martes, 13 de octubre de 2009

25 años en la historia rosarina: “EL VECINO” SIEMPRE ESTUVO CERCA

Por Carlos Del Frade

En esta cuarto de siglo, Rosario ha dejado de ser la ciudad obrera, industrial, ferroviaria y portuaria que se conocía para convertirse en un archipiélago en el cual conviven islotes de opulencia y construcciones típicas de Barcelona, con islas atravesadas por las urgencias y también otras en donde se multiplican la resistencia y la esperanza.
Socialista; vértice de la expansión de la frontera sojera; religiosa sui generis con el padre Ignacio y curas cuestionadotes del propio arzobispado; melancólica por los viajes antes de tiempo del Negro Fontanarrosa, Alberto Olmedo, Darwinia Galichio, Rubén Naranjo, Rodolfo Scholer y Rosa Ziperovich; densa por los asesinatos impunes de diciembre de 2001, Sandra Cabrera y de decenas de muchachos atravesados por la democratización del narcotráfico; saliendo de los saqueos que sufrieron sus dos últimas grandes identidades populares como Central y Ñuls; memoriosa gracias a todos y cada uno de los organismos de derechos humanos; la ciudad tiene otros ritmos y aunque parecida al arranque de la democracia, hoy es distinta y se la vive de manera diferente. Desde la fenomenal obstinación del Turco Galli, esta revista se mantiene cercana a las necesidades informativas de docentes que todavía buscan algo más, historiadores que prefieren el difícil oficio de narrar los pasos perdidos de sus mayorías y miles de desconocidos y fieles rosarinas y rosarinos que encuentran en estas páginas un compañero para su pelea cotidiana. Los últimos veinticinco años de Rosario resulta un viaje que continúa en la vida de cada uno de los que deciden apostar por construir un futuro mejor a pesar de tantos pesares. Junto a ellos, seguramente, seguirá estando “El Vecino”, esta querida publicación parida por este entrañable y querible Turco Galli. He aquí parte de esa crónica existencial colectiva.

Multitudes

El fútbol rosarino. La religión laica. Después de tantos saqueos, Central y Ñuls parecen haber encontrado ciertos senderos institucionales que en algún momento devolverán alegrías deportivas.
Un cuarto de siglo atrás, canayas y leprosos venían de una década donde la ciudad había sido declarada capital nacional del fútbol no solamente por la calidad internacional de sus jugadores, sino también por las conquistas en los campeonatos locales.
La era Bielsa terminó en la era López y la subordinación de las inferiores a los intereses de los delincuentes de manos sucias, socios menores de los delincuentes de guante blanco vinculados a una dirigencia de hizo y deshizo porque la dejaron hacer y deshacer desde los poderes públicos que funcionaron a favor del saqueo.
En Arroyito hubo descenso, regreso con gloria, una copa internacional y el despedazamiento del patrimonio que hasta el día de la fecha lleva al equipo a pelear el descenso.
Aquel orgullo del fútbol rosarino hoy sigue en las tribunas y comienza a resurgir, de a poco y hasta que las arcas de los clubes aguanten, en algunos pibes que apenas pintan bien son vendidos a la primera billetera que aparece.
Fueron los pibes, los que están más allá del rectángulo verde, los que hicieron posible un cambio institucional, tanto en Ñuls como en Central. Por un lado los autoconvocados y por el otro, la muchachada del CRECE. La ciudad goleada, atravesada por el lavado de dinero y las impunidades, debe ser superada por proyectos colectivos basados en la democracia, la transparencia y la defensa de los patrimonios. Si no, una vez más, leprosos y canayas volverán a sentir la necesidad de vivir de un pasado cada vez más lejano y menos gracioso.

