sábado, 16 de mayo de 2009

Crisol. Casi todos saben qué es un conventillo

Investigación | arq. Gustavo Fernetti. Docente de la escuela Superior de Museología Imágenes | Diego González Halama
Su significado histórico se ha visto reflejado en relatos, en piezas teatrales, en imágenes antiguas, se ha construido su espacio como “crisol de razas” a veces un poco idealizado.
¿Puede haber otra mirada?
Su significado peyorativo lo define como un lugar confuso. “Esto parece un conventillo” significa en el habla cotidiana un lugar caótico, desmadrado, donde la convivencia es dificultosa. “Conventillera” es la mujer deslenguada, chismosa, una especie de cotorra humana para el imaginario argentino.
Menos habitual es su significado económico: el conventillo era un negocio inmobiliario. Su dueño pretendía conseguir dinero mediante el alquiler y al construir, trataba de obtener más habitaciones y al mismo tiempo, dar las mínimas comodidades posibles. Era un equilibrio económico: cómo dar habitaciones a la renta con los servicios mínimos, pero que estos no sean tan menguados como para que el alquiler tenga que ser rebajado por la sordidez o la incomodidad del establecimiento.
Así, el conventillo debía tener seis, siete, diez habitaciones, y una pileta y un baño común, llamado, algo eufemísticamente, “el excusado”.
Las habitaciones se alineaban, ahorrando materiales y acelerando la construcción. Un lote alargado permitía más habitaciones y un patio lateral largo y estrecho. Algunos conventillos eran simples pasillos con habitaciones a los lados, como el de D´all Orso” en calle Gorriti.
Al aumentar habitaciones, el baño no da abasto, se forman filas para lavarse en el piletón, se hacen charcos y barriales, aparece la riña, la suciedad. El conventillo se hace “mala fama” y el inquilino por el mismo precio, se busca otra casa. “Los más pobres entre los pobres” llegan por el bajo costo y la “mala fama” crece. Había otro difícil equilibrio: obtener y comprar un lote barato, pero cerca de algún consumo de mano de obra, demanda que incrementaba los costos de la tierra… El ojo avizor de los cazadores de lotes estaba siempre alerta.
En la ciudad eran comunes los “conventos” de cinco a diez habitaciones. Algunos, como los “40 cuartos”, en Refinería seguramente tenían más de un solo baño para ser habitables; el mítico “Atrevido” seguro poseía servicios; y los llamados “Cuartos de Arijón” tratarían de brindar lo mínimo indispensable para la supervivencia del arrendatario. Otros tenían sólo algunas habitaciones, pero el servicio mínimo era un piletón y un baño, solitarios.
También debía ser económica la construcción. La decoración estaba de más. Las habitaciones de 4 x 5 metros eran comunes, porque correspondían a un riel completo, que se usaba para las bovedillas; así, cinco metros se usaban en el interior y un metro en el alero externo de la galería. Los 4 metros eran generalmente cinco rieles. Muchas veces los techos eran de chapa, y los tirantes disponibles de de 3 o 4 metros obligaban a espacios más estrechos y más baratos.
Las paredes eran de ladrillos comunes “bayos” (mal cocidos), material abundante y barato de descarte para la mampostería de 30 centímetros de espesor para paredes de apoyo, y de 15 centímetros entre cuartos.
La humedad provocaba manchas en los muros, tapadas con pinturas impermeables grasosas de cal y kerosene. Por eso se solían ver la parte baja de las paredes pintadas de un rosa suave.
Las instalaciones eléctricas se reducían a un farol en el patio y un timbre de la entrada (tal vez a pilas húmedas). De allí viene la letra del conocido tango “cuando estén secas las pilas, de todos los timbres, que vos apretás…”. En las habitaciones, velas que ponía el inquilino… no había luz.
Las ventanas eran huecos con rústicas ventanas de álamo y vidrios delgadísimos, la puerta una simple tablazón. El piso más común era de tierra o de ladrillos, a veces de cemento. Dadas las exiguas medidas de los cuartos y las condiciones de vida, veremos que la subsistencia era precisamente eso: sobrevivir.
Según Eduardo Wilde (Obras Completas, 1895): “Un cuarto de conventillo, como se llaman esas casas ómnibus, que alberga desde el pordiosero al pequeño industrial, tiene una puerta al patio y una ventana, cuando más; es una pieza cuadrada de cuatro metros por costado, y sirve para todo lo siguiente: es la alcoba del marido, de la mujer y de la cría, como dicen ellos en su lenguaje expresivo (…)”. Adrián Patroni, en Los trabajadores en la Argentina, de 1898, describe los conventillos porteños, muy similares a los rosarinos, por lo demás: “Las habitaciones son ocupadas por familias obreras, la mayoría con 3, 4, 5 y hasta 6 hijos, cuando no por 3 ó 4 hombres solos. Pocos son los conventillos donde se alberguen menos de 150 personas. En el cuarto había espacio para una cama matrimonial, algunos cajones, una mesa arrimada a la pared y un peligroso brasero”. Algunos conventillos tenían cocina aparte, claro, que garantizaba mayor comodidad. No eran los más baratos.
Hay que hablar, entonces, de los precios.
Los precios de las piezas oscilaban en 1907 entre 10 y 15 pesos al mes, una fortuna para un peón que ganaba un peso por día. Muy poco quedaba del salario, si no “sumaba” la mujer y los hijos mayores. El resto del sueldo era para comida, carbón, vestuario y los “vicios” del hombre: cigarrillos, grapa o vino, la fonda o el bar.
