miércoles, 11 de febrero de 2009

Tu peor enemmigo

Por | Bruno Javier Del Barro - 20 años

Progresos sociales son prácticamente utópicos si un día descubrimos a las acciones más insignificantes como perjudiciales. Y si tal vez todo aquello a lo que se incita volcar nuestro tiempo corresponde a perdidas progresivas de humanidad.
Cuando las bases de una sociedad se construyen sobre mentiras que suponen verdades, las cuestiones como lo correcto y lo incorrecto, se encontrarán en conflicto permanente, pues los resultados de una buena obra no serán, quizás, consecuentes a la acción concretada. La situación desmejora aún cuando estas cuestiones, por supuesto, no son si quiera consideradas. Sin embargo, es probable encontrarse frente a resultados negativos a pesar de haber realizado cada acción presumiéndolas adecuadas.
El inconsciente colectivo posee una cantidad mayor de creencias que de verdades, eso es seguro. Pero inclusive cuestiones solidificadas como asuntos de orden y convivencia, familia y comunidad, sentido común y metas colectivas se encuentran más en nuestra imaginación que en la vida real.
Al mismo tiempo en que el hombre desarrollaba sus capacidades creativas para ir dejando pelado al mundo, el ser humano también fue transformándose en un ser de sentimientos, sus emociones fueron fortaleciendo y diversificándose, contradiciendo y aplacándose con lo primero, acabando en un segundo plano. Fueron gestándose, pues, valores a partir de las prioridades emergentes.Propósitos en común, hoy en día incuestionables.
Mientras la realidad contradice: personas realizadas profundamente infelices. Oímos pero no escuchamos de situaciones económicas envidiables, familias supuestamente estables y, sin embargo, espíritus desinflados o desfondados.
Y esto, cumplidos los anhelos.Quienes hacen lo imposible para lograrlo y los que intentan atrapar las nubes de felicidad proyectadas por sus televisores, la pasan peor.“Los jodidos siempre estarán jodidos”. Y así será mientras Dios lo permita.
“La publicidad manda a consumir y la economía lo prohíbe”, dice Eduardo Galeano. Ocurre que en los índices llaman nivel de vida al nivel de consumo y calidad de vida a la cantidad de cosas.
Si nos es inducido que para ser hay que poseer, y si no tienes lo que hay que tener, no eres ni parte de un censo, todo esto se traduce en claras invitaciones -más bien órdenes- a lo que llaman comportamiento “antisocial”.
Nos complace hablar de vagos, de los nacidos con “tendencias al crimen”, de educación, de seguridad, es decir, de ir sumando elementos, cuando más bien hay que quitar y de paso, desligarnos de responsabilidad y complicidad. No se habla jamás -ni siquiera algún especialista loco perdido por ahí-, de impotencia, de frustración, de confusión ante tantas paradojas llamadas realidad innegable, la cual es pasar hambre de espíritu y estómago frente a un festín, una fiesta, un desfile de imágenes de felicidad, de comida abundante, de automóviles deportivos, de bellezas exuberantes, de pomposidad menester y mínima para una vida decente, las veinticuatro horas del día en cualquier rincón del planeta.
La delincuencia, es la mejor forma de ocultar la delincuencia. La otra, la engorrosa, la trascendental, la encubierta, la madre de todas, la propia de las entrañas del orden, la que en gran escala se traduce en trámites vulgares pero complejos, económicos y políticos, necesarios para los engranajes del enorme mecanismo capitalista. Esos que no vemos pero que ocurren.Esos que no entenderíamos pero que padecemos y nos acuñamos a su voluntad y sus “daños colaterales”. Esa que el pobre diablo imita en proporciones menores, expresa y en manifiesto, con métodos caseros y siendo el único que acaba en el ojo de los medios, preso o muerto, alimentando así la boca de los leones, la opinión pública de un pueblo enfurecido, cansado, sediento de contestaciones, que, aunque equívocas, respuestas al fin, ante toda la injusticia que le rodea.
Cualquier arrebato de un negro de mierda, constituido en gran escala, se les llama vulgarmente grandes negocios redituables, controles de información, firma de cheques, decretos, intercambios de sumas virtuales y abstractas de dinero que no pueden existir físicamente.
Un pequeño porcentaje de la población pobre tal vez se vuelque a comportamientos indeseables como la delincuencia, por circunstancias complejas y difusas, difíciles de enunciar para cualquiera. Esta situación es lamentable, hasta para quienes se encuentran en cuestión.
Habría que calcular que una población símil o mucho mayor, pero de pudientes, se incline a lo mismo. Obteniendo así su patrimonio total, parcial, engrosándolo, o sustentándolo o por lo menos sólo una vez, se debió actuar ilegalmente en condiciones perfectamente claras para quienes se encuentran en cuestión, conscientes, por supuesto, de cada maniobra.
El comportamiento antisocial se le suele llamar la contracara, cuando más bien en un contraataque desesperado a la marginación ejercida de todos las flancos posibles. La mejor aliada del sistema acaba siendo la pobreza, necesaria para su propia subsistencia, la batalla a muerte pues, es contra los pobres, quienes no pueden controlar sus viles impulsos de imitarnos.
Ninguna administración, ningún poder, ningún gobierno está dispuesto a establecer verdaderas políticas para acabar definitivamente con la delincuencia, la pobreza, el tráfico; el mismo sistema que da rienda suelta a sus hermanos mayores: el libre comercio, el enriquecimiento ilimitado, negocios turbios y encubiertos, porque simplemente no está dispuesto a acabarse a sí mismo.

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