martes, 13 de octubre de 2009

EL FISGON. MANIPULACIONES

Por Daniel Briguet

Leer la portada de un diario de gran tirada, seguir los vaivenes de algunos programas de TV o de ciertos ciclos radiales, se ha convertido, de un tiempo a esta parte, en un ejercicio arduo. Aquí y allá aparecen denuncias de escándalos y maniobras y la impresión es que vivimos en una época atravesada, como ninguna otra, por los fantasmas de la corrupción y de la impunidad.
Pero basta asomar un poco la cabeza y mirar hacia atrás para advertir que el registro periodístico no siempre se corresponde con lo que sucede. En los años de plomo, la represión más virulenta registrada en el país y los crímenes del terror de Estado se llevaron a cabo con el tácito aval de los principales medios periodísticos. Años después, los desquicios perpetrados por la restauración neoliberal del menemismo contaron con severos fiscales (las investigaciones de Horacio Verbistky y Página 12 serían un ejemplo), sin llegar ni por asomo al nivel de denuncias que hoy circulan. La conclusión es que la prioridad del accionar periodístico no se aloja en la realidad que deberían reflejar sino en los intereses que estrictamente defienden. Y en ese desplazamiento termina coproduciendo realidades particulares que son el resultado de manipular noticias, espacios e imágenes.
Manipular no equivale a mentir sino a ofrecer, de un modo deliberado, un punto de vista determinado como el único posible. Siempre hay manipulación -dice el ensayista alemán Hans Magnus Enzerberger- desde el momento en que el acontecer no llega al destinatario de modo directo, sino al cabo de un proceso de elección, montaje y edición. La cuestión no reside entonces en abolirla, lo que hay que ver es quién manipula y con qué fines. A veces no es necesario un título impactante. Basta con cargar las tintas en cierto tipo de información y relegar otra. El tema de la inseguridad está incorporado a la agenda desde hace mucho pero cualquier observador puede apreciar sus fluctuaciones según la irrupción de otros temas -epidemias, catástrofes- que también incluyen la escena política.
Las teorías de la manipulación tuvieron su auge en los años sesenta, acorde con el espíritu crítico de la década, y fueron relegadas después por un modelo de análisis que ponía el acento en la recepción y en la capacidad del receptor de apropiarse de los mensajes que recibía y hacer su propia lectura. Las teorías de la recepción coincidieron con la recuperación democrática y, hasta cierto punto, resultaron funcionales a ella. El poder político emanaba de la soberanía popular y dicha soberanía se trasladaba a cada ciudadano, dotado de una autonomía que le permitía tener su propio repertorio de opiniones. Pero el poder informativo, estando ligado, excede el campo de la llamada “opinión pública”.
Nadie está en condiciones de discriminar o tomar partido sobre lo que desconoce y menos aún, de precisar la veracidad de una oferta noticiosa con la que mantiene un pacto de credibilidad.
Con la puesta en crisis de la democracia representativa, retorna la idea de manipulación. Si el campo de la información es escenario de una puja de intereses, estos remiten a un poder situado más allá del marco institucional. Si la relación de fuerzas, además, favorece a un grupo de emisores en detrimento de otros, es probable que las posibilidades de elección de la mayoría del público se vean limitadas. Los medios, según un slogan que circula por ahí, no nos dicen qué pensar pero nos dicen en qué podemos pensar, más allá de nuestra experiencia inmediata . Este es el punto en que la marcha del juego democrático aparece supeditada a la intervención de poderes que no revisten esa condición.

LA OLA VERDE (1)

La movida rural del año pasado significó un quiebre de la hegemonía lograda por Néstor Kirchner en cuatro años de presidencia. Puso en repliegue a la sucesión de Cristina Fernández y abrió las puertas a un nuevo movimiento, hasta entonces desligado de las tendencias sociales mayoritarias. Ya no se trataba de la rancia Sociedad Rural (cada vez menos rancia, en realidad) sino de los productores de la Federación Agraria e incluso de grupos de izquierda que veían en los piquetes de tractores y camionetas flamantes el preludio de una revolución agraria.
Este despliegue no hubiera sido posible sin el apoyo sostenido de una parte esencial del aparato mediático, en particular de sus cámaras, que convirtieron las rutas de la Pampa Húmeda en un largo escenario e hicieron de cada corte una tribuna donde los presuntos chacareros pudieron expresarse a sus anchas . El lock out patronal pasó a ser un paro de protesta y los “pequeños productores”-una figura difícil de sostener en el actual encuadre de la producción-, los abanderados de una cruzada contra la arbitrariedad y el despotismo del gobierno central.
El grupo Clarín, presunto aliado de los Kirchner hasta poco antes del conflicto, fue el puntal de esta ofensiva. De lo que mostraba la pequeña pantalla no se trasuntaba la reacción de un sector ante una medida oficial. Se trataba, más bien, de liquidar la representatividad del Ejecutivo, elegido por casi la mitad del electorado, a la vez que crecía el peso simbólico del “campo”, una abstracción que nunca admitió perseguir objetivos políticos. La figura del aguerrido cortador Alfredo De Angeli aparecía a la par de la figura de la presidenta.
Campo y medios conformaron un efectivo tándem, capaz de lograr, además del bloqueo de la 125, la adhesión de apreciables franjas de la sociedad.
El paso decisivo en la definición del conflicto fue la mano del vicepresidente Cobos, votando en una dirección distinta a la esperada. Pero antes, en la escena pública, ya se había definido el duelo que tornó creíble esa decisión.
Primero en la victimización de los afectados por el nuevo plan de retenciones, presas de la voracidad estatal. Luego en la definición del campo como un bloque homogéneo identificado, a una altura casi patriótica, con el interés del país. Y finalmente, a partir de esa identificación, con la incorporación a la causa de miles de ciudadanos de la más diversa procedencia. Un “happy end” de matices grotescos: amas de casa y cuentapropistas defendiendo la renta de los propietarios de la tierra.