Cristianos

A principios de la democracia, la ciudad todavía sentía que la iglesia era el resultado de lo que salía de la Catedral y el arzobispado. Monseñor López era la continuidad de lo más oscuro de una jerarquía que no solamente había mirado para otro lado durante el terrorismo de estado, sino también una figura represiva más vinculada al ritualismo vacío que a la prédica de una sociedad con justicia y solidaria. Sin embargo, a fines de los ochenta y principios de los noventa, desde distintos barrios de la ex ciudad obrera comenzaron a surgir sacerdotes que recreaban ciertas pastorales de los años setenta y retomaban la alegría de compartir el pan.
A fines de los años ochenta, irrumpió la figura del Padre Ignacio y a partir de ese momento, miles y miles de desesperados sintieron que la iglesia rosarina era otra. Por lo menos la convocatoria hablaba de otra realidad.
Al principio resistido por la cúpula, Ignacio comenzó a trascender los límites del barrio Rucci a fuerza del relato popular y los grandes medios de comunicación lo tomaron como aliado, como así también sucedió con las fuerzas políticas mayoritarias tanto de la ciudad como de la provincia.
La multiplicación de la desocupación, la democratización del narcotráfico y la demanda creciente de la pobreza inventada, también hicieron surgir otros sacerdotes que denunciaban al sistema que paría excluidos.
En un cuarto de siglo, la iglesia rosarina muestra varias caras.
Por un lado, aquella que sigue gobernando ciertos resortes de poder desde el edificio del arzobispado, en España y Córdoba; por otro, la convocante de multitudes a través de Ignacio; pero además existen otras versiones, como las que aparecen en los barrios, en las parroquias olvidadas y la encarnada por aquellos sacerdotes de la llamada Carpa de la Resistencia, como Daniel Siñeriz, Salvador Yaco, Juan José Gravet y otros tantos que juegan un rol político no partidario que tiende a un mayor compromiso hacia una ciudad distinta y mejor.
¿Cuál de las tantas iglesias existentes en Rosario será la elegida en el próximo cuarto de siglo?.
Por ahora es un misterio. Sin embargo no es descabellado pensar, a la luz de tantos hechos de corrupción e hipocresía en los que cayeron distintos integrantes de la institución, que la iglesia rosarina del futuro deberá enfrentar procesos de ebullición internos que –por estos días- parecen estar silenciados pero que derivarán en serios cambios hacia fuera de los templos.

Medios

Hacia 1984, “La Capital”, “Canal 5”, “Canal 3”, y las radios de amplitud modulada tradicionales, como LT 8, LT 2, LT 3 y LRA 5, parecían resumir la necesidad informativa de los rosarinos.
Cada uno de estos medios de comunicación tenía dueños locales, conocidos, cercanos y con mañas más o menos medidas.
Desde la reapertura democrática, fue LT 8 la que generó un riquísimo cambio de ideas y propuestas, a través del programa “Hipótesis”, conducido originalmente por Eduardo Aliverti y acompañado por un equipo que hoy ya forma parte de las huellas de la cultura popular en la ciudad, como Esther Estekelberg, Miguel Angel Ferrari y Luis Saavedra, entre tantos. A ello hay que sumar el soplo de aire fresco que fue el programa “De buena fe”, encabezado por Oscar Bertone, todo un mojón en el momento que Evaristo Monti parecía ser el dueño de las cabezas rosarinas.
En LT 3, por la noche, “La bolilla que faltaba”, con Miguel Angel Acoglanis y Julio Vacaflor también crearon un espacio de ternura, respeto, complicidad y humor que no se sentía desde hace años en la ciudad.
Por otro lado, la irrupción de las radios de frecuencia modulada posibilitó construir opciones al tono de los discursos tradicionales.
En ese sentido, en aquellos primeros pasos de “El Vecino”, la FM de LT 3, dirigida por “Pebeto” Aramburu fue un lugar de contenidos que hasta ese momento estaban prohibidos en los grandes medios rosarinos. Tanto fue así que una bomba intentó silenciar semejante caudal democrático que afloraba a través de sus micrófonos.
En forma paralela, la revista “Risario”, también mostraba una manera distinta de encarar los temas de la ciudad, desde su director, David Leiva, a sus columnistas notables como Daniel Briguet, Santiago Baraldi, Jorge Ramírez y Horacio Vargas, entre otros.
Dentro de las experiencias de FM distintas, es necesario mencionar el surgimiento de la TL (originalmente Trabajadores Libres) y “Aire Libre”, emprendimiento social y colectivo que sigue vigente hasta el presente.
A principios de los años noventa y a pesar del menemismo rubicundo, el surgimiento de “Rosario/12” estableció temas que hasta ese entonces no existían para los grandes medios de comunicación de la ciudad como derechos humanos, denuncias con nombres y apellidos y registro de luchas sociales del presente y pasado. No fue menor el rol que ocupó el suplemento local de “Página/12” a la hora de plantear periodismo en la ciudad.
Pero a partir de 1997, la llegada del Grupo Uno, comandado por los hermanos Vila y José Luis Manzano, cambió la fisonomía de los canales informativos y de entretenimientos en la ciudad.
Comenzaba la concentración de medios de comunicación en pocas manos.
LT 8, LT 3, La Capital y luego el diario “El Ciudadano”, respondieron a los negocios de este grupo.
Como respuesta a tantos temas que no encontraban espacio en los grandes medios de comunicación de la región, surgió otra publicación, “El eslabón”, creada por un grupo de estudiantes de comunicación social, militantes políticos y tipos sensibles que a fuerza de investigaciones y denuncias lograron hacer visible una opción que acaba de cumplir diez años en la ciudad.
Ante la nueva ley de servicios de comunicación audiovisual, el grupo Uno carga de manera furiosa contra los dirigentes políticos que la votaron, utilizando las tapas de La Capital para apretar y seguir logrando beneficios.
En la televisión por cable se les obliga a los periodistas a decir que sus fuentes de trabajo corren peligro por la promulgación de la ley y en las principales radios de la zona surgen mentiras que son funcionales a esos patrones.
Ante este panorama, la lucha de los trabajadores de prensa de la ciudad junto al pueblo de la región, será defender su independencia de criterio y exigir respeto y pluralidad para no ser usados por unos pocos.
En este contexto, la insistencia de “El Vecino” será, por lo menos, una permanente invitación a buscar datos que en otros lugares no aparecerán.

