Por Carlos Del Frade .
Postales de la cápsula espacial .
La Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación acaba de publicar que se redujo el número de personas que sufren hambre en el planeta: de 1.230 millones a 925 millones. El director del organismo, Jacques Diouf, aseguró que igualmente es una cifra “inaceptablemente alta” y volvió a remarcar que el objetivo del milenio es reducir a la mitad la cantidad de personas que sufren hambre en el planeta. Una vez más, la mayor cifra de hambrientos se verifica en la región subsahariana de África. En América latina, en tanto, hay 52,5 millones de personas que tienen hambre. Una obscenidad. Pero más allá de estos datos, hay informaciones que muestran el andar del mundo de acuerdo a las reglas del sistema. A pesar de los pesares, sin embargo, los mineros chilenos que resisten a setecientos metros de profundidad ofrecen una fenomenal metáfora de rebeldía y, por lo tanto, de esperanza.
Los invisibles
La vida no es bella para casi un millón de pibas y pibes italianos.
No hay forza en sus existencias.
Tanta obscenidad, prostitución masificada, corrupción cotidiana y absoluta subordinación a las leyes del capitalismo, convirtieron en una cáscara vacía aquella posición de sexta potencia del mundo que hasta hace poco mostraba la península a todo el planeta.
La fiesta, una vez más, era para pocos.
Quizás el mayor síntoma se vio en el mundial de fútbol donde la selección azurra se despidió con mucha pena y ninguna gloria en la primera ronda del torneo que había ganado cuatro años antes.
Muchachos a los que costaba encontrarles algún nervio donde reconocer la famosa garra de los pibes italianos de antaño.
Si el fútbol es pasión de multitudes quedaba claro que las mayorías italianas resumían un profundo malestar en esos atletas que supuestamente las representaban.
La ostentación de Berlusconi es la impiadosa demostración de una decadencia largamente anunciada.
El problema es que los costos son pagados por los más jóvenes, como siempre.
Son 908 mil jóvenes que tienen entre quince y veintinueve años que no trabajan ni estudian ni buscan empleo.
Los llaman los invisibles.
Apenas aguantan el presente. No hay pasado ni futuro.
No hay nada colectivo que los envuelva ni palabras que les transmitan alguna esperanza.
Existe una organización llamada Confartigianatto que nuclear a diversas pequeñas empresas italianas que uno de cada seis muchachos está fuera de cualquier actividad.
La mayoría de esos pibes italianos excluidos están en el sur empobrecido, una característica de la historia política y económica de la península.
-Le comenté a un amigo que mirando a estos jóvenes apáticos no veo un futuro. Esta es una generación que vive en la inercia, pero que mañana, cuando mamita y papito no estén, probablemente no sabrán ni siquiera atarse los zapatos. Estos números no son un caso estadístico, sino un verdadero desastre generacional del cual sólo tienen la culpa los padres. No han acostumbrado a sus hijos al trabajo y al sacrificio, tanto en el estudio como en el trabajo – dice la voz de un supuesto investigador sin demasiada profundidad que ha aparecido en los medios de comunicación de Europa.
El casi millón de invisibles italianos repite la consecuencia de un sistema que desde hace años descarga su furia contra aquellos que tienen la necesidad de protagonizar cambios políticos y culturales casi por una cuestión biológica, contra las chicas y chicos menores de treinta años.
Los que están visibles ensayan imposturas e hipócritamente se rasgan las vestiduras frente a sus jóvenes mientras abundan en su perverso y exacerbado individualismo televisado.
Pero el futuro no está cerrado para los invisibles italianos.
Habrá que recordar que desde los también llamados excluidos del imperio romano hace más de dos mil años amaneció un movimiento que hasta el día de la fecha sigue predicando por la justicia y la solidaridad. Lo lideraba un muchacho desconocido de una de las tantas provincias de aquel imperio.
El pibe se llamaba Jesús y era, por aquellos días, un invisible.
Fuente: La Nación 22/8/2010.
Ocaso del imperio
Cuando se vive sin sentido, se mata sin sentido.
El imperio vive matando.
El imperio vive sin sentido.
Manda a sus jóvenes a vivir por el estilo de vida norteamericano.
Es decir que el imperio manda a sus muchachos a matar en nombre de la libertad, la democracia y Occidente.
