miércoles, 11 de febrero de 2009

Diversas formas de irse

Por | Ivana Romero

I)
En abril de 1746, una denuncia anónima fue depositada en unos buzones llamados “agujeros de la verdad” que había en Florencia. La nota acusaba a Jacopo Saltarelli, de 17 años, de “llevar a cabo prácticas inmorales y satisfacer a aquellos que solicitan de él estas pecaminosas acciones” e involucraba a cuatro jóvenes más, entre ellos a Leonardo di Ser Piero da Vinci.
Las acusaciones por homosexualidad eran frecuentes en ese tiempo. El que entre los imputados estuviera Leonardo Tornabuoni, pariente de los Médicis, habría permitido “archivar” el asunto en dos meses. Una copia notarial del caso sobrevivió en las oficinas de los “Oficiales de la Noche”, la guardia florentina que, por un tiempo, mantuvo vigilados a los “sospechosos”.
El tema golpeó fuerte a Leonardo y muchos atribuyen a esto su partida a Milán.
(Extraído del fascículo Nº 21 del diario La Nación, donde se relata la vida de Leonardo Da Vinci)

II)
Después de muchos meses, vuelvo a mi ciudad natal a unos 100 kilómetros de Rosario. En la entrada, por la ruta 33, hay un cartel que dice “Bienvenidos a la capital de la maquinaria agrícola”. Dice “bienvenidos”, no “bienvenidas” pero no me extraña: la inclusión de las mujeres en el lenguaje es todavía una cuenta pendiente. Quizás no la más urgente si se piensa que durante 2008 hubo 207 mujeres asesinadas por violencia doméstica, si se considera que en Argentina muere una mujer por día por abortos clandestinos. El cuerpo de las mujeres pretende ser territorio del Estado, de la Iglesia, de los partidos políticos. Pero el cuerpo de las mujeres es de las mujeres. También el lenguaje, ese entramado sutil que modela nuestra forma de sentir y pensar.

III)
Vuelvo a la ciudad donde nací que durante 2007 fue nombrada en los medios por unas hamacas que se hamacaban solas bajo la brisa, sin niños ni niñas que las empujaran. En 2008, la ciudad fue uno de los lugares del sur de Santa Fe que se opuso más enfáticamente a la sanción de las retenciones móviles. En uno de los piquetes, un chico perdió una pierna cuando lo chocó un auto. Más tarde, un grupo de amigos de Eduardo Buzzi y Alfredo De Angeli se plantaron frente a la sala donde actuaba Raúl Rizzo. Él se refirió al conflicto en los medios, defendió una reforma agraria pero cuestionó algunas avanzadas violentas de los chacareros. Los chacareros lo abuchearon. Separadamente, Buzzi y De Angeli estuvieron en una ciudad donde los supermercados se acostumbraron a poner las mercaderías a “precio soja”. Los muchos que no tienen campo ni soja en el pueblo se las vieron complicadas. Pero sólo se ven los que se pasean en autos nuevos y toman cerveza en barcitos de moda. Algo tan antiguo como el conflicto de clases sigue presente aún en un lugar de 20 mil habitantes. Los que tienen, los que no. Los incluidos en un sistema que les permite comprar y vender mercaderías o fuerza de trabajo, los que no. “Lo interesante de este lugar -dice un amigo- es que aquí se ven las mismas maravillas y miserias que en una ciudad de un millón de habitantes”.

IV)
Irse. A veces no hay otra: irse de un lugar porque no deja espacios para nuevos sueños, irse en busca de amor, irse para dejar atrás el desamor. Comprender que el concepto de patria no es necesariamente geográfico, que la patria está allí donde anidan los afectos pero los afectos verdaderos son suficientemente generosos como para dejar ir y aún así, brindar cobijo desde la distancia.

V)
Entre las cosas maravillosas que tiene la ciudad donde nací, están mis amigas. Muchas de ellas ahora son madres. Sus hijos gatean, aprender a hablar, piden, piden, piden, dan. Pilar, de seis años, escribió una carta a Papá Noel con los regalos que deseaba: una carpa, una Barbie, un par de zapatos de taco y media docena de platos con flores pintadas para la abuela. Papá Noel olvidó el último detalle y trajo platos comunes, de vidrio esmerilado. Pilar no lo perdona.
Lucía acaba de cumplir 12 años y se estiró de golpe. Le empezaron a salir pelitos en las axilas. Ella le explicó a la madre que los quería dejar así, que no se ponía musculosa o no levantaba demasiado los brazos. A contrapelo (justamente) de las publicidades que muestran a chicas sin un milímetro de nada ni aún en el pubis, para Lucía el vello no es un problema.
Pero llegó el día en que tenía que bailar en una muestra de patín. Entonces la madre la llevó al baño, derritió cera y comenzó a aplicarla con delicadeza sobre la piel frágil. La madre quiere evitar las maquinitas de afeitar para que a Lucía no se le engrose el vello. Y Lucía, con los brazos en alto, se deja hacer mientras le dice a la madre que está cometiendo un error, que el abuelo y el padre también tienen pelos y a ellos nadie los manda a depilar.

VI)
Tengo un tío que se está poniendo viejo y empieza a tener problemas para recordar. No recuerda su nombre, ni cómo manejar su auto ni si su mujer le encomendó comprar papas o zanahorias. Pero recuerda cuando, en los 70, los militares lo acorralaron a la salida de la fábrica de productos lácteos. José relata con exactitud milimétrica cómo a su compañero, delegado sindical como él, le tiraron un auto encima y lo mataron aunque luego simularon un accidente. También recuerda cómo lo agarraron a él del cuello, lo pusieron contra la pared y le dijeron que le perdonaban la vida porque tenía una hija lisiada, mi prima. Pero debió renunciar a su trabajo. Y nunca hasta ahora habló de eso, que también sucedió en la ciudad pequeña capital de la maquinaria agrícola.
Cuando lo fui a saludar esta vez, me abrazó con muchísima ternura. Tenía un poco menos de pelo y había encanecido de golpe. Las uñas de sus manos estaban largas. El me dijo: “Quiero que sepas que en este pueblo siempre habrá un tío que te ama”.

VII)
Me fui de esa ciudad a los 18, como muchos y muchas, para estudiar en Rosario. Hace un par de años me fui de Rosario también. Por estos días, siento algo parecido a la ausencia. A veces no es tan fácil volver. En Rosario está mi historia aunque no necesariamente mi presente. No lo sé. Una amiga rosarina que vive en Buenos Aires me escribió un mail y, a modo de deseo para fin de año, me dijo: “Que todos tus caminos confluyan en un mismo destino”. Amigos y amigas tienen la capacidad de devolverte una imagen tuya de la que quizás no seas muy consciente. El destino de una vida no pasa por una geografía u otra, sino por elecciones que tienen a lo geográfico como escenario. Por ahora, estoy desarraigada.

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