lunes, 6 de julio de 2009

El norte santafesino: De olvidos y resistencias

INVESTIGACION PERIODISTICA | Por Carlos del Frade | delfrade@ciudad.com.ar

Hasta principios de los años sesenta la principal riqueza de la provincia de Santa Fe era el quebracho colorado y la región más avanzada en servicios urbanos era el norte. Medio siglo después las cosas cambiaron. No fue una cuestión natural. Se trató de un profundo y permanente saqueo. Los actuales departamentos Vera y General Obligado exhiben los peores indicadores de pobreza y malnutrición en forma paralela a la ausencia de industrias que generen empleo legítimo.
En su interior, a pesar de todo, florecen increíbles resistencias, esperanzas capaces de desafiar cualquier profecía de pesadilla. De olvidos y resistencias tratan las siguientes líneas.

Vera, la cuestión social y la política dominante
La ciudad de Vera es la síntesis de una política de resignación ante los poderes económicos.
El asesinato del ex intendente Raúl Seco Encina en diciembre de 2008 no fue solamente la expresión de una ferocidad individual de Héctor Tregnaghi, empresario dedicado al juego y responsable del cierre del frigorífico Tatra, entre otras cuestiones.
Si no que se trata de la consecuencia de una injusta estructura social que viene quebrada desde el cierre de los últimos ingenios de La Forestal.
Aquellas impunidades produjeron renovados poderes feudales que intentan naturalizar la violencia familiar y la dependencia política de los que no tienen trabajo estable y formal.
Desde la propia dirección del Hospital de Vera la información señala que las cuestiones más preocupantes son el alcoholismo, el embarazo adolescente y los accidentes de tránsito protagonizado por pibes muy jóvenes.
Y desde las organizaciones sociales que le ponen el cuerpo de manera cotidiana a la pelea contra el empobrecimiento impuesto, como “Fundaluz”, “La Quinta de Liliane” y distintas vecinales, surge otra señal preocupante: la gran cantidad de chiquitas y chiquitos que nacen con discapacidades motrices como resultado de la mala alimentación de sus madres o las que ellos tienen entre el año de vida y los cinco cuando ingresan a la escuela.
La intendencia de Vera apunta, por otra parte, que por lo menos se necesitan mil puestos de trabajo genuino, promovidos desde una industria que hoy no existe.
Otras fuentes oficiales y no oficiales también coinciden en decir que los planes sociales cubren a casi el veinte por ciento de la población económicamente activa de la ciudad del norte.
El panorama social incluye a muchas chicas y chicos trabajando en los hornos de ladrillo más allá de los tiempos escolares.
Por su parte, los socios de la Cooperativa del Frigorífico “Nuevo Tatra” -siete ex trabajadores que resistieron el vaciamiento de la firma practicado por el ya citado Tregnaghi- no pueden vender por afuera de la provincia porque el Servicio Nacional de Sanidad Animal no les da la necesaria autorización amparado en misteriosas razones. Esperan que el gobierno provincial cumpla con la promesa de construirles una nueva planta y que la administración nacional que acaba de otorgar un crédito de 70 millones de dólares a la General Motors, la misma que facturó 8 mil pesos cada sesenta segundos en 2007, les otorgue una mínima cantidad de dinero para afrontar los tantísimos problemas que les dejaron sus ex patrones.
Estas postales de la vida cotidiana de Vera demuestran la ausencia de una política de transformación y la siempre vigente matriz del pensamiento de los años noventa que centraba su eje en hacer solamente lo posible y nunca enfrentar los poderes económicos regionales, nacionales e internacionales.
A pesar de eso, decenas y decenas de militantes sociales inventan un presente distinto.
Es por ello que se hace fundamental plantar otra forma de hacer política que defienda en serio los derechos e intereses de las mayorías, no solamente de Vera, sino de todos los santafesinos.