Política

Alguna vez Rosario fue la capital del peronismo.
Desde hace veinticinco años, cuando apareció el primer número de “El Vecino”, ya no lo es.
En aquellos primeros pasos, el gobierno de la ciudad estaba en manos del doctor Horacio Usandizaga, un radical de derecha que supo aprovechar de la fenomenal elección que hizo el doctor Raúl Alfonsín al convertirse en el primer presidente de la recuperación de la democracia.
Por misterios de la comunicación y la curiosa conformación de la memoria colectiva, son pocos los que recuerdan que su administración terminó con una deuda millonaria que los rosarinos pagaron durante años por su negativa de reconocer aumentos salariales a los trabajadores municipales como también al Fondo de Asistencia Educativa.
Ni hablar de las decisiones políticas de reducir los presupuestos de salud y educación como aquellas jornadas de semana santa de 1987 de no estar en la ciudad cuando era imprescindible su figura para aguantar la asonada golpista carapintada. Gracias a esas extrañas formas que toma la memoria, hoy es presidente de Rosario Central.
Cuando Usandizaga renunció a la intendencia, para la cual había sido reelecto por el pueblo de la ciudad, surgió el socialismo como fuerza alternativa a través de Héctor Cavallero.
Con el tiempo, Cavallero eligió jugar con el menemismo y truncó - para muchos- la posibilidad de convertirse en el primer gobernador de una fuerza de centroizquierda en el país como, en aquel momento, era el Frente Grande.
Hoy Cavallero vuelve a ser concejal de la ciudad con la idea de recuperar todo aquello que alguna vez pudo ser. Los días por venir serán testigos del resultado de semejante apuesta.
A Cavallero le siguió Hermes Binner, un médico sanitarista que hizo del presupuesto una herramienta fundamental a la hora de considerar las necesidades en aquella área básica.
Hombre de pocas palabras, Binner hoy gobierna la provincia de Santa Fe -la primera vez que un socialista administra una provincia argentina- y todavía debe hacer realidad aquello que prometió en la campaña y asumió ante los tres millones de habitantes de estos arrabales del mundo: producir un cambio en serio.
En la ciudad, Miguel Lifschitz fue la continuidad del socialismo y ya en su segundo mandato comienza a sentir los efectos de una política que, -según las críticas- en los últimos tiempos estuvo más vinculada a los intereses de los grupos liberales que pululan por la zona que en atender las urgencias que brotan más allá de los bulevares.
De allí el resultado de las últimas elecciones a concejales donde la advertencia se hizo presente de manera ostensible.
La política rosarina, en estos veinticinco años, avanzó en obras de infraestructura, cierta democratización en los servicios de salud y vivienda, pero quedó subordinada a las imposiciones de los mandatos que venían de Buenos Aires y, fundamentalmente, de las clases dominantes expresadas en las grandes multinacionales asentadas en el sur de la provincia de Santa Fe.
¿Podrá la política rosarina recuperar el protagonismo de una ciudad que alguna vez fue obrera, industrial, portuaria y ferroviaria y que a través del trabajo de su pueblo no le tenía miedo al futuro si no que apostaba al mañana?.
¿Querrán los actuales dirigentes de los viejos partidos políticos ser algo más que una gestión prolija que únicamente se encarga de administrar los restos que dejan de lado la voracidad de le prepotencia de los grandes grupos económicos?.
Una respuesta que seguramente encontrará su relato en las páginas de “El Vecino”.

