lunes, 15 de diciembre de 2008

Decálogo del buen racista

Por Gustavo Fernetti

Los racistas existieron y supuestamente existirán siempre.
A pesar de normas, leyes y ordenanzas, la discriminación basada en caracteres que diferencian a la gente por procedencia, color o habla significan mucho para muchas personas. Esta lacra social, que parte de lo cultural, es ineludible en el ser humano y casi diríamos que es una actitud animal. Casi como esos perros que atacan porque uno es diferente, el racista usa una serie de complejos pensamientos para justificar su accionar. Vamos: diez de ellos.

Uno. Las razas existen.
Los racistas presuponen que ciertas diferencias son comunes a ciertos grupos humanos. Las narices chatas son propias de los esquimales, como la piel negra es habitual en los negros. Las orejas grandes y narices ganchudas son características de los judíos, y el pelo duro y chuzo es casi sinónimo de japonés.
Y si, somos diferentes en esas cosas, son evidentes.
Pero el racista va más allá. Presupone que esas diferencias son clave, porque predeterminan lo cultural. Así, la raza es una agrupación no solamente definida por las orejas, sino que las orejas son la marca externa de la cultura de ese grupo. Por tanto, podemos agrupar por orejas, o piel, a sabiendas que todos los que posean esa característica serán de cierta cultura, o sea, presupone cierto comportamiento.
El lector avispado se dará cuenta de lo falaz de ese razonamiento. Aparte de lo arbitrario de la elección de rasgos, se dará cuenta que la extensión es, cuando menos, también arbitraria. ¿Porqué no elegir la separación por volumen glúteo o por capacidad laríngea? El racista dirá que esas cosas no diferencian, y que recurrirá a la ciencia por ayuda,... que tanto.

Dos. Las razas como agrupamiento humano tienen aval científico.
El racista dirá que la ciencia dice que las razas existen. En efecto, hace mucho tiempo atrás, la noción de raza no se discutía. Teóricos alemanes como Heinrich von Treitschke o franceses como el Conde de Gobineau, suponían que la división natural de los hombres no era ideológica o cultural, sino racial.
Henri Valois, en el libro “Qué es la raza” de 1944, se animaba a establecer tipos humanos o razas, basándose en la complexión, la piel, la morfología del cráneo, etcétera.
Pero este tipo de estudio no dice que las razas se mueven. O sea, como dice Marvin Harris, es muy poco confiable establecer como “africanidad” los caracteres de los negros norteamericanos, porque han cruzado tanto con los europeos, que tendrían ya mucha información genética “americana” ¿de qué raza son?.
Además, muchos de los factores genéticos de la raza “blanca” (la favorita de los racistas) son perjudiciales para la misma raza, como el que determina el cáncer de piel, y en el fondo, las feas narices de los esquimales son mejores para el frío que las del estirado inglés que se congeló en el Ártico.
Los racistas se quedarán con Gobineau, claro, y rechazarán a Marvin Harris. Supondrán que las separaciones están a la vista, y que eso es un indicio claro de esta separación. Un genetista diría que existen más diferencias genéticas entre personas de la misma “raza” que entre personas de razas diferentes, ya que la “raza” posee variables genéticas insospechadas para los mismos racistas.
Incluso el tema de la sangre –tan caro a los racistas- no es un factor que lleve o traiga las características genéticas. Más bien, es un fluido de oxigenación y alimento de los tejidos. Los cromosomas – sus gametas, su sexo- son lo que hacen al hombre como es. Pero eso no es lo importante. Es la sangre la que se contamina en el cruce de razas. Esto nos lleva al punto tres.

Tres. Hay razas buenas y razas malas.
El racista supone que hay razas que, por su simple existencia, suponen un perjuicio. Son inferiores, una porquería. Por supuesto, la raza del racista es siempre buena.
Sería inútil aclararle que los negros .supuestamente una raza- han sido mucho más exitosos que los, digamos, arios, por la simple razón que los blancos son africanos que emigraron a Europa hace cien mil años. También sería inútil decir que los alemanes arios fueron mucho más perjudiciales a los judíos que éstos a los germanos, pero el insistirá. Simplemente rechazará la veracidad de las pruebas presentadas, endilgándolas a un complot racial, que es el punto siguiente.
Finalmente, cruzar una raza “buena” con otra “mala” no supone sino un descenso, una degradación. El racista nunca aclara porqué su “raza buena” no suministra mejorías a la “raza mala”, sino que ésta es, en el fondo, más poderosa. Cosas de la naturaleza.