La dignidad marca Tatra
Un grupo de siete trabajadores producen salamines, mortadelas y otros chacinados que cada día venden mejor en distintos lugares de la provincia.
Son los que se quedaron haciéndose cargo del Frigorífico “Nuevo Tatra”, en Vera, en el norte profundo santafesino.
Estuvieron un año sin cobrar. Iban a las instalaciones de la planta y preguntaban en torno a novedades que parecían no llegar nunca.
Hasta que ellos inventaron sus propias novedades. Decidieron constituirse en cooperativa y a partir de ese momento insisten.
Como también resisten a las diversas y múltiples deudas que les dejaron como una cruz sus antiguos patrones que siguen gozando de la impunidad, encubiertos en una SRL que funciona todavía en el estragado departamento del septentrión santafesino.
A las deudas varias y desconocidas, los siete trabajadores del “Nuevo Tatra”, hombres y mujeres, deben enfrentar ahora los embargos y los pedidos de remates que vienen del Banco Nación y la Administración Federal de Ingresos Públicos.
Incluso el Servicio Nacional de Sanidad Animal (SENASA) no los autorizó para vender sus buenos chacinados más allá de los límites de la provincia.
No tiene explicación la postura del ente nacional si supuestamente responde a una política que dice favorecer a los trabajadores. Una política que acaba de dar 70 millones de dólares a la General Motors provenientes de los fondos de la Administración Nacional de Seguridad Social. En el Tatra, en cambio, con un millón de pesos podría ponerse en marcha una industria que daría muchos puestos de trabajo en una zona atravesada por la desocupación y la falta de empleo genuino.
Por ahora, los siete socios están esperanzados en que el gobierno de la provincia cumpla con la promesa de levantarles una nueva planta en un terreno que debe ubicar la administración municipal.
Todavía no se animan a pedir la expropiación de la fábrica y extinguir las deudas contraídas por los antiguos patrones.
Han sufrido amenazas constantes de los viejos propietarios, vinculados a Héctor Tregnaghi, el asesino del ex intendente de Vera, Raúl Seco Encina.
Sin embargo, ellos –los trabajadores de la Cooperativa del “Nuevo Tatra”- insisten todos los días.
Producen 5 mil kilos de fiambres y recuerdan que cuando la planta trabajaba en su totalidad la cifra se multiplicaba por diez.
Lo importante es que han logrado ubicar parte de la producción y ganar algo más de seiscientos pesos mensuales. Sus salamines y mortadelas son degustados en Villa Ocampo, Las Toscas, Romang, parte de la cuña boscosa, Reconquista, Avellaneda, Calchaquí, Margarita y La Gallareta.
- Todos los días estamos aprendiendo a andar -dice Mariela Borghetto, una de las voces de los siete socios que resisten a pura dignidad en el corazón de la Vera latente.
No sería malo que los gobiernos nacional y provincial hagan sentir su presencia a favor de estos trabajadores.
No solamente porque lo necesitan con urgencia sino también porque los actuales funcionarios tienen que demostrar que no siempre la política está al servicio de las minorías.
Mientras tanto, en el interior de las paredes que ya tienen más de setenta años del frigorífico Tatra, un grupo de trabajadores siguen apostando al futuro.

La Quinta de la esperanza
- No los podíamos sacar del baño porque nunca tuvieron un inodoro ni duchas para bañarse. Era toda una fiesta para ellos -dice Cristian, de solamente veintidós años, uno de los maestros que enseña a caminar, oír, hablar, jugar y escribir en lo que llaman “La Quinta de Liliane”, en honor a una de las monjas belgas que les dejó un predio para que puedan trabajar con las chiquitas y chiquitos de uno de los barrios más empobrecidos de Vera, en el norte profundo santafesino.
La Quinta es un emprendimiento que recibe el apoyo de la Fundación Liliane que tiene su sede en Holanda y comenzó a trabajar en 1999 con cinco chicos. Diez años después el número de pibes se decuplicó, son cincuenta.
Y no fue por el dinero holandés solamente.
Sino por el compromiso, el amor y la tozudez de un grupo de muchachas y muchos que decidieron pelear en contra de los que naturalizan la falta de futuro para estas nenas y estos nenes.
En ese pedacito de la monumental geografía provincial, decenas y decenas de pibes nacen con diferentes discapacidades funcionales producto de la malnutrición ubicada entre los dos y cinco años y también en la historia de sus madres.
-Son los hijos de la crisis -apunta José, de 36 años, otro de los educadores populares que muestra las salitas que fueron inaugurados en la tarde del sábado 6 de junio.
Allí atenderán fonoaudiólogas, psicólogas, algunos profesionales de la salud y aquellos que colaboran con mucho amor y ganas para que las pibas y los pibes den sus primeros pasos, adquieran hábitos de madurez y aprendan a disfrutar de la vida porque merecen hacerlo más allá de las condenas del sistema.
No reciben un peso del estado los que impulsan La Quinta. “Acá vieron una película por primera vez en su vida. Conocieron un baño en lugar de las letrinas que generalmente tienen en sus casas”, dice Natalia, de treinta años, pensando en los casi cincuenta chicos que fueron adueñándose del lugar.
Para graficar el desprecio de las autoridades políticas, este grupo de luminosos inventores de futuros cuenta la anécdota de la vereda de enfrente.
-Acá cuando llueve es imposible entrar. Así que pedimos que por favor nos hicieran una veredita. No queríamos que asfaltaran la calle ni que construyeran toda la vereda, sino simplemente un franjita de vereda para que los chicos pudieran venir en esos días de lluvia. Como nosotros no queremos trabajar para ningún partido político la respuesta fue elocuente: la hicieron enfrente -comentan los responsables de este mapa luminoso que asoma en la geografía verense.
Pero lo que no viene de las diferentes administraciones estatales aparece por otro lado. El número nueve de la Liga Universitaria de Ecuador, último campeón de América, Bieler, es oriundo de Vera. El muchacho se rebuscó un tiempo en su agenda y a pesar de sus merecidos logros y exigencias, viene llevando adelante partidos en beneficio de La Quinta juntando a varios de sus amigos. La recaudación va a parar a las arcas de este espacio que le da sentido a la vida de medio centenar de pibas y pibes que ni siquiera aparecen en los números del municipio, la provincia o la Nación.
En las paredes de las salitas recién pintadas surgen las fotografías que resumen una historia que ya lleva varios años.
Se ven chiquitos que apenas pueden parase con sus pañales cargados. Y uno de ellos, con zapatones llamativos, mira con sus grandes ojos hacia la cámara.
- Este es el chiquito que te recibió allá afuera, el que jugaba con el camioncito. No podía caminar porque venía mal alimentado. Miralo ahora. No quiere saber nada con ir a otro lugar que no sea La Quinta -dice Javier mientras el cronista se emociona ante tanto heroísmo cotidiano y ninguneado desde los grandes medios de comunicación.