Estados Unidos mantiene su hegemonía mundial inventando guerras, desplegando tropas sobre el planeta y ocupando tierras en donde todavía hay petróleo.
Le llama civilización a cada una de sus masacres.
Pero ya no hay más películas sobre Rambo. Ya está viejo. Nadie le cree a Stallone.
Entonces cuando el sistema repite su hipocresía la consigna se hace un bumerang.
Sus jóvenes ya no quieren vivir matando pero no pueden vivir de otra manera porque esa es la orden que recibieron desde que se alistaron a las legendarias y sanguinarias tropas del imperio.
Y cuando ya no hay en qué creer es difícil sostener la existencia.
Durante junio pasado, 32 soldados norteamericanos se suicidaron luego de participar de las invasiones a Irak y Afganistán, cifra que supera a las producidas durante la guerra de Vietnam.
-El año pasado se quitaron la vida con sus propias manos más efectivos de los que cayeron en combate en Afganistán. La mayoría de nosotros conoce a un compañero que lo hizo,al regresar a casa, y los guarismos no incluyen siquiera a quienes se suicidan al terminar su servicio: están fuera del sistema y sus muertes suelen ser ignoradas -dice el militar Tim Embree-, ante la llamada Comisión de Asuntos relativos a los Veteranos de la Cámara de Representantes.
Ya no hay gloria en las invasiones del imperio ni para sus propios hijos.
Matan sin sentido porque viven sin sentido.
Entonces se suicidan después de profundas depresiones.
Para colmo vuelven a la otrora tierra de oportunidades y se encuentran con una tasa de desocupación cada vez más grande. Y los más afectados son los veteranos de las invasiones. La primera consecuencia es que pierden sus casas.
Cuentan Kevin y George Lucey que su hijo Jeff, de solamente veintitrés años, se colgó en el sótano de su casa. “La madre relató que al mes de participar en la invasión enviaba cartas a su novia en las que hablaba de las “cosas inmorales” que él estaba haciendo. Una vez en el hogar, Jeff comenzó a soltar frases inconexas sobre Nasiriya, la ciudad al sudeste de Bagdad en la que tuvo lugar la primera gran batalla de los invasores contra el ejército regular iraquí. Un día recibió a su hermana Amy con lágrimas en los ojos diciéndole que era un asesino. Antes de suicidarse, dejó sobre su cama las chapas de identificación de dos efectivos iraquíes que había matado aunque no portaban armas. Jeff solía mirarlas con frecuencia”, apuntan las crónicas periodísticas.
Como sucedió en Vietnam, Estados Unidos ha comenzado a drogar a sus soldados para que vayan al frente en nombre de la democracia, la libertad y Occidente. Pero el efecto alucinógeno cada día dura menos y sobreviene la conciencia de matar sin sentido.
El imperio comienza a derrumbarse de manera lenta y silenciosa en cada muchacho que elige su propia muerte porque apenas puede disfrutar de ese último y desesperado acto de libertad en medio de tantas órdenes impuestas durante décadas.
Fuente: Página12 – 12/08/10
Chile al revés
Los chicos siempre fueron sagrados para los mapuches.
En el festival de las rogativas ellos estaban en el círculo central, abrazados por los demás miembros de la comunidad, cuidados por mujeres y hombres de diferentes edades.
En esos nguillatunes -así se llaman esas celebraciones colectivas- los pibes eran considerados el eje de la vida.
La tierra, la libertad y los chicos eran sinónimos. Lo mejor de la existencia.
El centro de las rogativas, de los pedidos, de los deseos eran los chicos.
Cuando llegaron los españoles y con ellos el inicio del saqueo, los mapuches pudieron resistir durante décadas y aún hasta el presente perduran aquellas tradiciones que festejan lo más importante del universo. La invención de Chile y Argentina configuró otro motivo de supervivencia para el pueblo de la tierra, mapu quiere decir tierra y che, gente.
Desde hace siglos, entonces, la resistencia mapuche no solamente puede mostrar la victoria de sus tradiciones sino también de sus valores fundamentales. Tierra, libertad y sus chicos, sus pibes, sus jóvenes.
Sin embargo hoy en Chile las cosas están patas arriba.
Y no solamente por consecuencia del terremoto de hace unos meses, sino también por la impunidad de las empresas que dejan a más de treinta mineros a setecientos metros de profundidad y por la ferocidad de una realidad que empuja a chicos mapuches a llevar adelante una huelga de hambre. Chicos haciendo una huelga de hambre. Repare en la dimensión de la noticia, en la talla de la frase, en lo que significa cada una de las palabras escritas.
