
Docente de la Escuela Superior de Museología de Rosario
Don Ernesto es hábil para los negocios, sean económicos como políticos, es más. Aún no se han separado, en la vida de su clase social esos dos polos, la política y la economía. Su mirada es la del empresario.
Nada más natural para Don Ernesto que hablar, en medio de una reunión de políticos, de lo económico, de las ventajas de tal o cual política, incluso cuál debería ser esa política económica para que a él, a Don Ernesto, le fuese económicamente ventajosa. Don Ernesto es un empresario capitalista, en la Argentina del siglo XIX.
Don Ernesto Tornquist nació en Austria, informalmente, era austríaco.
Pero no. Había nacido en 1842 en Buenos Aires, de padre norteamericano, comerciante éste de familia hamburguesa. Esta ensalada de pasaportes debió ser interesante, porque prefigura una argentinidad aluvional y fragmentaria. No sabemos cuál era el concepto de nación para Don Ernesto, pero seguro su segunda patria era el dinero.
Si en 1856 Ernesto fue a Alemania, fue para estudiar. Cursó dos años en la escuela alemana de Krefeld. Estaba completo.
Cuando regresó, su formación era mercantil hasta los huesos. Trabajó primero como despachante de aduana para su cuñado, que exportaba productos agrarios. Allí Ernesto supo que el país era una mina de oro, mejor dicho, una mina de cueros, lana, cereales, carne. En 1879 la firma del cuñado pasó a Ernesto, que le cambió el nombre a Ernesto Tornquist y Compañía.
El Empresario
Esta certeza (saberse propietario) infundía a Ernesto una aceleración financiera clave: no podía dedicarse a un solo rubro, solamente a unos pocos “frutos del país”. La clave del capitalismo naciente de la segunda Revolución Industrial indicaba era la diversidad de rubros. Por eso, Ernesto se dedicó a mercar lana, carnes congeladas, sebo, tasajo, madera. La cuestión es invertir. Pero invertir inteligentemente. Eso significa que se debe invertir en ramos donde haya compradores.
Hay otro escollo: las leyes. Las leyes impiden el comercio libre, lo estorban, en realidad, para Ernesto el estado es un garante de los negocios, no su regulador. Pero bueno, las leyes están, hay que cumplirlas ¿qué hacer?
Ernesto sabe -siempre lo supo- que las leyes las hacen los políticos, los de su clase, para defender sus intereses… entonces, qué mejor que contactarse con ellos, convencerlos, presionarlos…
Solía decir: "La política dominante en primera línea en todas las grandes naciones, es la protección y el desarrollo de sus industrias y de su comercio"; y que es "la vaca lechera de la que vivimos".
Política, economía, eran casi la misma cosa. El comercio debe ser libre, sin trabas, competitivo, que gane el mejor. Por eso Ernesto consigue cosas: leyes y contactos, contactos y dinero. Sus contactos en Alemania y Austria son la fuente de su pensamiento, su ideología y sus máquinas. También sus contactos son la fuente del dinero, porque allí compran sus productos.
Lo primero son los bienes fijos de capital: la tierra, las propiedades. Por eso no duda en comprar tierras, o en conseguir los territorios ganados a los indios en la Campaña del Desierto.
Don Ernesto en 1879 decide que el azúcar es un buen negocio, entonces no sólo cultiva caña, sino que la traslada y la procesa y la vende también.
Lo moderno lo alucina y lo motoriza, la Argentina debe ser un país moderno, la industria es la fuente de la riqueza. Claro que Ernesto no puede salirse de sus moldes argentinos: esa industria está ligada al campo, no a la producción de herramientas, acero u otras máquinas. Eso es de ingleses y alemanes. Ubicarse allí es mandar al diablo contactos, leyes y dinero.
Es que el papel de la Argentina en el mundo es producir alimentos. El Granero del Mundo, la Canasta de Pan, La Tierra Prometida, debe producir grano, carne, (y azúcar) pero no esas cosas importantes, lo que los economistas llaman “bienes secundarios”.