Postales de General Obligado
El departamento General Obligado es una tierra de desmesura porque ha sido desmesurado el saqueo sufrido por varias generaciones desde La Forestal en adelante.
Lugares en los cuales alumbraron las marchas del hambre de 1969 encabezadas por sacerdotes comprometidos que luego fueron olvidados por la historia oficial.
Ciudades y pueblos que resistieron a los cierres cíclicos de papeleras, curtiembres, ingenios y frigoríficos y que, a pesar de tantos pesares, también llevan adelante los juicios penales contra los títeres macabros de manos sucias de sangre, como son los integrantes de las fuerzas de seguridad que a partir de 1976 quisieron domesticar definitivamente esta región. Pero no pudieron. Como tampoco lo lograron con los pueblos originarios de la zona, aunque el comandante Manuel Obligado haya sido santificado por las famosas fuerzas vivas del norte provincial. Hoy, en junio de 2009, hay otras porfiadas insistencias como las que sostienen los profesores y alumnos del Centro de Formación Profesional “ARA General Belgrano”, los obreros de la construcción de Reconquista y la increíble poética existencial que emerge de un pibe que creció cosechando caña de azúcar, algodón y que ahora, siendo albañil, no abandona su sueño de ser poeta.

La técnica
Los pisos, las sillas, las mesas, los armarios, los muebles y hasta los baños del Centro de Formación Profesional “ARA General Manuel Belgrano”, de la ciudad de Avellaneda, fueron hechos por los alumnos desde hace más de treinta años.
Allí aprenden herrería, carpintería, instalación industrial de comandos, electricidad y bobinado, distintas construcciones y albañilería.
En la actualidad hay novecientos setenta y ocho alumnos que vienen de los barrios periféricos de Reconquista y recorren kilómetros en bicicleta desde Lanteri, Malabrigo, El Timbó y distintos suburbios de la propia Avellaneda.
Algunos esperan la copa de leche que preparan los maestros porque es una de las pocas comidas del día.
No importa que tengan antecedentes en problemas de drogadicción o conflictos con la ley. Aprenden un oficio y salen con un proyecto. Ni más ni menos que eso. No hay discriminación. Chicos que llegan con capacidades diferentes son insertados en los grupos de trabajo que generalmente son ordenados por medio de una distribución con forma de herradura.
A través del INTA, la escuela técnica también promovió el desarrollo de huertas familiares tomando a los padres como alumnos y llevando la enseñanza a los barrios.
Allí donde no había hábito alguno en el consumo de vegetales o verduras, ahora la dieta ha cambiado y se come todos los días. “En Fortín Olmos ni se conocía el tomate”, comentan alumnos y profesores.
Ellos cultivan la espina corona, un vegetal que sirve de aglutinante para lograr los más dulces chocolates. Es una planta autóctona pero que comienza a ser quemada por la imposición del imperio de la soja y la imparable expansión de su frontera. La espina corona es quemada y entonces surge la paradoja de importar esos aglutinantes a razón de cuatro mil dólares el kilo. Todavía no hubo apoyo para que se la produzca en la zona.
El “ARA” es uno de los cinco centros que funcionan en la provincia pero cada vez las horas son menos. Hay una asignación de seis horas semanales por profesor cuando deberían ser por lo menos catorce. Para financiar la actividad cotidiana del Centro se hacen bingos con los que recaudan veinticuatro mil pesos anuales y con ese dinero avanzan en la construcción de nuevas aulas, mejores baños y patios techados que evitan la dureza del invierno y la pesadez del verano.
-No entiendo por qué la provincia es el único estado en la Argentina que no adhirió a la ley nacional de educación técnica. Para colmo de males llegó una circular del Ministerio que se parece mucho a una orden de disciplinamiento ideológico -denuncia José Luis Ocampo, director del Centro.
Hace mención a la resolución número 59 del 16 de enero de 2008 que propone la habilitación de equipos integradores regionales socio educativos para que funcionen bajo dependencia de la Dirección Provincial de Educación Técnica, Producción y Trabajo.
Allí se lee que los integrantes de dichos equipos deberán “tener sentido de pertenencia al proyecto y a la gestión de gobierno”. Ese renglón es el que justifica la bronca de Ocampo.
Pero más allá de las trabas, la inexplicable ausencia de presupuesto para este tipo de experiencia educativa, el Centro de Formación Profesional de Avellaneda sigue en su tarea cotidiana de parir futuros en una región donde semejante palabra mete miedo.
Los pibes van protagonizando sus propios proyectos en medio de morsas, huertas, canchitas de fútbol y tornos, a pesar de tantas indiferencias.

