martes, 13 de octubre de 2009

“Todo lo negado explota por algún lado”

Por Silvana Depetris
La frase corresponde a José Pablo Feinmann, quien llegó a Rosario para presentar su último libro “Timote”. En ésta publicación el autor asume el riesgo de narrar y llenar los huecos de uno de los hechos más dramáticos y complejos de la historia argentina del siglo XX. Con un lenguaje estremecedor y una nitidez extraordinaria logra una novela inolvidable. Timote es un texto de una libertad extrema, un thriller político escalofriante, de una fuerza conmovedora, tejido admirablemente sobre los hechos históricos que impactaron al país en 1970.

Al mediodía del 29 de mayo de 1970, un comando montonero, conformado por Mario Firmenich, Carlos Ramus y Fernando Abal Medina, esquiva puestos policiales y caminos transitados en una pick up Gladiator rumbo a Timote, un pequeño villorrio ubicado a 420 kilómetros al oeste de la Capital Federal. En la caja, escondido tras una carga de fardos de pasto, viaja el general Pedro Eugenio Aramburu.
Lo fueron a buscar a su propia casa. Lo sacaron a pleno día, en pleno barrio Norte de la Capital y lo detuvieron en nombre del pueblo: él es uno de los máximos responsables de los fusilamientos de José León Suárez en 1956 y en este momento el cerebro de las negociaciones con el peronismo.
En el sótano de una quinta poco frecuentada por la familia Ramus, lo someten a juicio revolucionario y lo ejecutan al cuarto día. Los hechos que allí sucedieron son lo que cuenta esta novela.
Quien asume en nombre de la organización el juicio y la ejecución del jefe de la Libertadora es Fernando Abal Medina. A los 23 años, Abal sabe que arriesga su vida en este acto extremo que lo hará entrar en la historia política de la Argentina. En los cuatro días que dura el juicio, el general Aramburu y el joven fundador de Montoneros se interpelan tratando de comprender, de hallar alguna justicia en las acciones determinantes que los tendrán como protagonistas antes y después de su breve encuentro. Los Montoneros, como fuerza militar virtual, se sienten sujetos a las leyes de la guerra y de ese modo conducen el procedimiento. Aramburu les advierte que las consecuencias que tendrá su muerte serán feroces; Abal Medina lo sabe, pero se trata de un acto de servicio a una causa que lo trasciende.

- ¿Cómo surge este nuevo libro que se basa en hechos históricos pero gira hacia la ficción?
Timote surge casi involuntariamente, a través de los textos que fui publicando en Página/12 todos los domingos sobre Peronismo -y que está planeado que luego se convierta en un libro-, y cuando llegué a la parte de secuestro y muerte del General Pedro Eugenio Aramburu me puse a leer todos los libros que se han escrito sobre el tema y noto que la mayoría de ellos toman como verosímil para contarlo, un relato de Mario Eduardo Firmenich en la revista La Causa Peronista de 1975 que las hace también en nombre de Norma Arrostito, y luego ella niega esas declaraciones y niega que ella haya estado en ese diálogo, o sea que Firmenich le puso palabras en su boca que ella no dijo. Entonces, como el relato es de Firmench, me dije, este relato no debe ser muy verdadero y pensé que el campo estaba fértil para la ficción porque nadie sabe qué se dijeron Aramburu y Fernando Abal Medina en la estancia La Selma en la localidad de Timote. Sólo se sabe lo que dice Firmenich, pero si dejamos de lado eso, qué nos queda… un terreno para la ficción. Y la ficción, como bien se sabe llega más hondo que la reflexión y el ensayo, porque uno se larga a crear sobre un conocimiento real de la historia y así comencé a escribir esta novela que de ningún modo estaba en mis planes.

- ¿Qué nos puede adelantar del libro?
Creo que es interesante comentar que cuando terminé la novela, con una frase del mismo Abal Medina, que corresponde al momento en que se van de Timote después de matar a Aramburu, Fernando se va con tanto entusiasmo que en voz alta dice “no nos para nadie”. Entonces como pensé que como a Abal Medina lo mataban apenas dos meses después de ésto, dije, este “no nos para nadie” sería mucho más dramático si yo empiezo la novela contando la muerte de Fernando Abal Medina, entonces cuando el lector llega a este final lo va a sentir mucho más, porque se va a dar cuenta que éste pibe de apenas 23 años dice “no nos para nadie” y le quedan apenas dos meses de vida. Así fue que pensé luego en añadir un prólogo que empieza con una frase trunca, a saber: “el que está en esa mesa”. Ese, el que está en la mesa, es Fernando Abal Medina, el montonero que mató a Aramburu.

- ¿Quién narra la historia que cuenta en Timote?
La elección del prólogo fue tan ardua como la del narrador, porque la novela tiene un narrador muy especial, porque al estar contando hechos históricos, pero no verificables, es un narrador conjetural y acude a menudo a los supuestos. Entre esos supuestos, encontramos que el general Aramburu tiene un plan para traer a Perón a la Argentina y en legalizar al peronismo para que puedan presentarse en elecciones democráticas. Esto irrita mucho a Onganía que piensa perpetrarse en el poder muchos años más. Entonces tenemos por un lado al General Aramburu que tiene un plan en darle una salida a la Argentina.

