sábado, 19 de septiembre de 2009

Más allá de los números: Historias minima’s

Por Carlos Del Frade
Foto: gentileza La Luciernaga

Casi cuatrocientos mil pibas y pibes no celebran cumpleaños en la Argentina del tercer milenio. Y nueve de cada diez que sobreviven en los hogares empobrecidos del país hecho de carne, trigo y pan, nunca escucharon un cuento. Nunca pensaron que había una vez en que el final era feliz porque los buenos les ganaron a los malos. Y si no saben que eso es posible difícilmente crean que puedan cambiar la realidad.

Estos datos y otros más marcan la estatura exacta de la historia contemporánea, el país real se mide en la carne viva de las chicas y chicos del país que alguna vez prometió que serían ellos los únicos privilegiados. Las postales que siguen hablan de las consecuencias de políticas que dicen ser distintas pero que, en definitiva, castigan para abajo, en el territorio donde proliferan las historias mínimas, las de los pibes.
Mayo y los pibes

A casi doscientos años del sueño colectivo inconcluso llamado la Argentina, habría que revisar a qué distancia está la realidad social del país en relación a aquellas propuestas políticas del origen de la nación.
Hombres como Manuel Belgrano, Mariano Moreno, José Artigas y José de San Martín, entre tantos que hoy suelen ser motivo de biografías para aumentar las ganancias de ciertas editoriales que perciben el valor simbólico de estos dos siglos, pensaban que la política debía generar la felicidad del pueblo.
En sus escritos personales, en las cartas que todavía se conservan de estos viejos y casi desconocidos próceres, pueden leerse las preocupaciones sobre el presente que soportaban los chicos de aquellos tiempos.
De alguna manera ataban la urgencia de profundizar la revolución a la suerte de la niñez en estos arrabales del mundo.
No hay revolución si no hay vida plena para los pibes.
Esa parecería ser la consigna de las letras ardientes de aquellos tipos que fueron consumidos en el fuego de la guerra por la independencia.
Hoy, entonces, sus fantasmas estarán inquietos, indignados ante tanto desprecio descargado contra la niñez de estas pampas sin límites.
El Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, Unicef, informó que en la Argentina “nacen 1.920 niños por día, el 31,6 por ciento de ellos nacen en hogares pobres”.
A razón de 606 bebés pobres cada veinticuatro horas.
Una fenomenal hipoteca contra la suerte del propio pueblo.
Una obscena demostración de la distancia que separa la realidad del presente con la soñada por los fundadores del nuevo país.
Pero la cifra no está sola.
Sergio Britos, profesor de la Escuela de Nutrición de la Universidad de Buenos Aires y director del Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil, opinó que la situación no es tan mala como en el año 2002. Sin embargo advirtió que está en “camino a regresar, dado el aumento importante y vertiginoso que está teniendo la pobreza en los últimos dos años y más particularmente ahora. En la actualidad y proyectando datos de la Encuesta Nacional de Nutrición, en Argentina hay 55.000 niños menores de 6 años con desnutrición aguda (pérdida de masa corporal por hambre), 300 mil con desnutrición crónica (petisos sociales), 700 mil con deficiencias de nutrientes esenciales a causa de una dieta de baja calidad y 600 mil chicos (la mayoría menores de 2 años) con anemia por falta de hierro. El futuro de estos chicos dependerá de cómo las políticas públicas reaccionen. Las políticas alimentarias se muestran hoy totalmente ineficaces", sostuvo el especialista.
Números del espanto multiplicado, de la impunidad desbocada.
A lo que hay que sumar un dato más.
De acuerdo al Instituto Nacional de Estadísticas y Censo, la canasta familiar es de mil pesos para la línea de pobreza y 550 para la línea de indigencia.
Britos asegura que "el costo de una canasta alimentaria saludable triplica esos valores". A partir de estos datos “casi mil bebés pobres nacerán hoy. Y también hoy morirán 28 chicos por causas relacionadas con la pobreza. De ellos, 8 directamente morirán de hambre”, apuntaba la crónica periodística.
A casi doscientos años de la revolución de mayo, la realidad de los pibes exhibe la historia en carne viva. Un dolor que necesita de una nueva y definitiva decisión colectiva de revolucionar la vida en estos parajes.
Fuente: CLARIN – 11/08/09

