrias, y Mister Malcolm Ross fue uno de ellos.
Esta forma de industria fue rápidamente vista como muy limitada.
El capitalismo necesita consumo para generar dinero, y a la vez, ese dinero debe ser aplicado para producir más mercancías. El objetivo, en el fondo, no es producir, sino saber qué producción necesita dinero para obtener más. El refrán -bien de barrio- “la plata llama a la plata” es, para un capitalista, una verdad iniciática, una sentencia de oro y una obligación. Por ese entonces, 1880, surge don Ernesto Tornquist, que tiene un ojo de halcón para estas cosas y realiza un acto inteligente: ocupar cada nicho productivo, pero vinculando los nichos entre sí.
En ese momento se produce un quiebre en la historia de la industria. En una época en que los ingleses no nos dejaban producir trenes, porque los hacían ellos. Nace el holding, y don Ernesto produce cosas “que no se fabrican acá”: inodoros de cerámica Ferrum, cocinas de fierro Tamet y azúcar La Argentina, tal vez mientras el lector lee cómodamente esta revista esté sentado en un producto de una de estas viejas fábricas de Tornquist. Muchas fábricas con control único.
Los industriales se dividen en dinámicos y estáticos; los primeros diversifican su producción, o migran a otra según vean el provecho; aplican la máxima “divide y vencerás” en otro sentido.
Los segundos tratan de aumentar la producción, en base a un consumo, sin variar el producto.
Con el tiempo, el empresario “dinámico” se ve frente a una sociedad conservadora. La gente de dinero, que puede canalizar inversiones, se encuentra abocada a sus privilegios, basados en el usufructo del campo. No desea, naturalmente, un cambio de las cosas, porque equipo que gana, no se toca. El empresariado dinámico se va reduciendo a holdings poderosos.

Se viene la maroma
La crisis del 30 fue una crisis capitalista.
No se podían colocar todos los productos que se fabricaban. Como se decía en la época, las cosas estaban baratísimas, pero no había un mango para comprarlas. Al ser más caras (incomprables) las mercaderías importadas que las nacionales, quedaba un nicho importante para producir telas, zapatos y sombreros, por ejemplo, que antes eran ingleses, si se me disculpa el término. La baratura era esencial, y muchos productos eran “fatto in casa”, así que era esencial ofertar bienes imposibles de hacer en el hogar. Ni pensar en camisas: hay que pensar en tela.
Comienza en los 30 la Industria Argentina, heredera del siglo XIX, del capitalismo dependiente agroexportador, industria conservadora y ventajera, si las hay.
Con este estado de cosas, los empresarios argentinos se volcaron, exclusivamente, al consumo interno, exportar estaba hecho para las vacas. Multitud de productos se fabricaban, a bajo precio, para que la gente se vistiera, comiera, bebiera o se divirtiera. Productos extranjeros se copiaban literalmente y sin escrúpulos. Surgen empresas monstruosas, como Alpargatas, Grafa, o el holding Bemberg, con las fábricas Quilmes o Algodonera Argentina; miles de productos más o menos dignos invaden el almacén, jabones, tela, vino, latas, escobas, detergente. Surgen los talleres barriales, a veces en una casita, un galpón, un terreno, a los mazazos, burdamente.
Comienza una actividad industrial importante, que generó una masa obrera inmensa. Perón sabrá aprovechar esa masa para apoyar su proyecto político. La esencia del peronismo -cree el que esto escribe- es la masiva transformación de una masa proletaria en una masa de clase media. Miles de personas pudieron acceder al consumo de lustradoras, radios y vacaciones en el hotel sindical, trabajando en empresas pequeñas, pero con la producción encuadrada en ramas específicas, esto permite “organizar” tanto empresarios como obreros.
Sobre todo a la hora de acceder a créditos, los empresarios cabalgaron en ese estado de cosas, un gran porcentaje de gente adquirió sus primeros bienes durables en la época peronista. Fue entonces cuando el empresariado comenzó a pensar de otra forma. El peronismo nunca fomentó la industria pesada (fabricación de aluminio, por ejemplo) ya que su “modelo” era el de producir bienes para el consumo interno, para usted y para mí.
Esto generó, fatalmente, un nuevo empresario estático, especulador, ávido de prebendas políticas, y que no deseaba fácilmente cambiar las tornas, porque, nuevamente, equipo que gana, no se toca.
Las consecuencias se resumen en productos eternamente iguales a sí mismos, conceptualmente hablando.