- ¿Y qué ocurre entre esos planes y el asesinato de Aramburu?
Cansada la juventud de gobiernos dictatoriales, comienza a trabajar con las bases peronistas y la gran consigna que une a todos es “luchen y vuelve”. Estaban convencidos de que lo iban a traer de vuelta a Perón. Ese es el espíritu con el que nace la juventud peronista. En 1970 se produce justamente el hecho que narra mi novela. Un grupo de jóvenes, que vienen de familias católicas y pudientes, deciden secuestrar al general de la Revolución Libertadora, Pedro Eugenio Aramburu, que además es el responsable del bombardeo de 1956 en la Plaza de Mayo donde algunos dicen que hubo más muertos que en el Guernica, sólo que no tuvimos un Picasso que lo retrate.
- Además de la ficción, el libro tiene un contexto histórico importante…
Es que Aramburu, a partir de ese bombardeo, maneja la política argentina junto con otros que toman importancia, como Lanusse, quien finalmente accede al poder. Entonces, este grupo de montoneros, con Abal Medina a la cabeza, secuestran a Aramburu, lo llevan a la Estancia La Selma y ahí le hacen un juicio revolucionario, y de eso trata mi novela. El contexto histórico tiene que ver con un gran sofocamiento político y social, y como ya sabemos, todo lo negado explota por algún lado.


