sábado, 16 de mayo de 2009

Esperanzas anónimas. Epicas

Investigación Periodística Por Carlos del Frade | delfradec@ciudad.com.ar

Un grupo de artistas populares conmovió por su puesta en escena en el edificio donde funcionara el Comando del Segundo Cuerpo de Ejército, hoy devenido en un bar temático. Pibes menores de treinta años recuperaron un club de la zona oeste para ganarle a la droga y la desesperanza. Estudiantes de una EEMPA descubrieron señales tenebrosas de la dictadura en la historia sepultada de la institución.
Cosecheros de yerba mate encienden tizones para reproducir la memoria y la dignidad. Un hombre de casi setenta años piensa en seguir jugando a la paleta cuando esté en la pampa de arriba. Un muchacho de veinticinco años hace política para que las nenas no se mueran jugando al lado de las vías de los ferrocarriles privatizados. El antiguo chofer del mayor asesino de rosarinos pasea su impunidad mientras comulga todos los fines de semana pero no puede evitar el escrache cotidiano de un cocinero que no olvida. Los curas del Chaco y las villas de Capital Federal no quieren rezar, sino pelear contra los multiplicadores del dolor. Una familia de radicales de toda la vida prefirieron no desfilar ante el cadáver de Alfonsín porque eligen la militancia cotidiana como el mejor y más concreto homenaje. Epicas cotidianas. Esperanzas que se mueven a pesar de todos los pesares buscando un futuro mejor, cargado de memoria, justicia y verdad.

Huellas
- Fue como develar algo que estaba en el aire... Soy artista, bailarina y decidimos juntarnos con otra gente para estar allí en el bar Rock and Feller´s. Cuando nos pusimos los pañuelos blancos sentimos una energía muy fuerte. No hubo desbordes. Fue una movida pacífica. Una especie de llamada de atención desde el presente, para el presente, para estar muy atentos... La gente que se movilizó era gente de distintas generaciones. Hasta mamás con sus bebés estuvieron con nosotros. Fue algo muy emocionante...Creo que los desaparecidos los llevamos como huellas en cada uno de nuestros cuerpos. Una huella en el cuerpo de todos los argentinos. Fue increíble el respeto de todos los mozos...Nos dijeron: “Les agradecemos esto que hicieron. No se qué hacemos trabajando en este lugar” - contó Wendi, una de las bailarinas que en la tarde del lunes 23 de marzo, alrededor de las siete de la tarde, sentada en una mesa del bar temático de Córdoba y Moreno -el edificio en el que funcionaba el Comando del Segundo Cuerpo de Ejército, donde los generales Díaz Bessone y Leopoldo Galtieri ordenaron el secuestro, la tortura y la desaparición de más de ochocientos santafesinos entre 1976 y 1979- sacó un pañuelo blanco y al igual que otras compañeras se los pusieron en homenaje a las Madres y en repudio por la continuidad de un negocio en ese predio ya destinado a levantar el Museo de la Memoria de la ciudad de Rosario. Uno de los hechos que más conmovieron a los habitantes de la zona sur de la provincia de Santa Fe entre los actos que repudiaron los treinta y tres años del inicio de la noche carnívora.

Clubes
En la zona oeste de la ciudad de Rosario, los vendedores de drogas tienen zona liberada.
Muchos de ellos tomaron los viejos clubes del barrio como base de distribución a contramano de la historia de abuelos y padres que crecieron juntos entre las canchitas de básquet que, al mismo tiempo, simulaba ser de fútbol, voley o tenis sobre mosaicos.
Hasta los trece años, los pibes que ahora tienen poco menos de treinta años, gozaron de uno de estos clubes, “El Federal”.
En los últimos tiempos, sin embargo, fueron corridos por el negocio ilegal que cuenta con protección legal y policial, según dicen los vecinos.
Pero se cansaron.
A fines de 2008 organizaron una lista de socios, ganaron las elecciones y recuperaron el club.
De a poco los fueron echando a los socios menores de delincuentes de guante blanco y también de a poco comenzaron a regresar las pibas y los pibes del barrio.
Encontraron las instalaciones en ruinas pero fueron limpiando y zafando de deudas sin apoyo institucional alguno.
Les fueron robando los pibes a la esquina y los vendedores de droga de mala calidad.
Ya hay trescientos socios que pagan cinco pesos por mes. No alcanza y por eso hacen peñas y creen en la necesidad de mejorar todo para que haya más socios y levantar un poco la recaudación.
Hay deudas de agua y luz y faltan baños acordes a las necesidades.
Pero ellos insisten.
Dicen que muchos vecinos se dieron el primer beso y conocieron a su primera novia en los mosaicos de “El Federal” y que por eso es fundamental no aflojar.
Adrián tiene 36 años y Matías, 29. Forman parte de los que recuperaron el club y, de paso, los que apuestan a un futuro distinto en el oeste rosarino.
Un mañana en el que los clubes de barrios vuelvan a ser los escenarios naturales de los primeros romances, las primeras victorias y las primeras militancias.