LA MEJOR DEFENSA (2)

Los resultados de las elecciones legislativas de este año reflejan el mapa político surgido del desenlace del conflicto rural. Kirchner pierde su hegemonía incluso en el bastión de la provincia de Buenos Aires. Aparecen líderes en blanco, desprovistos de raigambre política, como el citado Cobos, De Narváez y el mismo Lole Reutemann, quien pese a su trayectoria en cargos públicos no termina de hacer pie.
Surgen también los gurúes que vaticinan corta vida al actual gobierno. La democracia para estos señores, es una cuestión de números, en el más amplio sentido del término.
En medio del tembladeral, el kirchnerismo lanza una contraofensiva de golpes fuertes que llevan la marca de su mentor. Propicia la rescisión del contrato que liga a la AFA con la empresa Torneos y Competencias y acaba, de un plumazo, con el monopolio de las transmisiones de fútbol por cable. En adelante, cualquier usuario podrá ver en directo los partidos sin estar abonado a un servicio. Es una medida de indudable efecto para cualquier aficionado. Pero, más que eso, es el puntapié que impulsa el envío al Congreso de la ley de Servicios Audiovisuales.
La oposición se apresura a decir que se trata de otra fase del duelo que el gobierno mantiene con el grupo Clarín. Aunque puede haber algo de cierto, el dato en absoluto inhibe la dimensión de un proyecto que la democracia lleva cajoneado desde sus comienzos y que constituye una de sus mayores cuentas pendientes. Durante años, el campo de las comunicaciones fue regido por la ley 22285, anacrónica y viciada de nulidad por haber sido sancionada bajo la última dictadura. Las transacciones y el proceso de absorción de empresas realizados durante ese lapso carecieron, en sentido estricto, de un marco legítimo.
El rasgo más saliente del nuevo paquete legal es su espíritu antimonopólico. La reacción de los holdings que controlan el grueso de la información en el país no se hace esperar. En las tapas de sus diarios y, de otro modo, por boca de opositores cuyas voces parecen reproducir la voz del cada vez más equívoco Cuarto Poder. Asombra la falta de sustento de las críticas, el modo en que se tergiversan ciertos conceptos, la voluntad de oponerse a cualquier precio, incluso el de desconocer el tema a debatir. La manipulación, ahora, se desprende de los medios de prensa para impregnar al conjunto y su recurso predilecto es bloquear la iniciativa a partir de las intenciones atribuidas a sus promotores.
De todos los mensajes difundidos, el que mejor resume la nueva ola libertaria es el proferido por la señora Mirtha Legrand, desde su sitial de los almuerzos: “Yo no la leí pero me parece dictatorial. Hasta fascista , diría”.

DENTRO DE LA LEY

El derecho a la “libertad de prensa” surgió con el desarrollo de los grandes diarios y como defensa frente a eventuales coacciones del Estado. Tiene un sentido histórico y es ese mismo sentido el que lo acota, ya que la libertad compete a las empresas periodísticas y no al periodismo como tal. Dicho de otro modo: un medio que ejerce hacia fuera la libertad de prensa o de expresión puede no aplicarla hacia quienes trabajan para él.
Con el crecimiento de las redes de comunicación y las innovaciones tecnológicas, pronto quedó en evidencia, que había otros derechos a defender . Al hacer eje en el campo audiovisual y recortar el margen de licencias a las que se puede acceder, la Ley de Servicios Audiovisuales reivindica el derecho a la información del gran público , incluido el ciudadano común que no es lector habitual de diarios. El supuesto es que, partiendo de una diversidad de ofertas y de elección, el receptor del aluvión mediático estará menos expuesto al accionar de los grupos emisores más concentrados.
Por privilegiar la vía de la negociación con los dueños de los medios, la clase política se reveló incapaz de sancionar un nuevo marco legal. Esto incluye al Kirchner de la primera etapa, quien debió atravesar el pantano de una manipulación descomunal para advertir cuál era la única vía razonable.
En las culturas mediáticas la suerte de la democracia aparece muy recortada si debe supeditarse a las razones del mercado.
Al anunciar el retiro de concurso de las compañías telefónicas, la presidenta eliminó la mayor sombra de duda sobre el interés nacional del proyecto que impulsa. La media sanción del Congreso consolida esa línea. Esto no significa que los poderes afectados dejen de pujar. Pero saca, al menos, a una de las partes del duelo faccioso en el que parecía envuelta, para devolverla al lugar de representación al que legítimamente accedió.
Una ley no es una fórmula mágica que permita cambiar un estado de cosas. Necesita de una política de comunicación que la sostenga y sepa implementarla. Excede el horizonte de este gobierno y del que vendrá, perfilándose como una cuestión de Estado. Quienes no lo entienden así, solo deberían hablar en nombre de ellos mismos.

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