martes, 18 de noviembre de 2008

El Fisgón | Rutas de pelicula

Por Daniel Briguet

Las rutas no tienen fin. Esa es la idea. Por eso me gustan las road-movies o películas rodantes. En ellas se respira un clima de libertad aunque esa libertad termine con una perdigonada o bajo las ruedas de un trailer.
La libertad sin riesgo, se sabe, es un juego de niños. No sirve para darle máquina a una historia que necesita, en dosis parecidas, de vibración y de cierto desenfreno.

1- Luz, cámara
Vi por primera vez “Easy Ryder” (Busco mi destino) en una versión algo recortada y en ese momento no sabía que estaba viendo a la vez el auge y la culminación de un género. La película fue un suceso, a partir de una producción independiente y económica, y se convirtió en el símbolo de una generación. Hoy escucho “Nacido para ser salvaje” y veo girar sobre asfalto las ruedas de las motocicletas de Peter Fonda y Dennos Hooper. Ambos encarnan una mezcla de hippies y motoqueros, del todo alejadas de la onda pandillera de los Ángeles del Infierno. Son, por decirlo de otro modo, jinetes modernos. Lo que veía menos entonces es que el final contundente y despiadado del film anunciaba la crisis de la cultura que lo alimentó. El flower power, la yerba buena y el amor libre, los chicos arracimados en San Francisco y otros sitios de la costa de California, que habían abandonado sus hogares en busca de un Paraíso en la Tierra. El sueño empezó a desvanecerse por lo utópico de esa búsqueda pero también porque los esbirros advirtieron lo que una movida así llevaba consigo. “Easy Ryder” lo muestra sin reparos. Quedó una estela que aún flota en el aire y se corporiza en túnicas, mostacillas, refugios en la sierra e, incluso, motos de alta cilindrada con el manubrio levantado.
Del mismo modo, el éxito del film dirigido por Hooper convocó a una cantidad de seguidores. De esa época me gustó “Carrera contra el destino”, con Barry Newman en el papel de un ex policía que se dedica a llevar autos reparados de una ciudad a otra. El título original era Vanishing Point y la historia empieza cuando Kolwaski, tal el nombre del personaje, apuesta con un compañero que puede conducir su Mustang a través de tantos kilómetros en un tiempo casi inimaginable, lo que lo obligará a violar todas las normas de tránsito. Vi “Carrera...” en un continuado de tres películas en el cine Gran Urquiza y luego en otro continuado en el San Martín, y en ambas ocasiones tuve la sensación de estar ante un hallazgo, ya que no tenía referencias del director Richard Sarafian. Otro título que me pegó - este figuraba en un matinée del Sol de Mayo- fue “Reto a Muerte”, un film de bajo costo que, si no me equivoco, significó el debut del joven Steven Spielberg. La historia no puede ser más sintética: un viajante, encarnado por Dennis Weaver, es acosado en la ruta por un enorme trailer sin saber el motivo. Lo interesante es que el atribulado viajante tampoco verá nunca el rostro del sombrío conductor del camión.
Creo que Spielberg sabía de intriga y suspenso antes de largar.