Paredes
-Desde la Magnasco se reparaban los autos que después usaba el Ejército y la Policía para secuestrar a los que ellos llamaban subversivos - cuenta por primera vez, treinta y tres años después, un profesor que ya lleva -según él mismo comenta- más de cuarenta años en la escuela técnica de Ovidio Lagos y Estanislao Zeballos, ese punto en la geografía urbana rosarina que funcionó como lugar de retención de detenidos durante la dictadura de 1976.
Lo dice en el debate que siguió a una charla que organizaron los estudiantes de la escuela de enseñanza media para adultos que desarrolla sus actividades durante la noche.
Las pibas y pibes que impulsaron la actividad tuvieron que soportar que los carteles que habían pegado en las paredes de la calles fueron arrancados por el propio personal docente de la escuela.
Sin embargo insistieron y más de cuarenta personas subieron las escaleras y hablaron de la represión y la construcción del olvido en torno al rol que tuvo la Magnasco durante aquellos años.
El mentado profesor comenta que ya desde finales de 1975, el entonces director de la escuela había puesto las instalaciones al servicio de la represión ilegal. El citado docente atribuye todo a la pertenencia del ex funcionario a las filas del peronismo de derecha, a la Triple A.
En forma paralela, el hombre justifica el golpe en una repetida puesta en escena de la teoría de los dos demonios.
Sin embargo, una fila por delante, una mujer se emociona al recordar su militancia en el ERP y su compromiso por seguir peleando por una Argentina para todos y no solamente para unos pocos.
Las pibas y pibes están con la mujer. El profesor no parece dispuesto a escuchar. Pero se tiene que ir. La mujer queda emocionada por las ganas de los chicos y todavía nerviosa por discutir con aquellos que tienen la cabeza hecha a imagen y semejanza con los valores del sistema.
La Magnasco tiene memoria y los pibes del tercer milenio la están construyendo.
“Si las paredes de la Magnasco hablaran...”, se llamó la actividad y esa calurosa tarde de marzo de 2009, efectivamente, las paredes de la escuela volvieron a hablar de memoria, verdad y justicia.

Tizones
-El tizón no es cualquier fuego...El tizón es dejado encendido por alguien con el compromiso para que el que venga después lo mantenga prendido. Es una transmisión que merece respeto, cuidado y cariño por lo anterior. Nosotros en Misiones, en medio de la cosecha de la yerba, dejamos los tizones para los que vienen después. Porque ellos conocen a los que encendieron el fuego y entonces la posta no viene de la noche anterior. Viene del fondo de la memoria. Eso es lo que hacemos los tareferos, los cosechadores de la yerba...Por esos tizones, por esa memoria nosotros pedimos que se deje de tomar mate en la Argentina hasta que termine la explotación en contra nuestra. Nos pagan centavos y cuando cortamos la ruta no solamente no somos noticia sino que terminamos presos. Por eso los misioneros hacemos los tizones. Porque sabemos que esto viene desde hace rato. Acá hay un modelo agro pastero turístico que nos está matando de a poco a cada uno de los hijos del pueblo. Y eso es lo que hay que parar. Hasta pedimos la nacionalización del Parque de las Cataratas porque está privatizado en una UTE que hace grandes negocios a costa de todos los misioneros y eso no puede ser. Porque si sigue este modelo agro pastero turístico depredador se van a seguir muriendo los chiquitos guaraníes y los hijos nuestros, de los tareferos - dijo un tarefero misionero en plena Capital Federal durante el último sábado de marzo de 2009.
Necesitaba contar que la vida y los sueños de los misioneros depende de un modelo que explota los recursos naturales y humanos con total impunidad en aras de la exportación de las bellezas de la geografía provincial.
El relato del tarefero explica la desesperación de las chiquitas y chiquitos guaraníes.
Y su voz debería encender otros tizones de memoria y dignidad más allá de la provincia de Misiones.