Sesenta años después

Sesenta años después de la constitución justicialista que proclamaba los derechos del trabajador y la consagración de la justicia social, otro gobierno que se dice peronista reafirma todo lo contrario.
Decía aquella constitución peronista de 1949 que “el trabajo es el medio indispensable para satisfacer las necesidades espirituales y materiales del individuo y la comunidad, la causa de todas las conquistas de la civilización y el fundamento de la prosperidad general; de ahí que el derecho de trabajar debe ser protegido por la sociedad, considerándolo con la dignidad que merece y proveyendo ocupación a quien lo necesite”.
A pesar de que se repitan los símbolos y ciertas palabras, la realidad es diferente.
Seis década después parece difícil encontrar aquella protección a los trabajadores desde el mismísimo gobierno nacional.
De allí que los excluidos, los que están afuera, parecen condenados a perpetuarse en la intemperie social.
Un análisis sobre los subsidios otorgados por la Administración Nacional de Seguridad Social informa que, por ejemplo, los seguros de desempleo no fueron modificados desde su puesta en marcha en el año 1992, plena época del menemismo rubicundo, otra de las caras de aquel peronismo de hace sesenta años.
Desde hace diecisiete años –casi una generación de distancia, según indican los académicos de la historia- el seguro de desempleo está estancado en un tope de 400 pesos mensuales.
¿Qué entienden los descendientes de aquella constitución de 1949 que una persona puede hacer con cuatrocientos pesos cada treinta días?.
¿Qué grado de justicia social se mide con cuatrocientos pesos mensuales?.
Miles de argentinas y argentinos –como le gusta decir a la presidenta- cobran 150 pesos mensuales en concepto del llamado Plan Familias y 100 pesos los beneficiados por el plan Jefas y Jefes de Hogar.
Una miseria institucionalizada.
Una fenomenal inversión de todo aquello construido seis décadas atrás.
La información periodística agrega que “el Gobierno empezó a trasladar los subsidios a las tarifas, y así alimentó una mayor suba de los precios. Por eso, las mayores alzas de precios en la propia estadística del INDEC se están registrando en los llamados productos y servicios regulados por el Estado, como combustibles para la vivienda, electricidad, agua y servicios sanitarios o transporte público de pasajeros que, proporcionalmente, golpea más a los sectores de menores recursos”.
Las consecuencias ofrecen un panorama repetido en la historia social argentina, “los más golpeados fueron los sectores medio-bajos, del interior del país y que se desempeñan en la informalidad”.
A sesenta años de aquel peronismo que partió la historia argentina por la mitad, la realidad muestra que casi nada queda del hecho maldito del país burgués, sino más bien de políticas burguesas que maldicen al país.
Fuentes: Clarín – 07/08/09
Constitución Nacional justicialista del año 1949.