2- Intervalo
Pero no les cuento todo esto para que conozcan mis gusto cinéfilos- podría hablar horas de las road movies- sino por algo que me pasa y ha modificado el curso de mi vida. Lo que me pasa es que me cuesta moverme a la intemperie. Agorafobia lo llaman los especialistas. Traducido más o menos literalmente quiere decir “temor a los espacios abiertos. Las fobias son hoy moneda corriente pero una cosa es contar los escalones de la escalera que uno está subiendo y otra sentir la imposibilidad de cruzar una calle de doble mano. Esto último equivale a estar sitiado. La primera irrupción que tuve fue hace muchos años y fue la más intensa. La sensación era de derrumbe. El mundo estaba ahí pero yo apenas podía tocarlo. Salí, después de meses de ostracismo, gracias a la ayuda de un buen terapeuta, que en realidad lucía como un boxeador retirado, y a un resto de empeño que me quedaba. El empeño de no quedar contra las cuerdas.
Luego pasaron años sin novedades y lo tomé como un fantasma que había dejado atrás. Hasta que un hecho casi trivial -los efectos secundarios de una medicación ordinaria- me hicieron volver sobre mis pasos. Volvía a sentir que pisaba en el vacío. Reincidencia u otro nombre más técnico, con visos de pesadilla. Al cabo de dos o tres, llegué a la conclusión de que yo era un adicto. No a la mandanga o al vino espumante sino a una forma particular de temblor que me resultaba difícil controlar. El temblor es la primera señal de alarma, seguida del sudor frío. Para más, a mí siempre me gustó yirar, caminar sin propósito o, incluso, en la época de las rutas argentinas, viajar de un lado a otro haciendo dedo.
Un médico amigo, que me conocía bastante, me sugirió que dejara la ciudad por un tiempo y buscara un lugar retirado. Si las fobias tienen una raíz infantil y yo había sido un chico venido del campo, no era improbable que la carga de cemento, tráfico y trajín propia del ámbito urbano sumaran un efecto adicional. Luego de pensarlo decidí hacerle caso.
Por eso estoy acá. Al borde de una ruta por la que no pasan muchos vehículos y a tiro de un pueblo donde puedo comprar provisiones. Sobre los restos de lo que ya estaba monté además un pequeño negocio. Voy al pueblo un par de veces por semana en un viejo Bedford que hace dos viajes al día. Sé adónde va pero no sé de dónde viene. Llego antes de las doce y me vuelvo a las 14 y 30. En ese lapso aprovecho para alquilar películas en un video club que todavía no llegó al DVD. Las películas no sólo mitigan el tedio de una rutina sin sobresaltos. También, en momentos de bajón, me sirven de estímulo, como una buena pepa que se disuelve en mis pupilas. Sobre todo si en la pantalla del viejo Sanyo se recorta una ruta en medio de una inmensa pradera y un coche deportivo se desliza por la cinta de asfalto a gran velocidad.
Las road movie pasaron pero dejaron su marca. Y en los pastiches que perpetra Hollywood suele haber un lugar para una persecución desenfrenada, la fuga de un asesino serial que acaba de robar un auto o de una pareja de ladrones que quiere cruzar la frontera. La acción está poblada de efectos y el vértigo supera largamente a la emoción. Digamos: los efectos terminan devorándose a la historia. Es lo que pasa con algunas remakes. En su afán de sacar réditos de un éxito del pasado, creen que basta reiterar una idea argumental, sin pausas ni resquicios. Lo que se pierde en ese traslado es el alma del film, aquello que lo convierte en algo vivo cada vez que se proyecta. Hace poco vi una nueva versión de “Vanishing Point”, con Vigo Mortensen en el rol protagónico, y no pasé de la mitad. Con decirles que el guionista cambió el móvil de la apuesta por un viaje desesperado que Mortensen debe hacer para asistir a su mujer enferma, a punto de parir. En la versión original el protagonista arrancaba de un gesto menor, una aventura que rozaba lo sublime. En el remake, toda aventura será redimida por una causa noble. Adiós libre albedrío.
Pero las causas nobles no son mi fuerte y no quiero ponerme latoso.
Quiero contarles simplemente lo que me está pasando. O lo que pasa por la pantalla. Hoy fui al Video Club y saqué un thriller clase B y un par de títulos de Lynch-Terciopelo Azul y Corazón salvaje- que ya he visto tres o cuatro veces. No es que me moleste. Volver a ver películas es como recrear experiencias que uno ha tenido. Con la posibilidad de descubrir nuevos matices. Entonces es factible ver la misma película y otra distinta. Pero tampoco soy inmune a la atracción de lo nuevo y en el video, debo reconocerlo, las novedades no abundan. Viendo mi cara de insatisfacción, el empleado sacó un estuche del cajón del mostrador y me lo recomendó argumentando que no lo tenía en exhibición por entender que se trataba de un producto para cierta clase de clientes. El título no era muy alentador:”Trampa para un destino”. Me dije que bien podría tratarse de un retitulado o una mala traducción. Miré los créditos y no vi ningún nombre conocido. Las letras del título estaban impresas sobre un convertible rojo con los neumáticos delanteros levantados y arriba se recortaba el rostro de una muchacha.