Chicos mapuches haciendo huelga de hambre.
En un comunicado de prensa que deja enana a cualquier imaginación de novelista extraviado se puede leer esta fenomenal postal del desprecio: “A la opinión pública nacional e internacional, nosotros los Presos Políticos Mapuche menores de edad, recluidos en la cárcel de menores CERECO CHOL-CHOL, Luís Marileo Cariqueo, Cristian Cayupan Morales y Jose Ñiripil Pérez, queremos dar a conocer lo siguiente: nos sumamos a la huelga de hambre que mantienen los Presos Políticos Mapuche recluidos en las cárceles de Temuco, Concepción, Angol, Lebu y Valdivia, la cual suma hasta el día de hoy más de 51 días de ayuno”, apunta el principio del documento. Piden que no se aplique más la ley antiterrorista en causas de reivindicaciones mapuches; exigen el fin al doble procesamiento injustificado de la justicia militar y civil, la desmilitarización de las comunidades y la libertad a todos los presos políticos mapuches.
Parece el análisis de un tiempo de dictadura y no de supuesta democracia consolidada.
Pero no debe cesar el asombro y la indignación porque la denuncia de los chicos mapuches continúa: “Se han cometido violaciones a nuestros derechos tanto como niños y como personas privadas de libertad, desde el momento en que somos detenidos; en distintas circunstancias hemos sido victima de torturas y apremios ilegítimos, por parte de los organismos represivos del estado, lo cual ha dañado profundamente nuestra salud psicológica y física”, sostiene el comunicado.
“Hemos sufrido así como una gran cantidad de niños de las comunidades mapuche movilizadas, persecución y discriminación por parte de distintas instituciones y centros públicos y privados, tales como consultorios y escuelas rurales, específicamente en Ercilla, los cuales son cómplices del hostigamiento constante policial, dichos casos le han ocurrido a la niña mapuche Vania Queipul, Luis Marileo, por nombrar algunos, todos hijos de los dirigentes y lonko de las comunidades”, abunda esta carta abierta que parece una reflexión de épocas inhumanas.
Todo esto pasa hoy en Chile. Chicos mapuches encarcelados y en huelga de hambre.
La historia al revés. Al principio de los tiempos, los chicos eran sagrados.
Ahora, en el país del boom económico tan elogiado por las mentes del liberalismo, los pibes están presos y deciden dejar de comer para que alguien les preste atención.
Fuente:http://argentina.indymedia.org/process/disclaimer.php http://argentina.indymedia.org/process/privacy.php
El futuro
Había una vez un futuro.
Tenía colores indescifrables y gustos misteriosos.
El futuro estaba allí, al alcance de la mano de cualquier hijo, de cualquier hija del pueblo.
La idea era simple: trabajar para vivir y que alcance para garantizar la educación de los pibes así ellos construían una existencia mucha mejor que la de los padres.
Así de simple era la idea.
Fue una consigna que atravesaba las familias de la Argentina, por ejemplo, durante décadas y cualquiera podía coincidir, aunque fuera de derecha o izquierda.
Los pibes iban a vivir mejor que los padres.
Porque había un futuro.
Una esperanza siempre abierta, cerquita. Se palpaba en lo cotidiano.
Ahora ese futuro está herido.
Anda ocultándose de la vista de los más pibes. Será por eso que están tan desesperados. Tan vacíos de esperanzas.
¿Dónde está ese futuro?
¿Dónde?
¿Quiénes son sus secuestradores impunes, sus desaparecedores contemporáneos?
Y más allá de estas preguntas, la vida cotidiana lleva un ritmo que no parece responder a las necesidades humanas.
Al contrario. Si los anarquistas dividían la jornada en ocho horas para el trabajo, ocho para el amor y el estudio y otras ocho para el descanso; ahora los tiempos demuestran que las existencias están encarceladas en exigencias que poco tienen que ver con la alegría, la libertad y la aventura.
Hasta la mismísima Organización Mundial de la Salud acaba de realizar una advertencia sobre el futuro.
- La actual generación de chicos podría ser la primera en muchísimo tiempo en tener una esperanza de vida menos elevada que la de sus padres por el avance de enfermedades relacionadas por el estilo de vida – dijo Margaret Chan, la actual referente de la Organización Mundial de la Salud.