Densidad

Rosario, como el país, fue saqueado en estos últimos veinticinco años.
La desarticulación del modelo de pequeñas y medianas industrias ubicadas en el mapa de la ciudad generó una desocupación que, en su momento, trepó más allá del 24 por ciento.
La privatización del puerto estatal que alguna vez hizo de la ciudad el granero del mundo, iniciada con Martínez de Hoz y completada durante el menemismo, no solamente arrojó al agujero negro de la ausencia de trabajo a miles de obreros sino que abrió el camino para una de las principales rutas de la comercialización de drogas en esta parte del globo tal como lo muestran los mapas de la DEA, las declaraciones que hiciera un ex jefe de drogas peligrosas de la policía federal con asiento en Rosario (Oscar Alvarez) y las decenas de asesinatos producidos en la zona sur de la ciudad de muchachos que de pronto se ven envueltos en ajustes de cuentas entre bandas que quieren monopolizar la venta de distintas sustancias siempre vinculadas a las actividades portuarias.
Los asesinatos impunes de los llamados saqueos de 1989 y del estallido de 2001, también marcan la presencia de una fuerza policial que lejos está de cuidar al pueblo sino todo lo contrario.
El asesinato de Sandra Cabrera, en enero de 2004, se inscribe en esta trama de intereses mafiosos que crece a la sombra de los grandes proyectos arquitectónicos como el Casino, la Isla de la Música y las torres de Ciudad Ribera.
En el expediente que intenta buscar algo de justicia en torno al final de la dirigente sindical de AMMAR se lee con claridad que distintos nichos de las fuerzas policiales, tanto la provincial como la federal, utilizan a las trabajadoras sexuales para vender la droga que los propios integrantes de esas instituciones les suministran. Pero como semejante revelación no está –entienden los jueces- directamente relacionada con el asesino material de Sandra no fue ni difundida ni agendada por la atención de las principales fuerzas políticas de la ciudad y la provincia.
Rosario no es solamente la postal luminosa que se ofrece desde los círculos oficiales, es también esta densidad donde drogas, marginalidad, explotación sexual y violencia aparecen en la vida cotidiana de sus habitantes.
Todavía no se ha discutido públicamente sobre el asesinato del tesorero del gremio de camioneros, Abel Beroiz, en noviembre de 2007, desde los ámbitos políticos.
No sucede en ningún otro lugar del país. Fue en pleno centro rosarino. En el estacionamiento del Automóvil Club Argentino, debajo del principal Centro Cultural que sigue llevando el ingrato nombre impuesto por la dictadura.
Tampoco es casualidad que los principales barrabravas de Central y Ñuls sean defendidos por los mismos abogados de los integrantes de las fuerzas policiales de la ciudad.
Semejante trama de relaciones fue surgiendo a medida que la ciudad fue cambiando a partir de los años noventa.
Una densidad que obliga a seguir investigando, denunciando y proyectando alternativas, especialmente para que los pibes que viven en esta hermosa tierra abrazada por las aguas marrones del Paraná encuentren algún sentido cuando pronuncian la palabra futuro.

Esperanzas

Rosario, sin embargo, es hija de la rebeldía.
Desde que fue artiguista por convicción y con conciencia de clase en 1890 cuando se convirtió en una de las primeras ciudades del planeta que conmemoró el primero de mayo.
En este último cuarto de siglo la ex ciudad obrera fue nombrada de las más diferentes formas: capital nacional del helado artesanal, Barcelona argentina, capital internacional de la cultura (por aquel Congreso de la Lengua), ciudad digital y hasta capital de la luna llena.
Pero los rosarinos, en tanto, siguen apostando por una democracia de profundidad.
Que no resigne la bandera la distribución de la riqueza como simple slogan de casi todos los dirigentes y la haga realidad: cerca de 12 mil millones de dólares producen los rosarinos todos los años.
Una fenomenal cantidad de dinero que debería generar una mejor vida para las mayorías y no solamente para las élites, para las minorías.
Hay que recuperar aquella mística que atraviesa cada una de estas experiencias colectivas como la iglesia, el fútbol, los medios de comunicación, la política y el trabajo.
Una mística basada en la memoria de protagonizar los viejos sueños colectivos inconclusos.
Rosario es el lugar de las mayorías no el paraíso arquitectónico de unos pocos.
De allí que sea fundamental contar cada uno de los hechos que conmovieron el pulso de la ciudad.
De los que ya pasaron y los que pasarán.
Y por eso habrá que celebrar la continuidad de “El Vecino”.
Porque en sus páginas estará ese relato.
El relato del pueblo rosarino.
El relato de las mayorías que quieren recuperar aquellas rebeldías para celebrar un futuro para los que son más.
Y esa crónica, no lo dude, aparecerá en “El Vecino”.

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