Cuatro. Las razas inferiores siempre complotan para asumir el poder.
Esta verdad racista está siempre en labios de nazis, católicos ultramontanos, skinheads y yanquis sureños. Los judíos, o negros, o mahometanos, siempre están tratando de asumir el gobierno de mi país, o desplazando mi propia raza.
Sería inútil argumentar que es más probable que los grupos se alíen para obtener el poder, por medio de partidos políticos, independientemente de su genética, o que el poder se suele crear desde la sociedad misma, y no desde grupos aislados. El racista pretende que no, a pesar de las pruebas, de las que ya sabemos qué piensa. Un libraco del siglo XIX, Los Protocolos de los Sabios de Sión, se suponía un escrito redactado por los judíos, donde se revelaba su estrategia para dominar el mundo. Como el lector astuto se dará cuenta, si ese intento de dominación hubiese existido, sus autores no serían tan idiotas para publicarlo o siquiera escribirlo. Autores hiper católicos, como el querido Hugo Wast, pensaron que el Congreso Eucarístico realizado en Argentina en 1935 sirvió para parar el peligro judío. Hitler pensó lo mismo, y los paró, a millones.

Cinco. El racismo es una de las formas del patriotismo
Dado el punto anterior, hay que resistir ese embate oscuro de las razas inferiores por asumir el control de nuestra amada patria. Nada mejor que armar grupos de choque, armar congresos, armar propaganda, y finalmente, armarse.
De allí a matar habrá un paso.
Pero el racista perfecto dirá que fue en defensa propia, así el muerto sea un niño: ya que las características raciales se heredan (“se llevan en la sangre”) ese niño era un pichón de enemigo.
Y esa defensa se lleva hasta más allá de la muerte, porque los símbolos de la raza enemiga (la raza inferior, porque mejor que la del racista o hay) deben ser destruidos. O sea que se justifica romper las tumbas ajenas, saquear sus templos o destrozar sus casas, porque la disgregación racial es una simple prevención de males mayores.

Seis. Si bien hay razas malas, hay personas buenas.
Esta premisa parte de la condición actual del racismo, prohibido por ley. Pero al racista le revienta que haya prohibiciones de ese tipo, y muestra la hilacha cada vez que puede. Así, ante la acusación de racista o de discriminación, dirá hipócritamente que él no es racista, que incluso tiene amigos judíos. Lo que evidencia, claro, su racismo es la palabra “incluso”. O sea para él la raza inferior tiene excepciones, que él ampara y cobija. Reinhardt Heidrich, el comandante de la SS en Europa oriental tenía ascendencia judía, y su jefe, Heinrich Himmler, lo aceptaba, diciendo que la cruza frecuente con arios le había diluido un poco la negatividad de su sangre judía. Solían decir que eran amigos, y que luchaban juntos contra los judíos.

Siete. La raza es un concepto homogéneo e invariable
Esta es la premisa de la cual se desprende la anterior. La raza es una masa de personas que se mueven con el mismo interés, marcada por las mismas características físicas, y los mismos comportamientos y para siempre. Nos se diferencia demasiado de la nación o la etnia, a pesar que hay tribus negras o árabes peleadas entre sí desde épocas bíblicas. Es muy dificultoso para un argentino diferenciar un tutsi de un hutu, africanos de Ruanda que se han matado durante siglos. Para los racistas son lo mismo, porque simplemente son de piel negra.