La información remarca que “estas patologías se centran cada vez más en personas jóvenes e incluso en niños, que pueden sufrir de hipertensión y algunos tipos de cáncer”. A eso se agrega, según la responsable de la Organización Mundial de la Salud, que “43 millones de niños en edad preescolar sufren de obesidad o sobrepeso, una condición que genera riesgos para la salud a lo largo de toda la vida”.
Estos males dejaron de ser el patrimonio de las clases más pudientes y pasaron a ser propiedad de todos los sectores sociales.
Para La Organización Mundial de la Salud, “seis de cada diez muertes que ocurren en el mundo se deben a enfermedades que no se contagian y pueden prevenirse. En total, 35 millones de personas fallecen cada año por problemas del corazón, derrames cerebrales, diabetes, cáncer, enfermedades respiratorias crónicas y desórdenes mentales. De esas víctimas mortales, hasta el 80 por ciento se encuentra en países en desarrollo, donde los cuatro grandes factores de riesgo (consumo de tabaco y alcohol, alimentación inadecuada e inactividad física) tienden a aumentar”, apunta la noticia.
Fuente: Clarín – 25/02/10
El viejo
Treinta y tres obreros mineros chilenos resisten a setecientos metros de profundidad.
Los mandaron a buscar riquezas que nunca serán de ellos.
No importaba la salud ni las condiciones de seguridad para obtener el mineral.
Por eso nadie invirtió en cuidar a los verdaderos productores de las ganancias que son, fueron y serán los trabajadores.
A los pocos días de producirse el derrumbe previsible por esa notoria y naturalizada ausencia de cuidados, la empresa sugirió dejarlos en la tumba en la que ahora se había convertido el socavón.
Pero algunos siguieron en la búsqueda de alguna señal vital.
Y dieron con ellos.
La mayoría son muchachos jóvenes que buscan empatarle al fin de mes cumpliendo con las imposiciones de una empresa que los usa y desprecia al mismo tiempo.
Lo saben pero tienen muy poco para elegir.
Ellos, los muchachos, están educados en el actual sistema de valores que la televisión socializa más allá de las fronteras nacionales.
Dicen esos preceptos mediáticos que la juventud debe ser eterna ya que son ellos, los jóvenes, los protagonistas del mercado laboral.
Son los destinatarios de todas y cada una de las publicidades. Consumidores consumidos. Los que comprarán para ser comprados.
Pero allá abajo, en el exacto límite que separa la vida de la muerte, los muchachos fueron organizados, tienen una férrea disciplina y resisten hasta que logren sacarlos de aquella trampa casi mortal.
Su líder, sin embargo, no figura en los libretos de los que multiplican la filosofía del sistema.
El que conduce la sobrevivencia y raciona los alimentos y mantiene alta la moral a setecientos metros de profundidad, a setecientos metros bajo tierra, es el más viejo de todos ellos.
Un hombre de más de sesenta años que gracias a su experiencia, a su historia, está marcando el camino del futuro.
Fenomenal metáfora de los trabajadores mineros chilenos.
Resisten porque son obreros y eligen como conductor al más viejo de todos porque saben que en la conciencia de los años vividos no solamente está la nostalgia de lo que ya pasó sino también el conocimiento para lo que vendrá.
Cuando casi todo ordena despreciar a los viejos y lo viejo, allá en el fondo del pozo, los muchachos chilenos eligen valorar esa experiencia para tener el mejor futuro posible: seguir viviendo.
Desde las entrañas del socavón, la metáfora de los obreros chilenos que buscan volver a la superficie es una indispensable pregunta para los que estamos acá arriba, en la superficie, setecientos metros arriba.
¿Cuánto hace que no contrariamos los mandatos del sistema y escuchamos a algún viejo para que nos dé ciertas pistas para el presente y el futuro?.
¿Cuánto hace que los viejos han dejado de ser respetados como mínima fuente de consulta en la vida cotidiana de los que somos más en estos arrabales del mundo?.
Los obreros chilenos resisten por conciencia de clase, por instinto de supervivencia y porque decidieron confiar en aquel que el sistema, ordena despreciar.
Es hora de empezar a mirar la realidad con los ojos propios y no con las gafas que nos impone el actual orden multimediático universal.
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