TRAMOS

Aramburu lo mira entrar. ¿Qué le va a decir este afiebrado? Cada vez le ve más cara de loco, de jacobino. De jacobino sin pueblo. Sin Revolución Francesa. Se la inventó él a la Revolución. No puede contenerse. Dice:
– ¿Y? ¿Qué decidieron? ¿Se suman a mi proyecto o se hunden en las letrinas de la clandestinidad?
– Qué frase, general –ironiza Fernando–. La voy a recordar.
– ¿Cuándo?
– Cuando lo recuerde a usted.
– Me matan entonces.
– ¿Cómo puede suponer que nos vamos a incorporar a su proyecto?
– Porque no puedo suponer que quieran suicidarse. Le voy a hablar claro. Aunque sea la última vez que lo haga.
– Hable. Nadie nos escucha. Nunca se va a saber lo que nos dijimos en esta habitación.
– Yo estoy pagando por la sangre derramada de Valle. La historia es eso. Una cadena de venganzas. Mi sangre va a reclamar la de ustedes. Matándome se condenan a morir, a que los maten. Alguien me va a vengar. No lo dude. Alguien, alguna vez, se va a sentir con tanto derecho como ustedes ahora. Este país todavía no conoce la furia del Ejército Argentino. Tenemos un Ejército formado por la OAS y por la Escuela de las Américas. Si usted supiera en serio, a fondo, lo que se enseña allí, vacilaría.
– Nosotros también nos formamos para la guerra. Pero no nos formaron torturadores, sino revolucionarios. No se equivoque. No va a conseguir que tenga miedo. Ni que vacile.
– Hágase esta pregunta. Se la hizo Gutiérrez de la Concha a Castelli, cuando éste se preparaba para fusilar a Liniers. Le preguntó...
– No se gaste, general. Hace tiempo que yo me hice esa pregunta. Me sorprende que usted la conozca.
–Son sus prejuicios. Cree que los militares somos brutos.
–Podría pasarme la noche ofreciéndole pruebas. Volviendo a Castelli: Castelli era abogado. Gutiérrez de la Concha le preguntó qué jurisprudencia era la que lo autorizaba a matar prisioneros. Una pregunta tonta. Castelli era un revolucionario. Él y su amigo Moreno. La jurisprudencia eran ellos. Toda revolución crea su propia jurisprudencia. ¿O ustedes hicieron otra cosa? También la contrarrevolución crea sus propias leyes. O deroga las de los revolucionarios.
–Gutiérrez de la Concha dijo algo más.
–A ver, general. Dígalo. ¿Lo leyó en Billiken?
–Voy a dejar de lado esa ofensa. Olvidemos a Castelli. Si cree que mis citas vienen del Billiken voy a evitarlas. La cuestión se la voy a plantear yo. Con mis palabras. Porque son mis ideas.
–Soy todo oídos.
–Usted se me presenta como un revolucionario. Quiere cambiar el régimen al cual yo pretendo integrar a Perón. Usted, por el contrario, quiere usar a Perón para destruirlo. También Castelli quería cambiar un régimen. Fusilar a Liniers era parte de ese cambio.
–Parte sustancial de ese cambio.
–Gutiérrez de la Concha le pregunta: doctor Castelli, ¿qué clase de sistema es el que empieza de este modo? ¿Qué clase de sistema empieza fusilando prisioneros indefensos?
–No busque conmoverme, general. Son demasiados argumentos para defender apenas una vida. Aunque sea la suya. Gutiérrez, a quien llamo así para evitar la parte incómoda de su apellido, decía boludeces, con perdón. Una revolución tiene el derecho de matar a quienes quieren impedirla. Si empieza así, empieza bien. Usted me plantea una cuestión de ética política. Una mariconada liberal. Todo sistema que empieza matando empieza mal. ¿Usted me plantea eso? ¿El fusilador Aramburu? Toda revolución que empieza y no mata cuando tiene que matar está perdida.
–Van a matarme entonces.
Fernando no responde. Se toma un tiempo que a Aramburu le parece eterno. Después, sin solemnidad, pero con cierto aire marcial o con una clara dureza, dice:
– General Aramburu, el Tribunal lo sentenció a la pena de muerte. Va a ser ejecutado en media hora.
Aramburu busca romper sus ataduras. Se lastima las muñecas. Le brota sangre.
– Ese nudo está muy bien hecho, general –dice Fernando–. Y aunque lograra desatarse, ¿qué lograría? Le fallaron los suyos. No lo encontraron a tiempo. ¿Lo habrán buscado en serio?
– ¿Quién puede saberlo? Hay muchos cretinos detrás de Onganía. Gente que me odia. Que le repugna mi plan de negociar con Perón. Quieren verme muerto. Ustedes les van a hacer ese favor.
– A nosotros también nos repugnan sus planes de arreglar con Perón. Pero por otros motivos.
– Pero coinciden.
– De ningún modo. Ellos quieren sostener el Estado Gorila. Nosotros queremos destruirlo.
– Pero los dos quieren matarme.
– Por distintas razones. Grave sería si fuera por lo mismo. Usted se puso en un lugar peligroso. El de los conciliadores. Si las partes no quieren conciliar, los matan. Fuego cruzado. Aunque usted nos incomoda más que Onganía, el otro que podría querer su vida. Usted no quiere sostener el Estado Gorila. Quiere crear un nuevo régimen con el peronismo adentro. Los gorilas son brutos. Ni piensan en eso. Sólo piensan en seguir con la represión. Su plan es el más hábil. Es hacer de Perón un general manso dominado por la burguesía. Eso nunca.
Aramburu regresa al tuteo. Siempre que lo hace es porque se siente perdido. Porque es su última carta.
– Sos un idiota, pibe.
– Le exigí que no me tuteara. Menos aún que me dijera pibe.
– ¿Cómo no te voy a tutear si sos un pendejo? Vas a arruinar tu vida. Tu idealismo de los veinte años te va a costar muy caro. Yo también tuve veinte años. También tuve sueños de juventud. Pero esos sueños no exigían la muerte de nadie.
Fernando lo mira con desdén. Aramburu recibe de pleno esa mirada. Acaso nunca lo miraron así. No con odio, sino como a un pobre tipo. Lleva 15 años recibiendo halagos, homenajes, reconocimientos. Pero este pibe se permite mirarlo con menosprecio, con una repulsa tan extrema que hiere, que deshonra. Y con una altanería, con una irreverencia que, recién ahora, aparece en estado puro, sin los velos, sin las cortesías forzadas entre captores y prisioneros. Ese menosprecio se expresa ferozmente, lejos de toda civilidad, de todo trato entre caballeros cuando le dice:
– General, perdone mi franqueza. Pero usted, a los veinte años, ya era un milico de mierda con alma de asesino.
(Fragmento de Timote)

SOBRE EL AUTOR

José Pablo Feinmann nació en Buenos Aires en 1943. Es licenciado en Filosofía (UBA) y ha sido docente de esta materia en esa casa de estudios. Publicó más de veinte libros, que han sido traducidos a varios idiomas:
Ensayos: entre otros, Filosofía y Nación (1982), López Rega, la cara oscura de Perón (1987), La creación de lo posible (1988), Ignotos y famosos, política, posmodernidad y farándula en la nueva Argentina (1994), La sangre derramada, ensayo sobre la violencia política (1998), Pasiones de celuloide, ensayos y variedades sobre cine (2000), Escritos imprudentes (2002), La historia desbocada, tomos I y II (2004), Escritos imprudentes II (2005), El cine por asalto (2006) y La filosofía y el barro de la historia (2008).
Novelas: Últimos días de la víctima (1979), Ni el tiro del final (1981), El ejército de ceniza (1986), La astucia de la razón (1990), El cadáver imposible (1992), Los crímenes de Van Gogh (1994), El mandato (2000), La crítica de las armas (2003) y La sombra de Heidegger (2005).
Teatro: Cuestiones con Ernesto Che Guevara (1999) y Sabor a Freud (2002).
Guiones cinematográficos: entre otros, Últimos días de la víctima (1982), Eva Perón (1996), El amor y el espanto (2000) y Ay, Juancito (2004).
Actualmente dicta cursos de filosofía de inusual y masiva convocatoria. Siempre residió en Buenos Aires.

No hay comentarios: