martes, 2 de noviembre de 2010

CUENTOS. DE OTROS TIEMPOS

Por David Kalusky | 92 años . - .
El autor de este cuento nació el 21 de septiembre de 1918 en un pueblito de nombre Ubajay en la pcia. de Entre Ríos, pero no se cansa de afirmar a quienes quieran escucharlo, y a los que no, que es más rosarino que Olmedo, porque habiendo sido traído a los dos años, lleva en esta bendita ciudad muchos más años que los que vivió el pobre Alberto| Haciendo gala de la fanfarronería a la que suele acudir cada vez que hace falta, dice que esta aptitud para la literatura ya la manifestaba de niño. | Este don de la naturaleza lo aprovechó Kalusky para escribir cuentos, sólo que se tomó su tiempo. Empezó a escribir cumplidos los 80.
¡Qué suerte la de los hombres de los tiempos bíblicos! Dios bajaba del Cielo a cada rato, y era como de la familia. Muchas veces se quedaba a jugar a las bochas y cuando empezaba a oscurecer se despedía con un consabido: “Hasta mañana si Yo quiero” (chiste robado de Dalmiro Sáenz; ignoro si éste lo robó a otro).
Dios era muy bueno. Bueno como el pan (un pan de Dios) Naturalmente toda la gente lo adoraba.
Pero Dios tenía un defecto: le gustaban excesivamente las alabanzas. Y tanta adulación, tanta reverencia, terminó por subírsele a la cabeza. Así que se le dio por amenazar a los que no eran muy demostrativas de su pleitesía. Pero no con castigos chiquitos, como pudieran ser unos coscorrones en la cabeza, o unos chirlos en la cola, o dejarlos sin postre. No. Los castigos que Dios prometía eran eternos: el fuego eterno, el sufrimiento eterno, la condena eterna.
Claro que los pobladores le tenían tomado el tiempo y el que pensaba pedirle algo comenzaba por halagarlo incansablemente con elogios y ponderaciones de todo tipo, como por ejemplo: “¿Qué se siente al ser tan Omnipresente?” “Hoy se te nota más Todopoderoso que ayer” “Qué honor estar junto a un Ser tan Supremo” y cosas así.
Uno de los que a fuerza de halagos estaba más en gracia de Dios era Josué, que comandaba una tropa que estaba en guerra con los filisteos y necesitaba que el día se prolongara lo suficiente como para acabar una batalla que ya estaba ganando. Entonces le pidió a Dios que detuviera por un rato la trayectoria del sol, a lo cual Dios accedió.
¡Pobre Dios! Había olvidado que en la sucesión de los días y las noches el sol no tenía nada que ver, sino que era consecuencia del movimiento de rotación de la Tierra. Eso lo tuvo que redescubrir por sí mismo al ver que no obstante tener retenido al sol, la oscuridad seguía avanzando. Entonces soltó al sol y paró la rotación terrestre. ¡Pobre Dios! También olvidó que la Tierra rota a más de dos mil kilómetros por hora y que una frenada en seco a esa velocidad podía arrancar a las montañas de sus cimientos. Lo cierto es que ciudades enteras volaron por los aires y por no citar más que dos casos de los más conocidos recordaremos que Londres, que estaba en Suiza, fue a parar a orillas del Támesis, al sur de Inglaterra y que Sevilla, una tranquila población de los Emiratos Árabes, aterrizó en Andalucía, donde todavía se encuentra.
Pero lo importante es que Josué pudo contar con las dos horas adicionales de claridad que necesitaba para derrotar a los filisteos.
Un día en que nadie lo trató ni siquiera de Caritativo o Misericordioso Dios se enojó tanto que los trató a todos de degenerados, drogadictos, barrabravas y que sé yo cuantas cosas más, y les anticipó que los iba a castigar con una lluvia de cuarenta días en la que ni los perros iban a quedar vivos. El único que se iba a salvar era Noé, que por lo visto era el único que se portaba bien. Noé y su familia.
Conocedor de este propósito del Señor, Noé calculó que a razón de cuatro metros por día, el agua iba a alcanzar una altura de ciento sesenta metros, lo que pronosticaba que, con excepción de los peces, no iba a quedar bicho viviente sobre la Tierra. Entonces, confirmando su fama de buena persona, se dedicó a construir un enorme cofre de madera (conocido posteriormente como El Arca de Noé) en el cual iría metiendo una pareja de cada una de las dos mil millones de especies distintas que habitaban la Tierra.
