sábado, 19 de septiembre de 2009

EL FISGON | BIBLIA NEGRA

Por Daniel Briguet

“Te vas a ir, vas a salir
pero te quedas”.
Charly García - Alicia en el país


1
Ella duerme. Es lo que piensa mientras pasa frente al edificio de dos plantas ubicado antes de la esquina. Las luces de la calle siguen encendidas en el aire helado de la madrugada. ¿Por qué tanto frío? -se pregunta y trata de recordar un invierno parecido. Calamidades naturales. Primero fue la lluvia de granizo que rompió vidrios y mamparas, abolló centenares o miles de coches y sembró el pánico entre los conductores. Nunca había visto caer piedras tan grandes. Luego las inundaciones que cortaron las rutas y anegaron barrios enteros, dejando a muchos vecinos a la intemperie. Ahora este frío seco y penetrante que parece no tener corte.
¿Una nueva versión de las Siete Plagas? ¿O es que el Apocalipsis ya está en marcha?
- Hemos pecado, okay, pero no es para tanto -reflexiona mientras toma un café doble en el boliche de la GNC. El gas sale de los surtidores y los tacheros llenan sus tanques, agrupados en un rincón del minimarket, parloteando de la apertura del torneo apertura o intercambiando dardos de grueso calibre. Le llevó años acostumbrarse a ese lenguaje duro, ahora no lo sorprende ni lo incomoda.
En la barra del fondo, apartada del resto, ve a una chica de espaldas con una chaqueta roja y vaqueros gastados que carga con una mochila. No es usual la presencia de una chica a esa hora y menos con la mochila puesta pero su pensamiento no va más lejos. Hojea el diario y luego sale a fumar un cigarrillo en la playa. Mira el cielo y comprueba que las estrellas que aún brillan miran hacia abajo. Una novela de Cronin perdida en los años del colegio secundario. Le resulta curioso recordar nada más que el título. ¿Pero acaso él no empieza mucho de lo que escribe a partir de un título? Un título y una situación propicia.
Camina por calle Alvear rumbo a su casa. Vuelve a ver a la chica de la chaqueta roja, parada frente a la agencia de loterías que está en la esquina. No es normal que una chica detenga su marcha cuando un hombre se acerca. Puede ver su cara y el pelo de un rubio amarillo, atado en trenzas. Ella le devuelve la mirada y le pide un cigarrillo. Una transa -piensa- se trata de una transa. Luego, en el trazo definido de las cejas y la piel áspera de un rostro joven, advierte que ha visto a la chica en otras ocasiones y hasta llegaron a cruzar un saludo.
-¿Te puedo pedir un favor? - pregunta ella-. ¿Vos vivís solo?
-En general, sí -responde él, aplomado. Es bueno sentirse alguna vez pie y no jugar de mano.
- Necesito que me aguantés dos o tres horas, hasta las diez.
- Hasta las diez son más de tres horas. ¿Pero por qué?
- Porque no quiero encontrarme con el Tuqui
- ¿Quién es el Tuqui?
-Una especie de amigo, alguien que banca. Pero no quiero encontrarme con él.
Ya están caminando por la calle transversal, pasan frente a la agencia de coches importados y luego, frente a la fábrica de quesos, con su inconfundible olor.
-¿Por qué no querés encontrarte?
-¿Tengo que decírtelo?
-La que empezó preguntando fuiste vos.
-Bueno, necesito que me aguantés hasta las diez.
La mira de costado y no siente ninguna expectativa. Solo la inquietud de meter una extraña en su casa, después de algunas experiencias poco gratas.