Paleta
-Vengo del sur de la provincia de Córdoba, cerca de Río Cuarto -dice el hombre de remera mangas cortas blanca y con casi siete décadas de tránsito por esta cápsula espacial llamada planeta Tierra.
“Voy a jugar un torneo de paleta en Paraná. Todos los fines de semana, si se puede, estoy presente. Mi señora ya sabe...Somos como cuarenta de todo el país que se mueven para todos lados. Es algo muy lindo. Antes jugaba al fútbol pero ahora no. La verdad que me gustaría que los pibes jueguen a la paleta porque así los sacaría de tantos problemas...pero bueno, nosotros insistimos”, dice el hombre retacón de brazos fibrosos y mirada celeste.
Se acerca confidente al periodista que lo escucha con entusiasmo:
-¿Sabe una cosa?. Ya le tengo dicho a mi señora que cuando me vaya para arriba no se olvide de ponerme la paleta y la pelotita...No sea cosa que llegue allá y algún muchacho me cuestione: ¿cómo no trajiste la paleta?. Por eso ya se lo repetí a mi señora. No quiero fallarles a los muchachos cuando nos juntemos todos allá arriba...

Política
El río Paraná dibuja una cintura cósmica que seduce a la altura de Fray Luis Beltrán.
Llueve y es feriado, 2 de abril.
Casi tres decenas de militantes están reunidos para discutir alianzas y posibilidades políticas en las próximas elecciones.
Cuando el muchacho de lentes y barbas empieza a hablar, la lluvia arrecia allá afuera.
El pibe dice que la semana pasada una nena de siete años fue muerta porque jugaba al lado de las vías, porque los pibes pobres tienen que jugar al lado de las vías, porque los pobres no tienen otros lados para jugar.
Y que esa muerte le dolió feo y fuerte. Que esa nena no tenía por qué haber muerto. Y que él quiere hacer algo ya para que los pibes pobres no sean atropellados por los trenes o devorados por la droga.
Llueve en sus ojos y también en las de varios que lo sienten.
El muchacho no quiere perder tiempo.
Para eso hace política ese muchacho, para que las nenas de siete años no sean atropelladas por los trenes ni que los demás pibes no sean tragados por el narcotráfico.
Para eso debe servir la política.
Y el pibe, atravesado por las urgencias que le explotan en su sensibilidad, tiene razón.
La política debería servir para que los chicos empobrecidos no sean asesinados sin que a nadie se le mueva un pelo.

Corrales
-Me trataste muy mal cuando me llevaste preso. Yo me acuerdo...-le grita en la cara un cocinero a un hombre retacón que todos los domingos comulga en la iglesia Santa Rosa, en Mendoza entre Corrientes y Entre Ríos, en la ciudad de Rosario.
El tipo se va sin hacer mayores comentarios.
Vive en el barrio y no quiere pasarla mal.
Fue el chofer del temible jefe de la policía rosarina, Agustín Feced, durante los años de la noche carnívora.
El hombre que comulga todos los domingos en la iglesia Santa Rosa disfrutó de los golpes y las torturas y debe saber una media docena de secretos que explicarían ciertos intereses que todavía hoy existen en la ciudad abrazada por las aguas marrones del Paraná.
Dicen que Corrales tiene la famosa pistola Magnun de su jefe y que sabe dónde está el album de tapas de madera roja en el que Feced coleccionaba las fotos de sus torturados, antes, durante y después de los suplicios.
Corrales, el hombre en cuestión, sigue comulgando todos los domingos, como un perfecto cristiano, ufanándose de su impunidad y sus secretos.