Ernesto entonces se mueve en el filo de la navaja. Una industria como la de él es relativa al agro, no independiente del agro. No se pueden producir ferrocarriles, como hicieron los paraguayos, o armas. Ingleses y yanquis se enojarían mucho, bloquearían sus productos y adiós Ernesto.
Por eso, además de fabricar azúcar y procesar carne, Ernesto se dedica a representar a los europeos ante la Argentina, y se hace agente de la Krupp, que le vende cañones al país. Su fábrica de azúcar es la primera del país, y la más grande. Nunca hubo semejante industria. El método de Ernesto es intensivo, no extensivo. Esto es fundamental. Para un agro exportador, más ganancia significa más vacas, más cereal, más carne, más cueros.
Para Ernesto, cada cuero, cada kilo de carne, debía separase en múltiples ganancias, desde la caña o la espiga mismas. Cada obrero, cada máquina, cada animal o cada caña era una pieza dentro de la compleja cadena económica. Y también cada contacto, cada político, cada gobernador, cada presidente…
El Patrón
La cosa se ponía brava a veces.
No todos comprendían el método de Ernesto, y menos los obreros. Los salarios que pagaba no eran… insignificantes, no, estaba graduados por la utilidad del obrero. Un obrero muy especializado ganaba más que un simple hombreador, y una mujer, por supuesto, más que un niño de doce años… En la mentalidad especulativa de Ernesto esta graduación era de estricta lógica: ¿cómo iba a pagarle más a una mujer, sin preparación y sin rinde, que a un operario que producía kilos de melaza?
Pero ni la mujer ni el operario estaban siempre de acuerdo con el patrón: el sueldo era por diez horas de trabajo, la comida era la que se traía de la casa, y a lo sumo, un mate cocido a la mañana para no decaer. Se salía a las seis, o a las ocho, dependiendo de la cantidad de trabajo que había. Las huelgas eran cotidianas casi.
Este método era estacional también, porque la naturaleza tiene ciclos, a veces es invierno, a veces verano, a veces hay cosecha, a veces no. Había que aprovechar esa variabilidad, no tomarla como una fatalidad. Entonces Ernesto cosechaba caña o cuero o lana o carne, de sus ingenios, plantaciones, corrales o saladeros, y también grasa de ballena del sur, tasajo entrerriano, azúcar rosarina.
El Político
La crisis de 1890 lo deja bien parado, dentro de la debacle general.
Su amigo Carlos Pellegrini le había garantizado las leyes y decretos necesarios para fundar su refinería de Azúcar. También una exención impositiva. Julio Roca le había dado piedra libre para intervenir en política, favoreciendo las empresas de su “amigo”. No había nada malo en ello. Sus contactos con la banca internacional “resolvieron” el tema de la deuda externa… bah. Sabemos qué significa eso.
Ernesto, por supuesto, no vivía mal: tenía castillos y casas, había edificado el hotel Plaza y tenía una estancia bien puesta. En Mar del Plata levanta el Torreón y el Hotel Bristol. La fundación del Golf Club de Buenos Aires no le es ajena, los negocios se diversifican, se ramifican, se complejizan. Todo puede dar dinero, entonces, ocupémonos de todo. La Fundición Zamboni, los astilleros de Berisso, la cervecería Bieckert, las fábricas de óleo, margarina de Seeber, las balanzas Bianchetti, las cerámicas Ferrum, y la metalúrgica TAMET, son de su marca. Fundó varios pueblos, porque gobernar es poblar, y viceversa.
Pero la crisis de 1890 era estructural al capitalismo. No era pavada. La especulación había dejado huellas profundas y los contactos políticos eran cada vez más corruptos, las clases medias comenzaban a buscar el poder que los amigos de Ernesto siempre habían tenido, y para salvar los negocios, busca una convertibilidad que permita la estabilidad monetaria, sí, a lo Cavallo, pero en vez de usar al dólar, usa la base oro.
