viernes, 9 de julio de 2010

ARQUEOLOGIA URBANA. Leyendas de mi tierra: El Enano Fascista.

Especial para El Vecino
Investigación: arq. Gustavo Fernetti | Profesor de la Escuela Superior de Museología de Rosario | Imagen: Diego González Halama

Tal vez una de las metáforas más exitosas del siglo XX fue la del Enano Fascista.
Esta figura suponía que cada argentino poseía, como el Dr. Merengue, un “otro yo” interior, agazapado, oculto y ladino, que impedía el libre gozar del otro, reprimía alegrías ajenas, coartaba libertades, denunciaba excesos y suspendía la credulidad en el semejante.
El argentino medio, según esta notable figura de la sociología popular (el argentino de clase media) era interiormente un reprimido que no hesitaba en ciertos momentos en torpedear un libre manejo de la vida.
Esta forma de pensar es a medias cierta. Nadie lleva una doble vida, ni posee -excepto en casos de patologías severas- un doble oculto.
Pero sí hay momentos en que algunas personas desean un orden, un rigor y una simetría, y no dudan en forzar esas cuestiones, para que se cumplan de acuerdo a sus deseos.

Biografía no Autorizada
Tal vez el que diseñó en su momento, el Enano fascista fue Bartolomé Mitre. Sin darse cuenta, claro.
Su Historia Argentina es eminentemente heroica, militar y optimista. Según él estamos para cosas mayores. Los próceres son intocables, impolutos, siempre en actitud solemne. Si San Lorenzo es un encuentro entre centauros, Guayaquil es el encuentro entre dos declamadores. Belgrano es un estoico.
Esto fue formando, lentamente, una inclinación gradual hacia el militarismo como una forma de vida sana y natural. Poseer jinetas era una de las formas más activas de patriotismo, sino la única, y hacer la colimba (forma obligatoria de ser un sirviente de uniforme militar) para muchos era como acariciar el sueño épico de luchar en Maipú.
Por otro lado, se iba formando desde la misma época el concepto de autoridad.
Autoridad es el tipo que sabe. El que autoriza y está autorizado. Puede ser un abogado, un médico, un patrón de estancia, un industrial, un poeta o un militar. A la Autoridad (con mayúscula) se le permite todo, porque sabe y está autorizado. No se la juzga: la Autoridad sabe por qué hizo lo que hizo. El abogado sabe por qué saqueó la casa del pobre y el médico por qué dejó morir a esa señora: para eso estudiaron, y están autorizados por ese saber.
Toda una serie de resguardos sociales prevenía que alguien se rebelara contra esa Autoridad, como cárceles, leyes, edictos, patrulleros y fusiles. Los que se rebelan, no saben.

Malditos extranjeros
Con la llegada masiva de la inmigración, la Autoridad debía ser reforzada. Ningún gringo patasucia, gallego bruto o judío avaro podía decir que debía hacer la Autoridad.
Con el tiempo, la heroicidad de los héroes patrios se fue acercando al concepto de Autoridad. Eran tan intocables como el patrón o el coronel.
La gente entonces entendió que solamente la autoridad podía resolver los problemas, puesto que estaba autorizada para ello.
Con la crisis del año 30, quedaba atrás una larga época de civismo sincero. La participación en la cosa pública era cosa de todos, según la etimología incluso. Participar en política era justo. Votar estaba bien. Cientos de votantes elegían a sus representantes, y éstos estaban autorizados a obrar hasta que se les diera nueva legitimidad. Así, La Causa radical, tan peleada por Yrigoyen, se oponía a los manejos ilegítimos de los ricos en el poder. En 1916, El Peludo ganaba las elecciones; y su gobierno dejaba atrás años de Autoridad ilegítima.
Pero esto no era suficiente; el tiempo pasa y la realidad cambia. Yrigoyen no estaba acostumbrado a los cambios. En 1930, estaba viejo y cansado, no era hora de cambiar de caballos, y la crisis era cada vez mayor. Se había formado una leyenda de empleados públicos haraganes, politicastros y paniaguados que era más grande que la realidad.
Entonces ocurrió.

¡Llegaste, papá!
Un iluminado, un personaje de esos que aparecen en las óperas, el general José Félix Uriburu, amalgamó dos cosas, la autoridad y la proceridad heroica y derrocó al gobierno legítimo.
Su justificación: el desorden de la Nación.
Desorden social porque no se respetaban las jerarquías naturales, los apellidos ilustres, las clases elevadas, los grandes negociados. Desorden económico porque la nación estaba desquiciada, no se sabía si era verdad, pero eso era lo de menos. Desorden político, porque no era posible que gobernara la chusma.
Uriburu -que murió mientras lo operaban de úlcera- sentía que estaba llamado para el bronce. Alguna gente lo aplaudió, y dentro de ella, como un hongo venenoso, nació el Enano Fascista.
Con Perón, el Enano tuvo nueva vida. Atrás había quedado la Década Infame, y el General tenía otros estilos. El General arbitraba, no era autoritario, sino que decidía mediante la negociación astuta. Sin embargo, rápidamente fue elevado a Autoridad y a prócer por algunos, y rebajado al fondo del tarro por otros, mitad y mitad, Perón fue denostado y glorificado.
Con su derrocamiento, resurgió la vieja forma autoritaria. Cada argentino sentía que el fascismo era una vieja patología social, peor no por ello dejaban de reclamar orden, simetría y regularidad uniformada. Confiaban en que los militares, La Autoridad, eran los adecuados para arreglar la cosa. El Enano fascista estaba en pleno desarrollo, fortaleciéndose cada día.

