martes, 14 de abril de 2009

La transición de una casa hasta su muerte

Por Bruno Javier Del Barro | 20 años

Rosario (1781)
Entre San Juan y Mendoza y entre Alem y Ayacucho, se encuentra el pasaje Santa Cruz.
Lo que hoy es el pasaje y la plaza de Mendoza, formaron parte de la Quinta de Robles. Ese predio fue transferido a diversos propietarios hasta que en 1857 quedó en manos del presidente boliviano Andrés de Santa Cruz Villavicencio y Calahumana.
Si bien no abundan los registros históricos, hay quienes sostienen que el general Justo José de Urquiza habría transcurrido muchas jornadas en la casa quinta de Santa Cruz. Hay que tener en cuenta que el mariscal recibió la propiedad mientras el entrerriano tenía graves enfrentamientos con Juan Manuel de Rosas, caudillo de Buenos Aires derrotado por Urquiza. Se presume que en esas escaramuzas con Rosas, el boliviano y el líder de Entre Ríos estrecharon sus lazos. Se sabe que Urquiza visitaba periódicamente lo que hoy es Rosario, por entonces Pago de los Arroyos, ya que poseía un saladero en la zona del ex barrio Refinería y proyectaba trazar el ferrocarril Rosario-Córdoba.
Y lo último que funcionó aquí, fue una confitería, “El Mariscal”, hace 25 años.
Luego la casa quedó en posesión de los gatos; los siguientes inquilinos, que tuvieron que compartir con los felinos, fueron el misterio y la ira.
Dicen que donde ocurre un hecho con extremos sentimientos de furia de por medio, furia queda. Vaya a saber uno cuánto odio habitaba en el joven que mató a su novia, para luego prenderlo todo fuego. La noticia salió en un diario, ni idea cuándo, cómo y por qué. Pero son los primeros datos que me llegaron de la casa.
El hermano de un amigo nos había contado. Ahí murió gente, se jugaba a la copa, se realizaba magia negra… no podíamos dejar de ir. En cuero y en gorrita y con quince años, salimos a cazar, con mi mejor amigo, por toda la ciudad. Con nuestra cámara y nuestras ganas, allí fuimos. Varias veces.
A los quince era realmente amante de los misterios. Amaba un libro de terror, citas a ciegas a través del chat y las casas abandonadas. También cazaba fantasmas, con mi cámara de fotos, o con mi cabeza: deseaba presenciar un hecho fortuito y retenerlo en mi mente.
Todo esto me llevó a la casa de los gatos, que tenía más historias que las que puedo recordar.
La primera vez que la recorrimos, era de día, y nos cachó la vieja que le daba de comer a los gatitos. Los vecinos le avisaron que entró alguien y fue desesperada a sacarnos de ahí, no sé si el peligro era la casa o nosotros, porque prácticamente nos sacó de los pelos, a la vista de los vecinos, desde las puertas o sus balcones.
Mucha hechicería y ocultismo, aficionada en su mayoría, fue tentada allí a realizarse, primero por una cuestión estética, su atractiva fachada de ultratumba, y segundo, al entrar, la sugestión hacía lo suyo. No sé si por otra cosa.
Si hubo desenlaces, nunca lo sabremos.
El pasaje Santa Cruz es uno de los pocos lugares de la ciudad que aún conserva parte de la fisonomía original de la ciudad. Sobreviven las veredas angostas, los añosos jacarandaes y los adoquines del siglo XIX en su estado casi natural.
La escritora Concepción Bertone relata su recorrido por el barrio Martin y específicamente por el pasaje Santa Cruz, luego de su encierro de meses. Esto sucede en febrero de este año, y cuenta cómo, caminando por Mendoza, yendo hacia el río, siente cómo la vereda la lleva hacia “un lugar cuya historia se ata con cabos de datos comprobables, pero también con tintes de leyenda, o quizá de ese misterio urbano necesario a mi imaginación.”