La primera crisis seria con los de su clase fue con Estanislao Zeballos. Este rosarino creía fundamental el rearme argentino, en vista a los problemas limítrofes con Chile y Brasil. Para Ernesto, ese doble frente era suicida. Esto creaba una contradicción con la Krupp, que era la más anhelada por Zeballos para armar a la Argentina. Ernesto se salió con la suya. Según Eduardo Madero, "Será durante la segunda presidencia de Roca (1898-1904) cuando Don Ernesto Tornquist jugara su prestigio en tres cuestiones de suma importancia, la estabilidad de nuestra moneda, la unificación de la deuda externa y la paz con Chile".
La segunda crisis fue personal, y le solemos llamar La Muerte. Su muerte en 1908 trajo como consecuencia un desbarajuste en sus empresas, sobre todo en La Refinería Argentina. Sus seguidores extrapolaron el método de Ernesto, creyeron que extendiendo al infinito la modernización las ganancias crecerían. Carecían, claro, del ojo económico y político de Tornquist.
La Refinería fue decayendo, la carne congelada fue sustituida por la refrigerada, que llegaba en mejores condiciones a Europa. La Primera Guerra Mundial impedía el comercio libre, fundamento y credo de Ernesto.
Hacia 1930, Ernesto era un recuerdo más vinculado a la oligarquía especulativa, despilfarradora y europeizante que a la industria incipiente, sus leyes, relaciones y amistades económicas fueron cayendo en el olvido.
Con la llegada del siglo, la industria dejó de depender del agro en forma exclusiva, y del exterior para importar dentífrico u obras de arte. La industria Argentina era un nuevo eje económico que iba a suplantar al antiguo agro exportador. La muerte de Tornquist, aunque adelantada al tiempo, era un indicio que los pioneros del capitalismo estaban en su senda final.
El Final
¿Cuál era la razón del éxito de Don Ernesto? Como persona, su desmedido afán de ganancia, dirán algunos. Pero mirado más profundamente, es una cultura completa la del capitalismo, una mirada sobre el mundo. Para Ernesto -y tantos otros- la ganancia es la forma sublime del trabajo, una recompensa moral al sacrificio, al riesgo, a la apuesta económica, a impulsar el progreso y de allí a confundir patria, dinero, política y fábrica no hay más que un paso.
Usted y yo, lector, lectora, estamos imbuidos de esa cultura. No zafamos.
No damos un paso sin que las “ganas de ganar” nos salten a la cara. ¿no se fijó usted la cantidad de películas, series de TV, revistas, programas de radio, etcétera, en los cuales “hay que ganar”? ¿observó cuántas “competencias” hay en su vida? ¿se fijó cómo se alegra cuando en la película, el muchachito gana el partido, cuando parecía que iba a perder?
Usted (seguro) no moverá un dedo sin que haya una ganancia de por medio, un módico salario, una ganancia, un lucro, una moneda. Si usted confiesa trabajar gratis, lo mirarán como un poco loco, en el mejor de los casos, o un poco taimado, en el peor. Dirán seguramente sus amigos y favorecedores:
- ¿Por qué hacés eso, si no te deja un peso?
Al corazón le decimos “el bobo” por su trabajo sin paga. Duele hacer las cosas “por amor al arte”, porque siempre alguien se lo echa en cara.
Esta revista trabaja desde una óptica ligeramente diferente, si bien -es la humilde opinión del que escribe esto- no puede escapar al sistema completamente: los lectores no serían rosarinos, o argentinos. Nos importa poco si alguien nos dice:
- Che, y vos ¿a qué vas con esto?
A veces nos basta con ser diferentes, siquiera un poco. Escapar a la cultura de la miseria, de la explotación, de la asimetría, del privilegio. Tal vez haya formas mejores de ganar: sin negocios donde las personas sean piezas de relojería.
Por ahora, ganar para vivir y sin vivir al otro es sólo una idea remota.
Pero Ernesto Tornquist, alemán, austríaco, porteño, patrón, empresario y político, empezó con ideas remotas también.
Tan mal no le fue.
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