Los más especializados, los obreros más “caros” (capataces, hojalateros, seleccionadores de cereal, maquinistas de ferrocarril) podían acceder a lugares mejores. La cara más negra del capitalismo: la selección no es natural, la selección es por el dinero. Quién más gana es el mejor adaptado, el que sobrevive.
Si no se pagaba, el “encargao” arrojaba a la familia completa a la calle. Al menos en Buenos Aires, se sabe que el dueño se quedaba con lo que había en la pieza para su resarcimiento económico. En el periódico La Protesta, del 13 de septiembre de 1907 se podía leer:
“Nuestra divisa contra la avaricia de los propietarios debe ser: No pagar el alquiler."
El conventillo era un lugar donde también se trabajaba. Las mujeres, muchas veces lavaban o planchaban allí, en “palanganas” agrisadas por el jabón barato; o planchaban a tanto la pila. Había alguna que fabricaba caseramente el jabón con soda cáustica y sebo, es imaginable el trato que recibían sus manos, sea la fabricarlo como al lavar con ese producto, sin demasiados “emolientes naturales” que protegieran la piel. Algún inquilino vendía en el interior del “convento” las baratas verduras de consumo cotidiano, “mercadas” por el “gringo” en dos o tres canastos de brazo, otro reparaba zapatos, o se las rebuscaba como podía arreglando lo que no se podía comprar. No faltaba el “caloteador”, que sisaba las cosas que podía robar, o la “mechera” de rápidas manos en el mercadito.
Esta mirada no pretende desmitificar, sino dar un carácter más “realista”, brindando aspectos no siempre tomados en cuenta. En Rosario, según el censo de 1884, había en Rosario 6.288 conventillos. Un cálculo simple a cinco piezas por conventillo, da una ganancia mensual de unos cien mil pesos. Una fortuna para la época, distribuida entre unos pocos.
El conventillo era una pieza clave en el uso del suelo: permitía una alta concentración de gente en pocos metros cuadrados con una inversión mínima. Es el inicio del negocio inmobiliario extensivo, o sea privilegiando la cantidad a la calidad para maximizar la ganancia. El origen del conventillo es la especulación, basada en una demanda creciente de vivienda dado un aumento de la población activa, una creación que en vez de dar mejores condiciones de vida y alquilarlas más caras, ofrece un sistema elemental a bajo precio. Finalmente, ese precio es caro, porque hay un “piso” de costos y de ganancia que los dueños no resignan, que no condice con el poder adquisitivo del eventual inquilino. Una realidad muy semejante a la actual…
Hoy, que ministros, secretarios, funcionarios, arquitectos, urbanistas, ingenieros diseñadores e iluminados en general diseñan casas parques y barrios para los ricos desde los gobiernos, no se hace más que continuar la execrable herencia de los explotadores de pobres. La “vivienda social” molesta por su hacinamiento en pocos metros cuadrados, pero los gobiernos gustan de hacerlas, porque rinden votos y quedan bien: los pobres viven en las afueras, lejos de los restaurantes elegantes, de los centros culturales, de los museos, de los despachos. Los miserables que a duras penas consiguen un techo deben quedarse en los nuevos conventillos masivos. Se dirá con sorna, claro: “no tenían nada y mirá, mirá ahora… no sé de qué se quejan estos negros.”
Y supremo escarnio: los antiguos conventillos ahora son simpáticos lugares, viejos locales pintorescos, para pintar de color rojo cerámica o amarillo mostaza, piezuchas donde la gente era buena y amable, ay, y qué lindo sitio para poner lofts donde echarse a mirar el puerto, el río, con el minicooper en el patio, o mejor, para poner un par de restaurantes con nombres como “La bella maffia” o algo así… el tango será inevitable, claro, en esos lugares donde la música era, seguramente, otra.
Las causas de este espacio (el conventillo) no son solamente sociales. Son económicas también, y económicas las resultantes. El sistema sigue siendo el mismo: los pobres tendrán casas peores, los más pudientes, mejores casas, casi siempre garantizadas por el estado, tanto la riqueza como la pobreza. Comprender el conventillo sólo como un “crisol de razas”, como una licuadora sin conflictos y sin causas profundas, es una imagen metafórica cuanto menos incompleta.
Hoy los conventillos son barrios de casas apiladas y de técnica escasa, estudiados para abaratar, inaugurar superficialmente, con goteras al año de construidos, techos de chapa, veredas miserables, lugares alejados de la mano de Dios y de las líneas de colectivos. El conventillo no ha muerto, porque ahora el Estado asegura la continuidad del problema: los pobres, que sigan siendo pobres. ¿Qué ciudadano de recursos querrá vivir en un FONAVI con paredes de 10 cms. de espesor y moho en las medianeras, a 70 minutos del centro y sin taxi a la vista? ¿Qué funcionario? Sólo una persona que no tenga nada.
Sospecha cruel, para terminar: si está en los gobiernos lograr que la gente tenga viviendas dignas; hasta ahora, el conventillo es lo mejor que se ha creado, justo justo para no hacerlas.
Porque no quieren.

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