De jinetas y civilachos
Con los gobiernos militares, empezó a gestarse una idea clave: para ordenar la cosa (no para arreglarla, es diferente) debe recurrirse a la autoridad.
Los desórdenes deben ser reprimidos. No puede permitirse un desmadre. Al identificarse Orden con Patria, cualquier salida de la uniformidad es peligrosa.
Por ello, la gente quedó con la imagen (falsa) que el orden es preferible a cualquier desorden. Un orden geométrico, uniforme, regulado, casi de supermercado, debía ser impuesto. La risa, el sexo, el aire puro, las salidas del sábado, un beso, podían acarrear severos problemas a la Nación.
Surgen autoridades por doquier: coroneles, generales, patas de plomo, ligas de la decencia, obispos, cardenales, monjas, celadores y censores, abogados y comisarios que “saben lo que hacen”. Y esto lo hacen por el bien de todos, sin pedir nada, su heroicidad está fuera de duda. Manejan la economía como Fray Luis Beltrán fundía bronce, de puro guapo, y no le es ajena la administración de escuelas o manicomios. La humildad –recordemos Guayaquil- no entra en los planes de estos declamadores, porque es indicio de debilidad.
La Autoridad permitía y regulaba (de acuerdo a razones ocultísimas) la actividad política, gremial, lúdica, sexual y hasta estética. Grandes corporaciones se doblegaron a esto, porque sabían que, más tarde o más temprano, un grupo de digamos… mil soldados de alta graduación no podrían manejarlo todo y así, curas, gremialistas a lo Triacca, políticos y personas comunes dieron su acuerdo a esta forma de pensar, y lo que en 1945 en París ocupada se llamaba traición, en 1981 en Argentina se llamaba “ayudar en la ciclópea tarea de consolidar el bien común”.
Con la caída de la Autoridad en 1984 (que no puedo arreglar la cosa sino sólo ordenar, es distinto) el Enano empezó a languidecer. El viejo engendro que Mitre echó a andar no podía enfrentar una sociedad cada vez más dinámica y, desde su punto de vista, cada vez más desordenada.

Conclusión. O no.
Cien años de glorificar el autoritarismo no podían pasar sin huella. Quedó la idea que las cosas se pueden resolver con dos trazos y que esto se arregla por las malas. Que en un domingo ocioso puedo desarrollar la teoría de la relatividad. Que la gante es mala y no comprende. Esta comodidad mental es el indicio más seguro de la supervivencia del Enano Fascista.
Las personas que poseen esa configuración creen firmemente que mirando bien, que fijándose adónde dar el golpe justo, pueden resolver problemas de siglos. Los políticos creen que con dos semanas de gobierno, esto es Suiza, y los médicos, que con una regla en la mano pueden diseñar una casa.
Esta forma de pensar no es homogénea, por supuesto.
Debemos distinguir: a). A los que creen en las soluciones mágicas, o en los golpes de mano, de aquéllos que saben perfectamente que la realidad es una compleja maraña de intereses sociales e individuales y b). Al que el que pretende resolver todo el lunes.
Muchas personas sabias se dan cuenta –sanamente- que para resolver un problema hay que mirar mucho, conversar mucho, pelear mucho y sufrir mucho. Que en general se cobra por eso, porque es un trabajo, que lleva tiempo, que el problema social, o económico, no es la batalla de Ayacucho. Y que si no se resuelve el problema… lo más probable es que no pase nada, pero estaremos peor en el futuro.
Frente a ellos, vedettes, almorzadoras profesionales, taxistas y ferreteros reclaman mano dura, porque es más fácil decirlo. El Enano brama reclamando la violencia que nunca resolvió las cosas, pero que da el aspecto de que las cosas van bien. Se juntan miles en las plazas, pidiendo que se baje la edad punible para los jóvenes, pero olvidando subir la edad punible para los ancianos, claro, porque ellos estarán en esa edad en algún momento, en cambio a los 15 años ya no se vuelve. Un ex presidente ex convicto propuso la pena de muerte para los secuestros seguidos de muerte, pero indultó a los militares que hicieron lo mismo. Es que eran casi amigos.
Muchas de estas personas que a los 60 o 70 reclaman la pena de muerte, restarán entidad a su traición a los 30, allá en un lejano 1978, más propicio al olvido que al recuerdo malintencionado que ineludiblemente las perjudica.
Queda por saber, estimado lector/a, si usted posee en su interior el Enano Fascista. Bastará (porque se acaba la nota) con suscribir estas tres frases afirmativamente, desde el fondo de su corazón argentino y patriota:

1. La Justicia es dar a cada uno lo que le corresponde.
2. Es preferible que todos seamos iguales y pensemos del mismo modo, o esto se va para el lamentable rumbo de los tomates.
3. Si a alguien le ocurrió algo, si tuvo algún problema, seguro que la víctima se lo buscó.
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Si usted suscribió esto, seguro es un luchador nato aunque reprimido, ágil en ponerse en contra de todo lo que no le gusta, bravo con los débiles y humilde con los poderosos, y sin capacidad alguna de negociación, claro.
Porque para usted están en juego intereses más grandes que ese simple pelo largo que desea reprimir tijera en mano.
Pero por allí se empieza.

1 comentario:

abril dijo...

"Un ex presidente ex convicto propuso la pena de muerte para los secuestros seguidos de muerte, pero indultó a los militares que hicieron lo mismo. Es que eran casi amigos"

Ex-ce-len-te.
Una frase matadora.