Por Ivana Romero
I)
A Palito Ortega no le preocupan ni la música ni la política ni sus hijos ni sus nietos. Por estos días, a él le preocupa la salud de su amigo Charly García. Eso es lo primero que dice cuando atiende el teléfono, de mediodía, recién despierto. “Es que en pocos días deja la clínica y por ahí se venga para acá. Pero como su caso está en la Justicia, la jueza tiene que decidir si lo deja venir o no.
Y bueno, estoy gestionando eso”, explica. Se toma su tiempo para dar detalles: que Charly iría a la quinta que Palito tiene en Luján, que allí podría terminar un álbum que dejó incompleto. Y luego sí, pregunta la razón por la que está siendo entrevistado.
La razón es un poco difusa; responde al dato no corroborado por un editor de la revista donde trabajo de que Palito está cobrando 20 mil dólares por recitales privados. Sería más escandaloso preguntarle si alguna vez se dedicó a traficar drogas, como denunció la Dea, pero eso fue hace mucho tiempo.
Pasan unos cuantos días antes de que consiga su teléfono y que me atienda. En el medio, algunos amigos se enteran de que ando tras Palito y proponen que produzcamos la serie Los Ortega y nos llenemos de plata; una amiga quiere conseguir el teléfono de Emanuel, su ídolo de la infancia, y otra, de Julieta, porque sigue enamorada de ella aunque la conozca sólo de la tele. Pero quien da en el clavo es el flaco Eduardo, fotógrafo, que mientras me escucha hablar por celular camino a otra nota dice: “Lo único que me interesa de Palito ahora es saber si le gusta Bombita Rodríguez”.
Bombita Rodríguez, el Palito Ortega Montonero, es el hallazgo del año de la factory Capusotto. Y una cree que el Palito Ortega “real” puede ofenderse. A Rolando Graña, por ejemplo, no le gusta nada Rolando Migraña. Pero Ortega dice que Bombita le parece “maravilloso”. Y agrega: “Me mato de risa porque está muy bien hecho. Ahora estoy esperando el capítulo donde contrata a Frank Sinatra. Pero esta vez, sería buenísimo si en vez de Sinatra, contrata a Ortega. Me encantaría cantar con Bombita”.
Las entrevistas telefónicas son pésimas para conocer un entrevistado. Quiero saber un montón de cosas de este tipo que canta horrible, que está sospechado de relaciones cercanas con los militares en los 70, que entre 1991 y 1995 fue gobernador de su provincia natal, Tucumán, y que en 1999 acompañó a Eduardo Duhalde como candidato a vicepresidente. Quiero saber cómo se llega a escribir un anti hit como “La felicidad” o cómo se logra una familia que dé tan bien en cámaras. Del otro lado, Palito está a punto de colgar y le pido que me reciba alguna vez en Luján. No quiero que la puerta se cierre del todo, ahora que se abrió apenas. Accede.
II)
Curiosa la forma en que la gente entra y sale en la vida. Hace cinco años que Paula (35) dejó de meterse en la cama de un señor (40) que tranquilamente podría haberse convertido en el hombre de su vida. Bueno, al menos en el hombre de ese momento de su vida. Ella estaba con otra persona (34), pero él a su vez había decidido tener un hijo (0) con su esposa (29). Paula no lo sabía. Igual, había decidido darle una oportunidad al señor (40) y dejar al otro (34). Como sea, un día el señor que se metía en su cama dejó de meterse, y dejó de llamarla por teléfono fijo –la gente no usaba tanto el celular todavía– para dejarle mensajes como “En vez de estar fumigando casas de señoras mayores que huelen a pis de gato, estaría dejándome hacer todo por vos que adivinarías siempre dónde y cómo” (180). Ella prefirió no preguntar los motivos del súbito abandono: sentía un poco de culpa (-10) ya que él sabía que ella tenía otro amante. Se encontraron hace unos días en la fiesta de (15) de una sobrina de ella. Él le confesó que había salido de su vida por consejo de una tarotista de confianza. “Me dijo que no ibas a quedarte conmigo”, le confesó. Ella pensó que había hecho bien en irse de la vida de él (40) antes de haber entrado. El señor abandonó la fumigación para dedicarse al próspero negocio de los arándanos, frutos pequeños y azules, apretados como hormigas.
III)
El Turco no sabe si debería haberse ido antes o no. Mary se fue cuando Héctor no quería que ella se fuera, pero ella sí. Ana duda entre irse o quedarse. Claudio nunca estuvo.
IV)
Mi tío Joaquín tenía una esposa con pelo finito y ralo. La esposa se lo hacía rizar en la peluquería Noly, a la vuelta de su casa, en mi pueblo natal. Pero un día, se cansó de tener melenita de beba rubia. Y se calzó una peluca tupida, castaña, que le llegaba hasta los hombros. Sucedió antes de que yo naciera, o sea que la esposa de tío Joaquín era para mí una señora que hablaba de manera suave y delicada, pero que tenía en la cabeza un dudoso revoltijo capilar que nada tenía que ver con su cuerpito menudo y sus modales sutiles.
Cada sábado, ella se quedaba en casa por las mañanas y mi tío llevaba la peluca a cepillar. Murió antes de cumplir los 40. Los dos hijos del matrimonio, que eran unos niñitos, lloraron mucho. La peluca se fue bajo tierra. Mi tío Norberto compró una similar, que manda cada sábado a la peluquería. El pelo del tío Joaquín se cae más en primavera.
V)
La foto, en blanco y negro, registra un grupo de nueve hombres y mujeres sentados alrededor de un ramo de flores de tallo largo, en lo que parece la galería de una casa chorizo. Todos se miran entre sí o a la cámara con esa sonrisa fotográfica que algunos se pintan con naturalidad y otros, como máscara. Una de las mujeres mira la cámara con gesto vago y ausente. No sonríe. Parece en estado de ensoñación o apenada. Es la más encantadora de toda la composición, por su modo ausente de estar allí.
El fotógrafo se llama Sabino Corsi. Nació en Rosario el 31 de octubre de 1909. Era ingeniero civil: participó en la construcción del complejo Chapadmalal, el aeroparque Ezeiza, y los puertos de Rosario, Santa Fe, Bahía Blanca y San Nicolás. Según lo que se sabe, nunca fue fotógrafo profesional.
A mediados de los noventa, dos personas encontraron unos pequeños negativos en un container. Al revelarlos, surgieron las fotos de Corsi, ésa del grupo de nueve personas y otras. Una, de dos niños con las narices estrujadas contra un vidrio, es sorprendentemente parecida a otra que a fines de la década del 60 tomó Sara Facio.
Las fotos de Corsi y la de otros cuatro autores de distintas épocas –Emilio Soriano, Joaquín Chiavazza, Héctor Río y Sebastián Sánchez– se pueden ver en el Museo de la Ciudad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario