Por Carlos Galli. Director Revista El Vecino
Las crisis recurrentes del capitalismo, en el mundo que habitamos no son a esta altura del partido un hecho novedoso. Suele variar su magnitud, el tiempo de sus sucesiones -cada vez se acortan más sus períodos-, la cuantía de sus secuelas, pero los grandes damnificados son siempre los mismos: las capas sociales más indefensas dentro de los países afectados.
No es un descubrimiento que el grupo de las naciones más poderosas ha sostenido un alto nivel de vida a través del tiempo, exportando cada una de sus crisis internas al exterior e imponiendo términos de intercambio siempre favorables a sus intereses,- bajo la tutela del FMI y otros organismos de financiamiento-, que le ocasionaron un serio perjuicio al resto de la comunidad internacional.
El sistema financiero mundial, con epicentro en Estados Unidos colapsó, anuncian las grandes cadenas mediáticas del poder global y sus sucursales, diseminando mensajes apocalípticos y a su vez, demandando o exigiendo el salvataje colectivo, para los desaguisados que el sistema conlleva en su esencia: el sistema neoliberal es naturalmente injusto. La redundancia es adrede: radica en el sistema.
La panacea que auguraban los mentores del libre mercado, acerca de la no intervención de los Estados en la orbe de la economía para que esta crezca y se desarrolle sin obstáculos, se desmoronó como la ideología que lo sustentaba.
La idea de que las bancas debían ser independientes de las decisiones políticas se hizo trizas. La libertad del capital para desplazarse sin regulaciones de ningún tipo que nos conduciría al Primer Mundo, como aleccionaban a Doña Rosa, los Marianos, los Bernardos y sus símiles, desde sus oráculos, generaron un desastre mayúsculo. Asimismo, es patético ver que varios de nuestros fósiles políticos de frecuente recorrida por los medios lo siguen haciendo. Ahora pregonan ciertas correcciones, nunca un cambio. Por suerte, Bernardo ya no. Les duele admitirlo, les produce erupciones de todo tipo, no saben qué decir, disfrazan el término, lo cierto es que Estados Unidos y Europa marchan hacia una nacionalización de buena parte de su sistema financiero, rescatando bancos, papeles, burbujas y dinero virtual. Nunca se ha visto un auxilio de esta magnitud para erradicar males endémicos que padecen las mayorías de los pueblos. Su ideario no se lo permite, su conservadurismo tampoco. No se inscribe en su concepción. Eso sí, para resguardar a la economía real hay que rescatar a los bancos: hay que salvar la riqueza genuina o virtual, para eso sirven los Estados, según su lógica de pensamiento. Deben ser dóciles y serviles. Socializar las pérdidas. Por estos pagos, el rol estatal por poner un ejemplo, debería eliminar retenciones al agro o devaluar la moneda según cada interés corporativo.
La falacia neoliberal con la cuota de hipocresía de sus vendedores de humo -para quienes se negaban a verlo o les convenía hacerse los distraídos- ya no es invisible a los ojos. La obra está consumada. Ahora imploran ayuda del Estado. Obvio, para conservar activos y licuar pasivos, jamás como regulador y árbitro de los intereses colectivos.
En nuestro país, en medio de la crisis mundial, aún no hay una dimensión exacta de su alcance local. Desde el gobierno se trata de mostrar fortaleza, frente a los embates agoreros de los voceros del privilegio, responsables del vaciamiento de nuestra Nación y que se pasean por los medios diagnosticando y amedrentando con sutiles amenazas en el caso de que no se actúe de acuerdo a sus preceptos. La furia que desató la decisión de pasar las jubilaciones al régimen de reparto, es el botón de muestra, de que no admiten intromisiones cuando se trata de impedirles ganancias fáciles. Esto más allá, de las discusiones necesarias, democráticas y serias, para que los aposentados no vuelven a ser el pato de la boda.
Resumiendo el modelo no da para más, ha sumido a millones de personas a padecimientos impropios de la época. Está agotado, lo que no significa que haya culminado, y la resistencia por su subsistencia está a la vista, externa e internamente sus mentores encubren con falacias una realidad inocultable. Sin embargo, no se vislumbran alternativas serias en el corto plazo.
El gobierno, que se presume progresista, ante la gravedad de la crisis tiene una gran oportunidad de demostrarlo. No hace falta ser un erudito para saber en estos escenarios quiénes cargarán sobre sus espaldas, la pesada mochila. Si el principal reclamo desde los sectores populares ha sido por una distribución equitativa de la riqueza- asignatura pendiente de los K-, esta es una oportunidad para dejar de lado las declamaciones y pergeñar un Estado que además de recuperar el prestigio de sus instituciones, sea funcional a los intereses de la mayoría y no sostener con dobles discursos a los privilegiados de siempre, que viven llorando recostados en su fortuna, y anuncian despidos y escasez. Una película conocida ésta, la vimos hace tiempo, cuando el cine era mudo y en blanco y negro: Tiempos Modernos. Es hora de pensar otras alternativas, junto a otros países de la región que sea beneficiosa al conjunto. Sería una manera positiva de “capitalizar la crisis” a nuestro favor y dignificar un cuarto de siglo de democracia sin interrupciones.
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