martes, 18 de agosto de 2009

Mirador de Libros

Por María Angélica Scotti

Delia Crochet: DECIR AHORA (Ed. Alción) y LA FORMA DE LA MANZANA (Ed. Recovecos)

Estos dos volúmenes de cuentos de Delia Crochet, publicados en un corto plazo (2007 y 2008), comparten una serie de características. Ambos logran adentrar sutilmente al lector en pequeños mundos, fragmentos o recortes de vidas mínimas, simples; pantallazos más que historias propiamente dichas.
Los dos se centran en personajes antes que en sucesos, exponen con desenfado su interioridad, sus conflictos, sin resolverlos en general. La mayoría de sus protagonistas son mujeres, seres solitarios o con cierto desamparo vital. Así aparecen la señora elegante abrumada por el tedio pueblerino y que sueña con un gran amor; la esposa frustrada por su vida rutinaria; la madre víctima de una hija despótica y caprichosa; la amante de barrio que compite calladamente con la señora del centro por el amor de un mismo hombre; las amigas que se reencuentran al cabo de largos años y de desiguales destinos… Los hombres, menos favorecidos por la autora, a menudo se dejan arrebatar por la violencia o por sus arrogancias, aunque no faltan los débiles o desvalidos y hasta alguno víctima de su mujer infiel. Los escenarios en que se mueven son la ciudad (a veces explícitamente Rosario) o un pueblo. La mayor parte de los relatos están narrados en tercera persona, pero con un narrador muy cercano al protagonista, casi como si éste discurriera en primera persona. La autora se destaca en el despliegue del mundo interior, o en el genuino fluir de la conciencia, valiéndose de ritmo y sintaxis acumulativos. No juzga a sus criaturas de ficción sino que las muestra con sus imperfecciones (o perversiones), e incluso con mirada comprensiva. Y, al describir, se detiene con frecuencia en lo pequeño o mínimo, en pormenores, por ejemplo al presentar la figura de “un viejo”: “En la clara luz de la mañana se le transparentaban las venitas, una miríada de finos trazos rojos” (DECIR…,p.17). Otra característica sobresaliente de D.C. es su trabajo con lo implícito, lo tácito, lo sugerido o no dicho, el trazado de los personajes y sus vidas como un simple bosquejo o esbozo, sin acabar o cerrar. Acorde con esto es su habitual recurso del final abierto: la autora conoce sabiamente cuándo cortar o interrumpir el relato sin exasperar al lector. También cabe señalar su destreza con los diálogos, algunos de ellos impecables, y su acertada elección en cuanto a los títulos. Hay cuentos con gran riqueza lingüística y metafórica: “Por nada del mundo ella se perdería el instante en que el cielo se quita la fina piel de la noche, como si fuera el hollejo oscuro de un fruto”(DECIR…,p.89) y que dan lugar a traslaciones imaginativas de vasto desarrollo (como en el excelente relato “Flota la vida de los hombres”: “Cuando era joven el maletín representaba una promesa. Viajar, una aventura. Todo lo que ahora lo dejaba indiferente, desilusionado y harto, era entonces una fuente de manjares que se fue comiendo lentamente, agotando aquellos sabores del paladar. Ya no quedaba nada del animal joven y hambriento que había sido.”). Puede decirse que los cuentos más notables son, entre otros, “La región de lo irremediable”, donde una muchacha de ciudad, sola y sin rumbo, va a trabajar a un pueblo, en la pensión de una viuda con la que rivaliza ante el requerimiento de un hombre; “La pasajera”: una mujer desamparada, fugitiva, que se asila brevemente en un sórdido bar del suburbio para proseguir luego su huida; “El pan nuestro”, que despliega el discurso interior de la viuda de un sastre y allí evoca las penurias de su vida pasada; “El amor en la hierba”: una mujer vuelve al pueblo natal y se reencuentra con una amiga de la adolescencia que vislumbró el amor sin llegar a vivirlo; “La forma de la manzana”(que da título al libro, al cual corresponden los cuentos mencionados): una señora de clase media alta, en su departamento, acecha las infidelidades de su marido. En DECIR AHORA, descuellan “Y la vida perdurable”, en que un ama de casa dedicada a su familia de pronto se siente triste, “desvivida”, pero igualmente se sabe feliz; “Domingo de guardar”: un chacarero a punto de perder su propiedad se deja llevar por la resolución inexorable; “La última puerta”: una mujer, de vuelta del mercado, entra distraídamente en un departamento ajeno donde padece una situación extraña; “Arribo”: una chica de pueblo marcha con su valija a la ciudad en busca de un destino diferente; “Octavia y Basilio”, que narra el frustrado encuentro entre una señora mayor, de clase media alta, y un viejo caballero; y otros más. A propósito de estos cuentos, cabe una observación final: por un discordante criterio de selección o armado, los mejores relatos no son los que encabezan cada volumen, como una eficaz invitación para el lector (salvo el primero de LA FORMA…, el que lleva ese título), sino que emergen ya mediado el libro o escalonadamente, de a poco, y entonces sí, cuando afloran, irrumpe con potencia el talento pleno de esta escritora rosarina (Premio Musto 1998) y la narración se percibe más suelta, más imaginativa, más rica, y despierta ráfagas de placer en el lector.

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