Pater Familias
La época peronista implicó el auge del pequeño y mediano empresario. En ese momento se decidió el destino de generaciones enteras, que dedicarían -interponiendo el apellido a la marca- la vida de los padres, hijos y nietos en la producción de bienes. Muchos de ellos imitaron la forma de vida de las clases más tradicionales.
Una de las formas más simples -esto es una hipótesis- de evitar la disputa familiar y la consecuente dispersión, era la de ocuparse de una única rama exitosa de la producción. Así, una familia se dedicó a producir planchas, pero para impedir que los conflictos repercutieran tanto en la producción como en el ámbito familiar, esas planchas debían seguir siendo planchas, porque equipo que gana, no se toca.
Esto produjo una consecuencia nefasta, desde el punto de vista tecnológico. Comenzó un conservadurismo comercial que hacía muy difícil los cambios productivos y la adaptación a nuevas épocas. El paternalismo industrial empezaba en Argentina.
Con esta forma de pensar, se considera irracional toda inversión o cambio, dados los riesgos de un país inestable. La vieja plancha a carbón podía cambiar de forma, materiales o tamaño, pero según esta manera de pensar, la gente seguiría planchando de esa forma, al carbón.
También se formó una camada empresarial que diversificó la producción, al costo de trasformar su empresa “en otra cosa”, como suelen decir los viejos empresarios familiares, ya jubilados. Los hijos y nietos avanzaron por terrenos de la tecnología, cambiaron logotipos, afrontaron riesgos, y sobre todo buscaron las ventajas que su época les brindaba; sobre todo el ansiado “crédito blando”, una forma de decir “las últimas cuotas son monedas”. Muchos se separaron, peleados con la familia, por estas “locuras de juventud”.
Con la llegada del neoliberalismo en la década del 80, las cosas se pusieron difíciles. El molde rígido del empresariado no concebía, en muchos casos el cambio necesario, y los fabricantes de paraguas, pelotas de fútbol y camisas debieron cerrar, ante el aluvión extranjero; las marcas chinas, brasileras o de las multinacionales hiper-tecnificadas producían a un costo bajísimo cada unidad, con máquinas que los empresarios difícilmente hubiesen adquirido, “por las dudas”. La desindustrialización feroz, un fenómeno propio del neoliberalismo “arcaico” de los 80, sólo dejó empresas firmes, capitalizadas, ocupando nichos específicos. Muchas se adaptaron, con familias enteras maldiciendo, produciendo y especulando en dólares.
Los nichos productivos se defendieron con los dientes, si es que había algún competidor, y el refugio habitual fue la calidad, o la fidelidad comercial. La hiperinflación congelaba toda producción, y no fue raro el empresario que pagaba sueldos para no despedir gente, evitarse indemnizaciones (ya rebajadas por Domingo Cavallo) y así conservar mano de obra muy especializada. Para estos empresarios, el futuro era siempre igual, no había diferencias con el pasado.
Esta forma de pensar caló hondo. La mentalidad técnica del “empresariado chico” es fundamentalmente artesanal. No es raro ver al dueño de una empresa tomar él mismo una herramienta y decir cómo deben hacerse las cosas, porque él ha visto hacerlas desde niño, y muchos de los obreros no. Hay una “empatía” con el material, pero no existe la misma empatía con el consumidor, o con el obrero. Estas personas son mala gente que quieren robarle, y no es raro escuchar que la gente “no sabe lo que quiere” o que “traiciona calidad por precio”.
Recién en el siglo XXI, los empresarios de cuarta generación ven en herramientas como Internet, Autocad o la tercerización de la planificación, herramientas importantes para aumentar las ventas, y la mano de obra especializada se considera un capital.
Sin embargo, ciertos rasgos perviven. En épocas de “viento de cola” como suelen decir algunos opositores al apogeo del actual gobierno peronista, la producción sigue los cánones de los años 90. Invertir es arriesgado, comprar materiales, peligroso, aumentar las horas hombre de trabajo, una locura. Por otro lado, reclaman subsidios, créditos blandos y una cierta complacencia impositiva. La producción aumenta con un techo económico, que ha sido generado por una economía de un siglo, con una mentalidad cortoplacista, desarrollando resistencias importantes a la innovación o el simple cambio. La industria, antes que intensiva (a lo Tornquist) se vuelve extensiva; hay que producir para vender más, pero sin cambiar la infraestructura, ni el target, ni el estilo de vida. La oferta se hace “corta” para una demanda grande. En un sistema capitalista, la ley del mercado implica que a oferta corta y gran demanda, precio alto.
Así que no es de extrañar que una parte importante de la inflación degenere por esta forma de producción limitada por los recursos de siempre. No es extraño que por aumento de precio del tornillo de una silla, se eleve el mismo porcentaje la silla toda.

Esas malditas mazas de madera
En la fábrica de aviones de Córdoba, se producía bajo licencia el avión yanqui Curtiss 75. Mientras en Estados Unidos las puntas de las alas se fabricaban con una máquina específica, patentada por un tercero, en Córdoba se manufacturaba a mazazos sobre un molde de madera.
Esto significaba, para una sola parte del avión, tres fábricas: la yanqui, la que fabricaba la máquina para la punta y la cordobesa. Sólo se tuvieron en cuenta dos: la otra fue reemplazada por un hombre con una maza.
El Curtiss se hizo igual, por lo que fue un éxito productivo. Pero desde el punto de vista mental, fue un fracaso. Se suponía que ese avión -detalles más o menos- podía ser fabricado por cualquier papaguachas. También esto modeló la idea que la construcción de aviones no es tan difícil, después de todo: la comparación con el admirado San Martín y su cruce de los Andes con ropa invernal “fatto en casa” es inevitable.
Pero en el caso del Curtiss, no se contemplaba el diseño, la tecnología, la rápida producción en caso de guerra y qué hacer con la planta cuando estuviese ociosa en tiempos de paz. Ya se vería.
El empresariado argentino es complejo, como para describirlo en una sola nota.
Aunque no se lo puede separar de la sociedad argentina, a la que ha modificado hasta lo cultural. Mucha gente ve al empresario (sobre todo familiar) como ventajero, cerrado y avaro. Desde un punto de vista económico, el empresariado ha forjado un tipo de producción específica, adaptada culturalmente al consumo interno. Desde el punto de vista cotidiano, barrial, el empresario es una persona cerrada y conservadora. No puede ser separado de la histroa de las clases medias argentinas. A veces, el empresario vive en el barrio y comparte la misma máxima: equipo que gana, no se toca.
Aunque se pierda.

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