Curas
-Usted tiene que rezar por todos nosotros - le dijo un ex gobernador del Chaco al sacerdote Omar Sánchez, de Charata, la ciudad que está atravesada por centenares de personas infectadas por el dengue, aquella enfermedad que supo desterrar el primer peronismo y que hoy revivió con inusitada fiereza en esta forma que el peronismo adquirió en el tercer milenio.
-Yo no tengo que rezar. Usted tiene que hacer los acueductos, señor gobernador - le contestó el padre Omar.
-Yo voy a rezar - replicó el ex gobernador.
-Entonces eso es pecado. Porque pecado es no hacer lo necesario para que el pueblo esté bien - remató el cura.
Años después, el sacerdote Omar Sánchez se enfermó de dengue, entre otras cosas, porque no se hizo el acueducto ni tampoco hubo agua potable para Charata.
“Acá en las villas de Capital Federal los pibes son las primeras víctimas del narcotráfico. Que nadie se confunda. Nosotros no decimos que desde aquí nace la delincuencia. Al contrario. Acá están sus primeras víctimas”, dice otro sacerdote, Pepe Dipaola, uno de los que denunciaron las zonas liberadas en los barrios estragados de la soberbia capital de los argentinos, la otrora “Reina del Plata”, Buenos Aires.
“El paco fue como un tsunami. Vino en 2001 y los chicos comenzaron a arruinarse. Es necesario que el estado se ubique más cerca de estos chicos. Que haya una sede de la Universidad de Buenos Aires en plenas villas, como también centros de salud. No puede ser que no haya ambulancias en villas que tienen más de cuarenta mil habitantes. No se entiende. Hay una desatención previa muy preocupante. Acá la escuela tiene que durar más tiempo. Nosotros tenemos una escuela de oficios y hay que ver cómo salen esos chicos con una profesión y se ganan la vida. Por eso cuando se habla de despenalización a mi me hacen acordar a todo lo que decían del tren estatal, que no servía, que perdía plata y ahora que ya no los tenemos, nos damos cuenta de lo mucho que lo necesitamos. No sea cosa que pase algo parecido con la droga”, advierte el cura Dipaola mientras se sorprende por la primera plana que le dedicaron los grandes diarios del sistema como “Clarín” o “La Nación”.

Pascuas
La familia se había preparado para el fin de semana santa.
Atendían la panadería de calle España y San Juan y debían dar cuenta de varias roscas, numerosos huevos de chocolate y docenas de empanadas.
Era la ocasión esperada para ganar unos pesos más, escaparle al permanente empate al fin de mes.
El padre vino de Entre Ríos, uno de sus nombres, Justo, hacía honor al viejo general Urquiza, y desde pibe la peleó desde donde pudo.
Tuvo tres hijos, dos chicas y un muchacho. Los tres heredaron su fervor por los principios radicales de Moisés Lebensohn.
Casi todos los días renegaban y discutían con los clientes.
Pero esa semana santa iban a vender mejor y debían cuidar los pedidos y la atención.
Habían comprado todos los insumos necesarios y se disponían a muchas horas de horno, azúcar y levadura.
Hasta que vino la noticia.
Un levantamiento del ejército ponía en serio riesgo la continuidad del gobierno que ellos habían soñado durante décadas.
Nadie pensó ni en los pesos ni en las promesas.
Cerraron la panadería y salieron a pintar, una vez más, las paredes del centro y macrocentro de la ciudad de Rosario.
“Todos al Monumento a defender la democracia”, era la consigna.
Estuvieron los cuatro días en ese cielo abierto a la historia argentina que es el Patio Cívico del Monumento Nacional a la Bandera.
No especularon ni un solo segundo.
Se preguntaron por el paradero del intendente de entonces, el doctor Horacio Usandizaga, y desplegaron las banderas rojas y blancas que anidaban desde chicos en sus corazones.
Cuando el hijo de Justo, hoy diputado nacional, vio el desfile de tantas máscaras falsas ante el cuerpo del doctor Raúl Ricardo Alfonsín, sintió cierta bronca ante semejante impostura.
Recordó a su viejo y decidió no ir. Porque él, como don Justo, defienden los mejores ejemplos de los mejores ideales radicales cada día de su vida y no necesitan desfilar ante el cadáver del que llevan vivo y presente en sus almas.

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