2
Debajo de la chaqueta lleva un buzo blanco con la inscripción All is love. Estira un brazo sobre la mesa y recuesta su cabeza, como si quisiera descansar.
- Me pasé cuatro años y medio en la Unidad 5 -dice -. Salí hace nueve meses.
- ¿La Unidad 5?
- La Cárcel de Mujeres. ¿No conocés?
- Cuatro años y medio es mucho tiempo. ¿Qué hiciste?
- ¿Qué hice? De todo hice. Salía a apretar kiosqueros, gente en la calle, cualquiera. Un día quise mandarme un caño grosso y me salió mal.
- ¿Estás calzada ahora?
- ¿Estás loco? Lo que te cuento ya pasó. En la cárcel escuché la palabra del Señor. Ahora tengo una Biblia y todas las noches leo un poquito.
- ¿Segura que largaste todo?
- Casi. De vez en cuando fumo un porrito. Pero nada más. Y cuando pueda, también dejo de fumar.
El mira la mochila junto a sus piernas.
- ¿No me creés? Te muestro lo que tengo. -dice y abre la mochila, saca un tubo de dentífrico y un cepillo de dientes, saca un pequeño libro encuadernado en cuero negro.
- No hace falta que me mostrés -dice él, algo incómodo-. Guardá tus cosas.
- Estaba loca. ¿Sabés lo que es ir a la enfermería y pincharme con una jeringa vacía? Síndrome de abstinencia. Eso es. Mirá cómo tengo los brazos -dice y levanta una manga de su buzo blanco.
- Escucháme -dice él, con una mano encima del buzo arremangado-. ¿Cuál es tu nombre?
- Me llamo Alicia.
- Escucháme, Alicia: no quiero que me mostrés nada. Es tu vida. Vos me pediste que te aguantara por unas horas. Okey, si querés podés tirarte en la pieza de al lado. Está más caliente porque hay una estufa.
- ¿En serio?
- Sí, pero al menor bardo te vas. No quiero ninguna historia.
- ¿Por qué pensás que te puedo hacer un bardo?
- Porque sos una extraña y esta es mi casa.
- Tan extraña no soy. Sabés cómo me llamo.
- Sé cómo te llamás y también sé que te mandaste un caño grosso y te salió mal. ¿Quién es el Tuqui?
- Ya te dije, un amigo.
- No seas boluda. Es un amigo y vos le estás escapando. ¿Dónde lo conociste? ¿En Alcatraz?
- ¿Y eso qué es?
- “Fuga de Alcatraz”, Clint Eastwood en el papel protagónico.
- ¿De qué hablás?
- De que no quiero historias.
- ¿Y yo que te dije? ¿No dijiste que mi vida era mi vida?

3
La oye respirar con ronquidos leves. Está acurrucada debajo de una manta y encima de la manta, la chaqueta colorada. ¿Precaución o nada más que frío. Al pie de la cama están sus medias y sus zapatillas deportivas. Ni una prenda más. La mira dormir y se pregunta si realmente estará durmiendo. Una mina como ella debe dormir con un ojo abierto. O con los dos, debajo de los párpados. Vuelve a la cocina y toma unos apuntes.
Siempre toma apuntes en estos casos aunque después queden guardados en el cuaderno borrador.
Trata de fijar ciertos giros, expresiones a mitad de camino entre la jerga tumbera y los códigos de la noche. Le dijo que vive en una pensión y que en la pensión cierran la puerta de entrada a las once. Pero si vive en una pensión, ¿por qué anda con el cepillo de dientes y el tubo de dentífrico? Ve la mochila. Algo de confianza le debe tener porque si no, no la hubiera dejado en la cocina. Tal vez esa confianza no surgió hace un rato sino en los cruces anteriores por el barrio. Mira la mochila y siente que no le gusta lo que va a hacer. No le gusta pero lo hace. Se mueve como un poli o un inspector de aduana. Aparte de lo visto, no es mucho lo que lleva. Tampones, un suéter gastado y una bolsita de plástico que contiene dos bombachas limpias.
Lo dicho: si vive en una pensión, no necesita equipaje. También es verdad que no es una chica standard. ¿Qué sabe él de la vida de una tumbera?
El reloj marca casi las nueve. El cielo está nublado según puede ver por la ventana de la cocina. La va a despertar. No tiene tareas fijas pero no soporta más la espera. Inventará una excusa. Después, si se cruza con uno de los playeros de la estación, averiguará algo más. La va a despertar, sentado junto al bulto que forma su cuerpo tomado, pero antes su mano roza una trenza de pelo amarillo. Es un gesto impensado, ni siquiera una caricia.
- No me toqués el pelo -dice una voz ronca, que surge de entre las sábanas- No me gusta.
Ahora ella lo mira con los ojos bien abiertos.
- ¿Y qué te gusta?
- No sé. Me gusta que me respeten. Yo vine acá y vos tuviste la onda de prestarme una cama. Eso no significa que vayas a llevarme a la cama. ¿Me explico?
- ¿De qué hablás? Apenas te toqué una trenza.
- Sí, claro, primero es una trenza, después son dos, después es una teta... ¿Soy boluda yo?
Se enredan en una discusión sin consecuencias. Finalmente ella aparta la manta y le pide un par de medias. Dice que las suyas están húmedas. Luego se calza las zapatillas y camina automáticamente hasta el baño mientras el constata que su cuerpo es alto y de líneas rectas, sin nada que se vea prominente. Se queda sentado en la cama, sabiendo que a esa hora suele asaltarlo el deseo pero cualquier atisbo de deseo se disuelve cuando ella levanta el tono de su voz rea.

(Fragmento de “Todos hablan”
(Biblia negra), relato incluido en el libro
“El rugido de un león”, Ed. Ciudad Gótica)

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