Ocho. Las razas tienen un destino prefijado
Esta concepción del mundo permite al racista justificar cualquier cosa.
La raza elegida y la raza degradada son la de él y la ajena, respectivamente; por tanto, la raza propia es la llamada a dominar, salvar al mundo, impartir sus valores, generar sus organizaciones y eliminar al que se resista.
Esta tarea ímproba, que jamás puedo ser cumplida por “raza” alguna (por las diferencias que la “raza” tiene socialmente en su seno), es un espejismo que añoran los nazis de gabinete.
Es más, el racista generará símbolos adecuados a este destino: dioses olímpicos mirando hacia allá, sables que apuntan a un mañana, caballos briosos cabalgando al futuro, laureles de bronce para los que murieron sin haber visto.
La mayoría de los racistas suelen quedarse con esos laureles, pués no llegan nunca: la cana los para antes.

Nueve. La eliminación de los racialmente inferiores permitirá un mundo mejor.
Esta idea se suele mantener oculta, pero el racista pleno pensará “en el fondo es mejor que estén muertos” o “a estos negros hay que matarlos a todos”.
Este principio sanitario universal no se sostiene por ningún lado.
La eliminación masiva de gente, se ha comprobado, sólo perjudicó a los sobrevivientes. Pero son falacias creadas por el complot judeo – trotskista - indonesio de Sri Lanka, negros inmundos que quieren quedarse con todo.

Diez. La ideología de la otra raza es siempre negativa.
Esta teoría empalma con las otras nueve. La idea ajena es siempre mala. La idea de nuestra raza es la más conveniente, la más ajustada a la realidad, la que permitirá un mundo nuevo. El racista no aclara nunca para qué un judío quiere un mundo peor, pero seguro dirá que es porque no puede hacer otra cosa. En general, las ideas de otras razas son comunistas o capitalistas, pero malas de por sí, porque son de otra raza, así sea el racista un miembro del partido o un banquero suizo.

Conclusión
La idea del racista parte de una idea falaz, porque ya no hay razas. Hay grupos culturales, naciones, pero no razas. Diferenciar a Obama de Bush por el color de piel es inútil y hasta suicida. Decir que Henry Kissinger es perjudicial a Estados Unidos es mentir, por más que fuese judío.
Las diferencias genéticas visibles son tan sutiles, tan puntuales, que es sospechosa cualquier intención sobre su importancia. Es más probable que el racista vuelque sus temores y deseos sobre esas diferencias, que lo que la Naturaleza quiso hacer sobre las personas. Según el antropólogo Meter , “a fin de cuentas, las tragedias provocadas por el racismo sólo se sustentan en algunos puntos de diferencia genética, en general evidentes y de poca importancia evolutiva”. O sea. Hay negros en zonas cálidas y en áreas frías, por el simple hecho que el ser humano ha poblado todo el mundo. Decir que los negros están en África es negar la condición de miles de ciudadanos uruguayos; decir que los japoneses sólo viven en Japón es negar las tintorerías.
En general, la “raza racista”, como factor de transformación social, es un fracaso rotundo.
Nunca pudieron los racistas asumir declaradamente un gobierno de un país, sin caer por la resistencia de sus compatriotas… o los ejércitos enemigos. Ni siquiera pudieron hacer buenos gobiernos, porque es tan irracional el pensamiento racista, surge tan de la animalidad humana, que extendido ese pensamiento a la ciencia, el arte o la economía sólo puede traer un desastre social. En general, esto ocurrió. Después de un gobierno racista, el mundo quedó peor que antes.
Entonces, ¿porqué existe el racismo? Conformémonos con una anécdota.

En 1945, un abuelo miraba a su nieto, despidiéndose para siempre. Iba hacia la muerte que le habían preparado los nazis. El niño lo recordaría con la mirada alta, la estrella de David en su saco harapiento, la mano saludando al partir en el tren que lo llevaba a Buchenwald. El niño sobreviviría.
Cincuenta años después, ya convertido en un anciano insomne, aquél niño se preguntaba porqué mataron al abuelo. Su propio nieto le diría la respuesta:

- “Nada más porque quisieron hacerlo”.

Esa es la última razón del racista.

Investigación. Arq. Gustavo Fernetti
Docente de la escuela Superior de Museología
Fotografías: Diego González Halama

1 comentario:

Anónimo dijo...

Para mi el racismo siempore va aexistir, poruqe el ser umano es un anin+mal discriminador.