Obreros de la construcción
“Estamos peor que nunca. ¿Y el cambio para cuándo?”, decía el cartel puesto por trabajadores de la construcción que esperaban al gobernador Hermes Binner el jueves 11 de junio en la esquina de San Martín y General López, frente a la intendencia de la principal ciudad del departamento General Obligado.
El último mes fue muy duro para ellos.
Se paralizaron las obras sobre la ruta 31 y ya hubo veinte despidos.

César
Villa Ocampo sigue siendo el territorio en el que vive, aún después de muerto, el ex senador nacional Jorge Massat, el hombre que supo cultivar una cuenta corriente de más de veinte millones de dólares cuando era presidente de la comisión de seguimientos de las privatizaciones y delfín de Carlos Reutemann.
En Villa Ocampo los chicos siguen trabajando en la cosecha de algodón y caña de azúcar, aunque cada vez hay menos.
Trabajan menos de un mes porque también aquí ha llegado la imposición de la reina soja y cada vez hay menos plantas autóctonas.
En 1999, César Godoy, uno de esos pibes que trabajaba desde que tenía cinco años, le contó a este cronista que a sus entonces trece años le dolía la espalda como consecuencia de la zafra.
Que no podía ir todos los días a la escuela porque tenía que trabajar para ganar un peso por día y que eso lo destinaba a ayudar en su casa.
Y cuando imaginaba el futuro, César sonreía y respondía que quería ser poeta.
Sacaba un cuaderno y leía en voz alta una poesía dedicada a su mamá que hacía un tiempo había piantado a la pampa de arriba.
Diez años después, el cronista busca encontrarse con César.
Hace varios llamados y por fin da con una de sus hermanas.
Son alrededor de las cuatro de la tarde y el sol hace más fuerte el verde de las plantas y el marrón gastado de las calles y veredas del barrio.
Hay un grupo de diez albañiles haciendo mezcla y llevando baldes de un lugar para otro.
Los ladrillos parecen venir de los hornos familiares que siempre pueden verse al costado de la ruta 11 cuando el viajero arriba a Villa Ocampo.
Ahí está César.
Una década después se lo ve fibroso, fuerte y todavía tiene una sonrisa amplia cubierta de un gorrito que le hace sombra pero resulta impotente para cubrirle la luz de sus ojos.
- Ahora laburo de albañil -dice César.
Cuenta que su familia está compuesta de nueve hermanos y que él es el menor.
Que recuerda aquella entrevista y que le trajeron libros y hasta vio el documental que giraba en torno a su testimonio.
- La peleo todos los días y aunque no terminé la escuela se que algún día lo voy a hacer -promete el muchacho.
Está de novio y todavía no tiene chicos.
Cuenta que es el coordinador de un grupo juvenil de la parroquia de Villa Ocampo y que todavía escribe poesías.
-Hablo de los chicos que nacimos acá en el norte. Que nosotros merecemos atención. Que no se olviden de nosotros. Porque nosotros también queremos vivir -dice César antes de volver al balde, los ladrillos y la pala.
Allí en Villa Ocampo, pibes como César siguen apostando a sus propios sueños y los siguen defendiendo en contra de todo lo que impone el sistema.
Es la poética existencial.
La inverosímil resistencia de la ternura.
Si César a pesar de todos los pesares es capaz de mantener sus sueños cómo es posible que tanta gente con muchas más posibilidades que él, abandone la lucha por un futuro mejor.
En chicos como César alumbra victoriosa la permanente gambeta del amor contra todas las formas de la muerte y el poder.

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