sábado, 27 de marzo de 2010

Mirador de Libros: INDIGNACIÓN, de Philip Roth (Editorial Mondadori)

Por María Angélica Scotti

INDIGNACIÓN es la última novela de este escritor fundamental de las letras estadounidenses. Aquí están presentes dos constantes de su narrativa: la apelación a una especie de álter-ego (el protagonista tiene muchas semejanzas con el propio Roth) y las referencias al contexto histórico-político norteamericano. Las primeras palabras del libro aluden, justamente, a la guerra de Corea (años 1950-1953), que se volverá un motivo recurrente y hasta obsesivo en la trama novelística y en especial en cuanto a la relación entre el joven protagonista y su padre.
El narrador-personaje, Marcus Messner, es un adolescente de origen judío, de singular inteligencia y formado (por obra de las enseñanzas paternas) con un alto sentido de la responsabilidad y del trabajo, apartado de todo vicio. El padre, un sencillo carnicero de barrio (en Nueva Jersey) que ejerce su tarea según los preceptos “kosher”, dejará de ser el “héroe” de la infancia de Marcus para transformarse intempestivamente (a propósito del ingreso del hijo en la universidad) en un maníaco que vive aterrado por la posibilidad de muerte de aquél. Este conflicto, planteado ya desde el comienzo como nudo dramático, se desenvuelve en un magnífico crescendo y marca al hijo, sus pensamientos, sus acciones futuras, su destino final. El autor logra una espléndida captación del universo adolescente, su punto de vista, sus emociones, sus anhelos y zozobras, su expresión verbal y sus voces interiores. Marcus, que “ansiaba ser un adulto, un adulto instruido, maduro, independiente” y deseoso de abrirse al mundo no judío, decide inscribirse en una universidad distante para apartarse de la influencia o peso abrumador del padre –“tenía que alejarme de él antes de matarlo”- . Allí sufrirá agresiones e injurias y habrá encontronazos con otros estudiantes e incluso con las estrictas y conservadoras autoridades universitarias –se le exige asistir al servicio religioso cristiano siendo él, como confiesa, un judío no practicante y ateo- y, a pesar de ello, intenta persistir como un alumno sobresaliente y responsable. En este sentido, se trata de una novela de iniciación en el ámbito universitario y en la vida de relación y del amor, lo cual desatará nuevos conflictos y fantasías negativas. (“Pensé que iban a expulsarme de la universidad. Así es como iba a acabar todo. Expulsado, llamado a filas, enviado a Corea y muerto.”) Las primeras 50 páginas (de un total de 165) transcurren sobre un marco realista perfectamente armado y coherente, pero de pronto (en pp. 49-51) emerge de modo fugaz una revelación sorprendente y un tanto desconcertante para el lector: toda esa evocación anterior y la que sigue a continuación (hasta p.157) es un “relato póstumo” pues Marcus ha muerto a los 19 años. Y esto –presume ahora el lector- parece tender un vínculo con el extraño subtítulo que encabeza la novela, “Bajo la morfina”, algo que ha de aclararse casi al concluir el libro. Allí, en una brevísima Segunda Parte de apenas 4 páginas, se explica que el “soldado Messner”, combatiendo en la guerra de Corea, es herido mortalmente y, antes de sucumbir, cae en un “estado de profunda inconsciencia” durante el cual se despliega el “recuerdo inducido por la morfina”. Estas páginas finales implican el súbito abandono de la perspectiva de Marcus estudiante y su reemplazo por un narrador externo, omnisciente y definidamente explicativo. Tal recurso produce en el lector cierto efecto de desequilibrio en cuanto a la estructura novelística y, a la vez, una suerte de desencanto ante la intromisión informativa, tan ajena a la riqueza del punto de vista y del lenguaje de Marcus. El mismo Roth aclaró en un reportaje (en revista “Ñ”, 288) que quiso valerse de un procedimiento similar al de la novela “Memorias póstumas de Blas Cubas”, del brasileño Machado de Assis. Claro que en esta obra, muy novedosa para su época (1881), el narrador-personaje subraya desde el principio y desde el título que él está muerto, que sus memorias son póstumas, y el lector se amolda a este artificio semifantástico si acepta seguir adelante con la lectura. Roth, en cambio, se propone abordar el inconsciente de su personaje pero el discurso evocativo de éste resulta demasiado equilibrado y racional, no acorde con los desvaríos o alucinaciones propios de los sueños o de los abismos interiores. El desenlace tan explícito y atento a no dejar ningún hilo suelto contrasta con la sutileza y maravillosa fluidez de todo lo precedente y da la sensación, más bien, de un denodado esfuerzo por encajar la ficción en el corset de la realidad de la época (la despiadada guerra coreana). A pesar del discutible artilugio final, la novela queda vibrando en la sensibilidad del lector por sus muchos logros: el diseño admirable de los distintos personajes, la impar maestría en los diálogos, apasionantes, contundentes, el creciente bullir del clamor interior del protagonista y el sabio manejo de la tensión narrativa.

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