Le pregunta a la gente si conocen el nombre de los árboles de la vereda. Nadie le puede responder. Nadie conoce el nombre de la placita seca que está en Mendoza y 1º de Mayo, ni siquiera el personal de la Municipalidad que baja de una camioneta a inspeccionarla. “No salgo de mi asombro y me digo que hasta lo más obvio es algo desconocido para los vecinos, para los enamorados que se besan en una glorieta de la plaza, para los padres de los niños que juegan allí, para los que deberían conocer la ciudad que mantienen en orden.”
Analiza todo, su historia, el paisaje, no duda en preguntarle a cualquiera si conocen algún dato, descansa, fuma y escribe y todo le parece nuevo y oculto. El cartel de la Municipalidad, aunque descascarado, cuenta que en ese lugar existía la mayor fuerza motriz de Rosario durante el siglo XIX. Que con el apoyo del presidente Domingo Faustino Sarmiento, el francés Julio Jeandel construyó en las inmediaciones de la casa quinta del mariscal Andrés Santa Cruz la primera fábrica de tejas vitrificadas.
¿Qué o quién trajo al mariscal Santa Cruz a nuestra ciudad?, se pregunta.
Se levanta de una butaca improvisada por un albur y camina cuesta arriba unos metros, se cruza de vereda y también con una muchacha simpática que sale de un edificio. Le comenta que está paseando por el pasaje porque le fascina ese lugar, y la chica le responde: "Lástima que ya no está la casa de los gatos".
Es cierto, ya no está. Hacía más de quince años que estaba a la venta, pero la operación inmobiliaria parecía dificultosa.
Volvamos atrás.
La propiedad de Santa Cruz quedó abandonada en 1890 y posteriormente fue demolida, excepto este lugar. Parte de ella se convirtió en plaza y aún persistía esta vivienda que se construyó en tierras del mariscal. La casa de pasaje Santa Cruz 361 conservaba la escalera, muros de contención y paredes. Yuyos altos y un nutrido ejército de gatos comunitarios habían copado el lugar, en sus últimos tiempos.
“EN LA MIRA. Una vez más, un inmueble enclavado en un predio histórico corre riesgos de ser convertido en un edificio de propiedad horizontal.” (La Capital 2004)
Así es, hace un año, aproximadamente, se tiró abajo la historia, los sueños, la infancia. La escritora llegó muy tarde para ver el alma de todo ese misterio que olía en el aire, que al parecer quedó a pesar del derrumbe, ese misterio que se había expandido en las inmediaciones.
Mientras yo todavía investigaba en su interior, en los tiempos en que algunos diarios notificaban de su sentencia a la pena capital, gente importante como arquitectos e ingenieros planeaban qué hacer con ella. Lo sé porque yo estaba escondido en el piso de arriba, escuchando, cagada en las patas de que me descubran.
No volví nunca más, tampoco los gatos. Comencé a trabajar y otras cosas y las modernas propiedades horizontales hechas para la fugacidad y no para la posteridad, funcionales, de rápida construcción, pisaban a las retrógradas casas antiguas que desperdician todo ese espacio rentable que tienen por encima de ellas.
Una chica que vive por ahí, recuerda -a propósito del relato de la escritora- que de niña sólo llegaba hasta una cuadra antes del pasaje porque le temía. Que siempre fue un lugar poco transitado y oscuro…
“Mi abuela me contó que en un momento vivía gente que no se dejaba conocer, también me contaron que mucho tiempo atrás hubo un grupo de personas que habitaban en las casas sobre la barranca del pasaje que se distinguían por un medallón que llevaban colgado... No sé qué será cierto de todo esto. Está presente la historia del Mariscal Santa Cruz... dicen que en la casa un pasadizo daba con la Aduana, desde donde contrabandeaban alcohol…”

2 comentarios:

gustavo dijo...

Habia una relacion familiar entre el Gral. Justo José de Urquiza y el Mariscal Santa Cruz, era consuegros. Urquiza en Rosario, llego a tener un saladero y dio un impulso inmobiliario importante.

Unknown dijo...

Me encantó!!!yo estuve ahí!!!!