Por Bruno Javier Del Barro | 19 años
“En verdad, si no fuera por la música, habría más razones para volverse loco”, dijo acertadamente Piotr Ilich Tchaikovski.
En la plaza Libertad, un domingo a la tarde, se encuentra Lucía, bailando tango, junto a un grupo numeroso de parejas, jóvenes y no tan jóvenes formando un solo conjunto. Unidos por el mate y la música. Bailan, bailan y bailan, hasta que baje el sol. Luego toman todos sus vehículos y se van a la casona donde se reúnen siempre, para seguir bailando.
Lucía tiene recuerdos de ella misma muy pequeña, acurrucada junto a un parlante en una sala de ensayo, dormida, mientras tocaban su padre y su banda.
Lucía, de veinte años, escucha The Beatles; Jethro Tul; Soda Stereo; Alanis Morrisette; Yann Tiersen (banda sonora de “Amelie”), que, por cierto, su padre “odia con toda su alma”; U2; Bajo Fondo; Regina Spektor; Queen, que su madre fue a verlos en el ´81 y aún hoy conserva la entrada y contagió a su hija el gusto por esta prestigiosa agrupación inglesa.
A los 12 años, escuchaba las Spice Girls y Shakira recuerda sin mucho orgullo, sonriendo. Más tarde, un novio fue clave para su apertura a un mundo nuevo y prolífico de estilos musicales; desde entonces, es habitual el intercambio de artistas como figuritas entre amigos y conocidos, con o sin intención.
Claro que no son los tiempos en que se pasaban horas frente a la radio con el dedo apoyado en “REC” alerta a tu canción favorita, insultando al comentarista que se metía a segundos de finalizar el tema.
O antes lo que fue la era analógica, comparar un gigantesco long play de reducido número de canciones y de primitiva sonoridad, reproducido en la enorme maquinaria como se lo puede ver hoy a un tocadiscos. Parece esto una ridiculez visto desde lejos, pero lo que también parece irreal es la idea de tener en segundos cantidades desmedidas de canciones a un costo mínimo o a ninguno, y cargarlas en algún aparato que entre en el bolsillo, llevarlas y escucharlas a donde se te plazca y al día siguiente otro centenar de nuevas melodías podrán ser incluidas, otros desechadas. Hacer esto las veces que quieras, cuantos temas quieras. Siendo este hecho la mejor forma de describir la situación actual de la música.
Una anciana me dijo: -Es un derroche... hay un exceso... uno ya no sabe, no distingue... Esta cuestión de consumir... Hay tanto para escuchar que no hay nada...
Este grupo tiene algo, cierta chispa, la gente comenzaba a escucharlo, como también se difundía en los medios de comunicación gracias a toda la energía y originalidad de estos meritorios muchachos. La gente se aferraba a ellos, se identificaba y los seguían a donde vayan.
Hoy, tal vez, una buena inversión, una buena producción, una comercialización excesiva, obtendrá, con tan sólo un grupo de muchachos dispuestos a hacer lo que se les mande, millones de dólares en merchandising y discos. Claro que nadie se aferra a ellos por más tiempo del que se los publicite. Es tan fugaz como los productos de la televisión que se renuevan a cada minuto, la cartelera de los ídolos de turno.
Las imágenes audiovisuales que se reproduzcan serán culpables del cambio de guardarropa de los televidentes que se vean proyectados en ellas -tal es el fin de sus realizadores-, como también el florecimiento de supuestas tribus urbanas con códigos y costumbres determinadas y a la vez opuestas entre sí. Tal es la ventaja que se toma de una juventud desorientada.
Esta es otra de las caras, tal vez la más común, de las tantas formas en que la música atraviesa por la vida de un joven en la actualidad.
Por otro lado, es frecuente encontrarse con amigos que hayan dispuesto formar una banda con el afán común de interpretar covers de lo que sea: Charly García, The Ramones, Nirvana, los Redondos, etc., cualquiera es una excusa para tocar, y que no mucho más tarde se atrevan a componer y, de manera prematura, tirarse de cabeza a un escenario impulsados por la adrenalina que representa tocar los temas que tanta satisfacción dio escucharlos por primera vez, dejando a un segundo plano el perfeccionamiento técnico. Suene como suene, querés transmitir urgentemente y de cualquier forma todos los sentimientos que nacieron en vos al escuchar esa exquisita melodía...
Peñas folclóricas, aficionados con su guitarra y algún acompañamiento, entendidos, o alguna bandita de púberes que apenas comienzan la secundaria, abundan en bares de todo tipo y prestigio. El que tiene ganas, lo hace, toca, sin jurado de por medio. Luego, todo dependerá de su perseverancia.
Música, por lo menos en esta ciudad, no falta.
Pero no olvidar que en un mundo saturado de invenciones humanas, lejos del contacto con la naturaleza, se la puede considerar a la música, invención del hombre, como una extensión del propio universo y una de las creaciones más hermosas, aún más, imprescindibles del hombre.
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