3- ACCIÓN
Es lo que estoy viendo ahora. Todo indica que se trata de una road movie. La historia comienza cuando el protagonista, un joven de jean, camiseta blanca y pelo rubio sobre la frente, revisa el motor de su Corvette. Atrás, en segundo plano, se ve a un negro en overoll golpeando la llanta de una rueda. Luego aparecen escenas que muestran a una muchacha, de mochila y chaqueta verde, haciendo autostop. La historia sigue en paralelo: el joven que pone en marcha su coche y recibe el saludo del negro que se acerca (“Suerte, Jimmy”es todo el diálogo), la chica que se desplaza de un coche a otro, el Corvette sobre la ruta, un plano cercano de la chica junto al conductor de una camioneta, el Corvette que finalmente estaciona en un parador. La chica está adentro, en una mesa, con el tipo de la camioneta. Ve el Corvette a través de una ventana, ve entrar a Jimmy y dirigirse a la barra. Toma su vaso de cerveza y camina hacia él. Sorprendido o desairado, el conductor de la camioneta, un tipo robusto enfundado en un traje de color claro, corbata de lazo sobre la camisa blanca y sombrero de ala ancha, observa la escena y se levanta. Jimmy permanece de perfil, la cara oculta por el pelo revuelto pero también por cierta inclinación del cuello (una actitud que me recuerda a James Dean, quien solía enfrentar la cámara como si quisiera sustraerse). Cuando el tipo de la camioneta toma a la muchacha del brazo increpándola, Jimmy gira la cabeza y muestra sus ojos acerados.
- Déjala -dice
Es el comienzo de una reyerta descomunal, en la que terminan involucrados casi todos los parroquianos. Jimmy se limita a esquivar los mandobles que le tiran de aquí y de allá. Pero cuando el tipo de sombrero rompe una botella de bourbon y dirige los vidrios afilados a su rostro, el le aferra la muñeca, en un movimiento imperceptible, y dobla su brazo hasta hundirle la botella rota en el vientre. Una escena notable resuelta en segundos. El grito agónico del hombre robusto, que se dobla en dos y cae al piso, parece paralizar la acción. Jimmy aprovecha para tomar a la muchacha de la mano y salir corriendo a su Corvette. Arranca haciendo patinar las ruedas y sube a la ruta. Por el espejo retrovisor advierte que dos vehículos, entre ellos una camioneta amarilla, salen tras él. “Maldición” alcanza a decir entre dientes y mueve la palanca de cambios, acelerando. Sigue un plano cercano del rostro de la muchacha, cuya mirada trémula debajo de unas cejas pobladas da cuenta de la situación. La toma es corta y apenas permite apreciar los rasgos de un rostro delicado. Todo indica que el motor del Corvette es suficiente para despegarse de la persecución. Pero la escena siguiente muestra el interior de la camioneta amarilla y el rostro del conductor, que le dice a su acompañante armado de una escopeta:
- ¿Crees que escaparán?
-¿Escapar? -replica el otro, con una sonrisa de malicia- ¿Te olvidas que este camino no conduce a ninguna parte?
Los hechos parecen darle la razón porque, unos kilómetros más adelante, los faros del Corvette alumbran una empalizada blanca que corta la ruta y, más cerca, un cartel que dice “Closed” con una flecha que señala a la derecha la entrada a un camino de tierra. La historia empieza a vibrar. Jimmy debe tomar una decisión y debe tomarla ahora. No conoce adónde conduce el camino de la tierra, que bien puede ser una boca de lobo.
-“¡Sujétate!” - le dice a la chica, toma con firmeza el volante y embiste la empalizada de madera, haciéndola saltar por el aire. Luego baja a la banquina y continua por ese andarivel. Por la ventanilla ve tramos del asfalto roto o en reparación. Mira el espejo y ya no aparecen las luces de sus perseguidores.
- ¿Estás bien? -Pregunta él.
- Estoy bien - dice ella con voz queda.
Sobrevive un fundido a negro que cierra el breve diálogo y abre sobre una ruta en mejores condiciones, bajo un sol que está cayendo. La relación entre los dos parece haber ganado en confianza. Y si ninguno habla mucho, ella es más expresiva. Se llama Melanie, viene del Este y no sigue un rumbo fijo.
- ¿No te interesa saber adónde voy? -pregunta él.
- No exactamente.
- Viajera errante, ¿eh?
- Algo así... ¿Te importa si me quito los botines?
El la mira y esboza una sonrisa.
- Puedes quitarte lo que quieras.
El rostro de ella refleja una expresión ambigua. Tal vez ha llegado el momento del romance o algo así. Tal vez se pregunte si lo de Jimmy fue un chiste o una insinuación.