La cordial

La ciudad de Santa Fe tiene una propaganda oficial que la califica ante los visitantes: “La cordial”. Así se define a la capital de la segunda provincia más importante de la geografía argentina. Santa Fe, la cordial.
Más de medio millón de habitantes pueblan el lugar atravesado de lagunas y riachos y bordeado por el majestuoso Paraná.
Hasta los años ochenta, todavía había industrias, pequeños y medianos talleres metalúrgicos que daban un perfil obrero a su cuerpo colectivo.
Los vientos del saqueo soplaron con furia sobre la ciudad cuna de las constituciones de 1853 y 1994.
Quedó su pueblo, sus pasiones, sus peleas cotidianas por recuperar el derecho a una vida digna y centenares de pibas y pibes exiliados de las escuelas y del trabajo que alguna vez soñaron tener.
El pueblo de la ciudad de Santa Fe, “la cordial”, resumió sus anhelos en ídolos individuales, desde Carlos Monzón a los Midachi, desde Fernando Birri a los alfajores Merengo.
Pero la realidad de las pibas y pibes santafesinos comenzaron a deambular en el universo viscoso de sobrevivir como mano de obra esclava de negocios impunes como el narcotráfico. Una postal que se repite en toda la geografía provincial y que no es exclusividad de la ciudad capital.
Las estadísticas de la violencia callejera aumentaron y los grandes medios de comunicación del lugar –socios e integrantes de la clase dominante- aumentaron los prejuicios contra las víctimas.
De allí que ahora suelen aparecer nuevos estigmas para satanizar a los más castigados, a las pibas y pibes que intentan encontrarle algún sentido al presente que soportan y que ya resignaron buscarle el significado a la palabra futuro.
La crónica periodística señala que “un chico de apenas siete años fue detenido cuando robaba golosinas y juguetes armado con una temible faca tumbera de veinte centímetros de hoja”.
La nota dice que “el chico se mezcló entre la gente y sin más empezó a llenar los bolsillos con juguetes y golosinas, pero al rápido aprovisionamiento puso fin la policía. “Los agentes lo trataban bien -refirió nuestra entrevistada-, pero le decían que devolviera lo robado y me dio lástima, les pedí que le dejaran llevar algún juguete. “Esto -dijo después-, este estado de locura y nerviosismo vivimos todas las tardes todos los comerciantes que trabajamos frente al hospital Alassia, y no sólo por un nene armado con cuchillo, sino porque aparecen patotas formadas por chicos de siete años o un poco más. Los pibes ya andan con cuchillos y hasta con revólver, alguna vez”. Otras personas contaron cómo tratan de congraciarse, de ser amables con ellos, “con los chicos que vienen con olor a poxirrán” y cómo tratan de conquistarlos, de tenerlos por amigos para no llegar a situaciones límite o tan desgraciadas que no se puedan reparar, pero nada”, apunta el escrito.
Así sobreviven las pibas y pibes en Santa Fe, la cordial, ya no solamente marcados por el empobrecimiento en sus ropas y la permanente ausencia en aulas escolares y canchitas de fútbol, sino también marcados con un nuevo estigma, “el olor a poxirrán”. Habrá que recuperar aquella vida colectiva saqueada para que Santa Fe, en serio, vuelva a ser cordial con los más indefensos.
Fuente: El litoral – Santa Fe 14/08/09

Vigencia de la Edad Media

Un poco menos de sesenta años que Colón llegara a América, la palabra apareció en España.
Eran tiempos de inquisiciones, de oscuridades, de los reyes Isabel y Fernando, cuando la conciencia estaba sumergida en el miedo impuesto por unos pocos.
Dicen los etimólogos que la palabra carcinoma apareció en el año 1438 entre los habitantes de la península.
Era sinónimo de cangrejo y se usó por comparación para designar el sentido de “tenaza, instrumento de tortura”.
De ese mismo vocablo derivó la palabra cáncer.
Y ambas fueron mezcladas por el hablar popular y terminaron provocando el nacimiento de la palabra cárcel.
Las cárceles, desde entonces, eran una permanente sumatoria de torturas y enfermedades mortales.
Las cárceles eran, en el origen de las palabras en el castellano, una enfermedad terminal, las cárceles eran el cáncer de la sociedad.
Una sociedad abría las rejas para inocular el cáncer a los que decidía castigar.
Las raíces de las palabras suelen explicar las lógicas de ciertas instituciones.
A pesar de que la Constitución Nacional hable de las cárceles como lugares para rehabilitar a los detenidos, la realidad histórica de las prisiones en la principal provincia de la Argentina devuelve los tiempos originales de la palabra.
“La tortura sigue siendo práctica generalizada en las cárceles provinciales. El submarino seco, los palazos, las golpizas, la picana eléctrica, los traslados constantes, las duchas o manguerazos de agua helada, el aislamiento como castigo, constituyen un muestrario de prácticas vigentes en cárceles provinciales”, sostiene el documento presentado por el Comité contra la Tortura de la Comisión por la Memoria de la provincia de Buenos Aires.
Allí se lee que durante el año 2008 murieron ciento doce personas, a razón de un muerto cada tres días.
Para el Comité, la política del Ministro de Seguridad de Buenos Aires, Carlos Stornelli, “representó un retroceso. Los resultados de esa política fueron el uso cada vez más extendido de prácticas arbitrarias como las torturas, suicidios sospechosos en comisarías y un nuevo caso de desaparición forzada de persona: el joven Luciano Arruga, de 17 años, que fue visto por última vez en una comisaría de Lomas del Mirador”.
Otros datos del informe revelaron que casi la tercera parte de las muertes fue causada por peleas, asesinatos, heridas de arma blanca, electrocución y suicidio por ahorcamiento.
El Comité destacó el incremento de la cantidad de mujeres detenidas y acusadas por tenencia simple de drogas.
Pero quizás el dato de mayor profundidad es que se registraron 19 hechos violentos por día.
Una clara demostración que en las cárceles de la provincia de Buenos Aires se hace realidad la etimología del término.
Son lugares que multiplican la tortura y se convierten en enfermedades terminales para los que pueblan sus espacios.
La edad media está vigente en pleno siglo veintiuno.
Fuente: Critica de la Argentina – 06/08/09