Aunque era modesto por naturaleza, acariciaba con simpatía la idea de que ese acto le valdría ser reconocido como el preservador de la vida en la Tierra.
Mientras Noé y los suyos se dedicaban a reclutar parejas de animales por todo el mundo, tarea que les insumió más de dos semanas, Dios estaba dedicado a trasladar al cielo, en forma de nubes, toda el agua del Mediterráneo.
Cuando llegó el día y la hora señalada Dios abrió la canilla y el agua comenzó a caer a baldazos. ¡Qué manera de llover! ¡Parecía un diluvio! Llovió sin cesar durante cuarenta días y cuarenta noches.
Cuando paró, Noé se asomó por la escotilla para ver si había atracado en la cima del Monte Ararat como estaba programado.
¡Pobre Noé! Se ve que nadie le había explicado que el agua de lluvia no se amontona sobre la superficie donde cae sino que se va escurriendo hacia las zonas más bajas hasta alcanzar el nivel del mar. Vale decir que cuando se asomó vio que el agua tenía una altura de aproximadamente un metro ochenta y descendía rápidamente y que el Arca prácticamente no se había movido del lugar donde había sido construido, en las afueras de Jerusalén. A todo esto, el Mediterráneo ya había recuperado casi todo su caudal. La gente comenzaba a descender de las azoteas, con sus bolsas de dormir y sus heladeras de telgopor. Noé y los suyos estaban desolados. ¡Adiós sus sueños de convertirse en salvadores de la humanidad!
Cuando el agua terminó de escurrirse abrieron las compuertas de par en par y los animales comenzaron a salir, también de par en par.
Los primeros en salir fueron los tigres, que después de otear el aire enfilaron hacia la India. La segunda pareja fue la de las jirafas, que salieron trotando de regreso al África. Después salieron los lobos, que rumbearon hacia Siberia. Luego los canguros que volvieron a Australia. Después los carpinchos, que se dirigieron a Sudamérica, y así sucesivamente. Los últimos en salir fueron el par de marmotas, que no sabían para donde agarrar.
Cuando el Arca quedó vacía, Noé y los suyos comenzaron el desguace. Convirtieron la nave en astillas, y para que la pérdida no fuera absoluta, se dedicaron a fabricar escarbadientes.
Por eso resulta conmovedor el empeño de esos millonarios norteamericanos que cada tanto organizan una expedición al Monte Ararat para ver si descubren restos del Arca; y lo más gracioso es que van a terminar por descubrirlo, porque el dinero todo lo puede.
Un día estaba Dios leyendo la Biblia, cuando cayó en la cuenta de que todos sus contactos con seres humanos se habían circunscripto a individuos pertenecientes a la raza hebrea. Entonces encontró lógico y natural designarlos El Pueblo Elegido.
Pero fueron tantas y de tal magnitud las calamidades que a partir de allí se abatieron sobre el pueblo elegido (Éxodo, Diáspora, Antisemitismo, Persecuciones y humillaciones de todo tipo, Pogroms, Holocausto) que hace ya muchas décadas que los judíos que van a recitar sus oraciones ante el Muro de los Lamentos agregan este ruego a sus plegarias: “Y te rogamos, Dios del Cielo, Dios querido, Dios misericordioso, que nunca más bajes a la Tierra. Total ¿para qué? ¿Para hacerte mala sangre? ¿Para ver cómo la gente se pasa tus Diez Mandamientos por los glúteos? ¿Para ver cómo se le niega a la mujer el derecho a decidir si va a parir o no a su propio hijo? ¿Para ver cómo el que siempre triunfa es el malvado? Mejor consérvate en el Cielo, donde eres indiscutido Amo y Señor, pero si a pesar de todo no resistes a la tentación de volver a visitarnos, te rogamos encarecidamente, te imploramos desde el fondo de nuestros corazones: ¡no nos vuelvan a elegir!”

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