4 - ¿Epílogo?

Tengo la boca seca y siento sed. Aprieto el botón de la pausa y voy a buscar una cerveza a la heladera. En la cocina tardo en encontrar el destapador. Suele ocurrirme. Creo que dejé algo en un lugar y resulta que no está. Ya estoy bufando cuando escucho unos toques de bocina. No me gustan los tipos que tocan bocina si bien reconozco que es el modo más práctico de llamar. Abro la puerta de tejido de alambre y veo un convertible rojo detrás del surtidor. Es un surtidor alto, de los que ya no se ven.
Del coche baja un chico rubio que me entrega la llave del tanque y dos billetes de veinte dólares.
- Llénalo -dice. Lleva la cabeza inclinada y se mueve muy rápido de modo que no lo puedo ver bien pero juraría que es muy parecido a Jimmy. En el asiento derecho del coche va una muchacha de pelo recortado y nariz respingada, que mira hacia delante como una esfinge. Lleva unos anteojos para sol. No digo que me recuerda a Melanie porque recordar es un verbo muy grande para un lapso tan corto.
Mientras coloco el pico de la manguera en el tanque veo que el chico rubio levanta el capot y revisa el motor, del que sale abundante humo. El coche puede ser un Corvette pero también un MG modelo sesenta y pico. Para estar seguro debería ver los faros delanteros, algo que no puedo hacer. Me llama ala atención la quietud de la chica. Su nuca descubierta es como la de Jean Seberg en “Sin aliento”. Se ha quitado la chaqueta -¿pero cómo sé que llevaba una chaqueta?- y una camiseta sin mangas muestra su delgadez. ¿ Se habrá quitado los botines?
Cuando el tanque empieza a desbordar, cierro el paso de la nafta. Le doy la llave a la chica nada más que para mirarla de cerca. Por lo que alcanzo a ver, está descalza y tiene las uñas pintadas de rojo. Tal vez se las pintó en el camino.
- ¿Van lejos? - le pregunto.
- No lo sé -contesta sin mirarme.
Me doy vuelta hacia el alero y escucho que me llama.
- Ey, ¿tienes lumbre?
Ahora me está mirando a través de sus lentes oscuros, debajo de unas cejas pobladas. Un cigarrillo apagado cuelga de su boca.
-No puedes fumar en este sitio -digo y no sé porque estoy hablando en un castellano neutro. Le arrojo un criquet verde que ella atrapa en el aire.
- Quédatelo.
-Thank you -dice ella, para terminar de desconcertarme.
El chico rubio cierra el capot de un golpe y salta al interior del coche. Arranca haciendo patinar las ruedas y sube a la ruta acelerando. Pronto el convertible rojo queda reducido a un par de lucecitas, en medio del amarillo y el ocre de los pastizales que se apagan.
Debo terminar de ver esta peli si es que se trata de una película. Me pregunto adónde habrá ido a parar mi encendedor coreano.
A la vez siento unas irresistibles ganas de caminar.
Caminar al lado de la ruta hasta que alguien me levante.

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