Las veredas porteñas

“Las callecitas de Buenos Aires tienen ese no se qué…”, dice uno de los versos de una conocida letra de tango.
La frase connota misterios, melancolías y esperanzas todavía ignotas.
Para un duende narigón que supo encarnarse en la historia, Enrique Santos Discépolo, el tango es la intimidad que se esconde y el grito desnudo que se levanta.
Música de arrabales y letras de excluidos, el tango original marcaba una rebeldía existencial que buscaba hacerse colectiva, popular.
Pero la poesía, fenomenal herramienta que desde la belleza grita vergüenzas e ilumina flores de resistencias, apenas tiene un lugarcito en una realidad estragada por la impunidad de la riqueza concentrada en pocas manos.
Los cuerpos se multiplican en las callecitas de Buenos Aires.
Y el misterio, entonces, reside en señalar con nombre y apellido a los multiplicadores del dolor en esos cuerpos que se multiplican en las callecitas de Buenos Aires.
La información es contundente.
La organización Médicos del Mundo sostiene que hay once mil personas en situación de calle en la otrora prepotente ciudad capital de la Argentina.
El número contiene una división. Más de tres mil de esos cuerpos son chicas y chicos menores de dieciséis años. Y más de siete mil corresponde a mayores cuya edad promedio es de cuarenta y dos años.
Las callecitas de Buenos Aires tienen los cuerpos de los excluidos de la Reina del Plata.
Once mil historias personales que no saben qué significa la palabra futuro o que la sienten enemiga u hostil.
El epidemiólogo Gonzalo Basile, presidente de la mencionada organización, dice que estas once mil personas “viven en la calle y pasan la mayor parte de su vida en ella, como es el caso de los trabajadores cartoneros y sus hijos, además de todos aquellos que entran y salen de las distintas casas tomadas o de los núcleos habitacionales transitorios que hay en toda la ciudad”.
Basile agregó que su entidad denunciará al gobierno porteño ante el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas por “el accionar de la Unidad de Control del Espacio Público (UCEP), que se encarga de expulsar a las personas que viven en la calle de plazas y parques” y cuyos apremios fueron documentados por los médicos de esta ONG.
El médico está convencido que “estas personas no existen ni para la agenda pública de la ciudad, ya que a doce días de las elecciones para diputados nacionales y legisladores porteños, las principales fuerzas políticas en pugna ni siquiera mencionan este desgarrador incremento”.
Para colmo de males el cuarenta por ciento de esta población que vive en situación de calle en Buenos Aires no tiene documento de identidad por lo que no pueden recibir atención adecuada en los hospitales y centros de salud.
Por otro lado, el 90 por ciento “de los profesionales de hospitales y centros de salud reconocieron “no tener acciones ni estrategias de respuesta para los chicos-adultos en situación de calle ni salir a atenderlos puertas afuera de la institución hospitalaria”.
Las callecitas de Buenos Aires tienen los cuerpos de los excluidos de un sistema que cada vez menos cuida las apariencias y que intenta naturalizar su ferocidad.
Será hora de alguna rebeldía que vaya más allá de la letra del tango.

Fuente: Critica de la Argentina – 15/06/09

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