Por Carlos del Frade
Eduardo Duhalde ha vuelto al escenario principal de la política argentina. Enancado en la protesta de las cuatro entidades del agro, el ex presidente de la Nación encontró la herramienta que hacía rato necesitaba para volver al máximo poder. Su figura repite cierta lógica que irrumpió en medio del proyecto de país que impulsó la revolución de mayo de 1810, la de Cornelio Saavedra.
Ambas crónicas, aquella de principios de siglo diecinueve y la más reciente, abren la necesidad de discutir sobre protagonismo de las mayorías o simple rol de espectadores de la historia hecha a imagen y semejanza de las minorías.
Saavedra, un hombre puente
Cornelio Saavedra, hacendado y comerciante, dicen algunos diccionarios para definir al Comandante de Patricios y primer presidente de un gobierno nacional.
Para el sacerdote e historiador Guillermo Furlong no hay dudas sobre el valor de aquel hombre: “Saavedra, nuestro verdadero George Washington, ya que fue el caudillo máximo de los sucesos de Mayo de 1810, y que es, por ende, el indiscutible Padre de la Patria Argentina”.
En 1801, fue alcalde de segundo voto del Cabildo y en 1805 se lo designó administrador del depósito de trigo.
Comenzó su carrera militar cuando los ingleses invadieron Buenos Aires en 1806. Tenía 47 años. Fue cuando el Virreynato llamó a reconquistar la ciudad en poder de los ingleses y solamente tres hombres de los que después conformarían la primera junta de gobierno se presentaron Saavedra, Belgrano y Matheu.
Organizó el cuerpo de Patricios del que fue su primer comandante. Allí estuvo su principal factor de poder.
En 1807 los condujo a Montevideo para ayudar a prevenir la captura inglesa de esta ciudad, pero llegó demasiado tarde.
“El Comandante de Patricios voluntarios de Infantería de Buenos Aires a los señores americanos: tengo el honor de manifestar a la faz de todo el mundo, las gloriosas acciones de mis paisanos en la presente guerra con el Britano...me atrevo a felicitar a todos los señores americanos, después de las pruebas que siempre han dado de valor y de lealtad; se han añadido esta última que realzando el mérito de los que nacimos en las Indias, convence a la evidencia, que sus espíritus no tienen hermandad con el abatimiento; que no son inferiores a los europeos españoles; que en valor y lealtad a nadie ceden”, escribió Saavedra el 30 de diciembre de aquel año 1807.
Los defensores de Saavedra lo convierten en un referente de lo que llaman la “democracia militar”. Una curiosa justificación que siempre rondó en los discursos golpistas desde 1930 en adelante.
1810
Desde la instalación de la Primera Junta, Saavedra no compartía la política de Moreno, sin embargo, estampó su firma al pie de decretos redactados por el secretario, a pesar que lo contrariaban, y Moreno aceptó nombramientos de amigos de Saavedra nada dispuestos a aplicar sus directivas.
“Saavedra es un patriota pero no un revolucionario y no puede oponerse a la dinámica que se desata en esos días”, escribió Osvaldo Soriano.
Para el jefe de Patricios, Moreno es “impío, malvado y maquiavélico”; mientras el alma de Monteagudo es “tan negra como la madre que lo parió”.
Saavedra se opone las fusilamientos de diez jefes municipales complotados contra el nuevo régimen. “¿Consiste la felicidad en adoptar la más grosera e impolítica democracia? ¿Consiste en que los hombres impunemente hagan lo que su capricho e interés les sugieren? ¿Consiste en atropellar a todo europeo, apoderarse de sus bienes, matarlo, acabarlo y exterminarlo? ¿Consiste en llevar adelante el sistema de terror que principió en asomar? ¿Consiste en la libertad de religión y en decir con toda franqueza me cago en Dios y hago lo que quiero?”, se pregunta Saavedra en carta a Viamonte.
En diciembre los hombres que son individualmente Saavedra y Moreno rompen en forma definitiva, pero en realidad son los proyectos de clase que ellos representan los que chocan de manera irremediable.
En la plaza de toros de Retiro, el presidente hace colocar silla adornadas con cojinillos para él y su esposa, Matheu hace un escándalo porque considera que nadie merece distinción especial. Y el 6 de diciembre, brindan por Saavedra como el nuevo rey de estas tierras y le entregan una corona de azúcar a su mujer Saturnina. Moreno redacta y publica esa misma noche un decreto que suprime cualquier honor. Saavedra lo firma.
El 18 de diciembre, el presidente convoca a los diputados del interior directamente relacionados con la vieja estructura virreinal. Moreno renuncia ese mismo día.
1811
El llamado Robespierre del Río de la Plata se embarca para Londres en enero de 1811.
“Me voy, pero la cola que dejo será larga”, dice.
El 19 de enero de 1811, el ejército libertador de Belgrano es derrotado en el río Paraguari.
En caso de que se produjera una invasión portuguesa contra Buenos Aires, Saavedra sostuvo que la ciudad no se rendirá y en todo caso será “dada en llamas y desaparezca de la faz de la tierra...primero seremos víctimas del cuchillo, que entregarnos a nuestros antiguos opresores: y finalmente, primero nos mataremos unos a otros que reconocer a Elío, a la Carlota, ni a ningún asno que nosotros mismos”, aseguró el entonces presidente de una Junta de Gobierno que todavía se decía fiel a Fernando VII.
El 2 de marzo se produjo la primera derrota de la nueva armada argentina en San Nicolás.
Cuarenta y ocho horas después, Moreno es impulsado a tomar antimonio tartarizado en una dosis cuatro veces superior a lo indicado y muere en medio de fuertes convulsiones a bordo de la fragata inglesa “La Fama”, frente a las costas brasileñas.
Entre marzo y setiembre, el bloqueo del Río de la Plata es renovado por las fuerzas españolas en Montevideo, bajo el nuevo virrey Elío, enviado por el gobierno de Cádiz, aliado con Gran Bretaña. El 10 de marzo, en Tacuarí, es derrotado el ejército de Belgrano. Se firma un armisticio en el que se preparan las bases de la independencia paraguaya.
Durante 1810 y 1811, el principal proveedor de armas fue Inglaterra y desde 1811 en adelante pasó a ser Estados Unidos. El pago era la apertura de los mercados criollos para ambos países.
Luego del asesinato del secretario, de la desaparición de su cuerpo en el fondo del mar en un macabro prólogo de lo que será la práctica habitual de los verdugos de la ESMA en la segunda mitad de los años setenta, Saavedra es el referente de una movilización protagonizada por los alcaldes de barrios que juntan a los gauchos de Buenos Aires en su apoyo. Eran los días 5 y 6 de abril. Es el triunfo del presidente en la interna de la Junta. Renuncian Larrea, Azcuénaga, Rodríguez Peña y Vieytes; mientras que French, Berutti y Posadas son confinados en Carmen de Patagones. Belgrano y Castelli pasan a juicio por desobediencia y van presos.
Pero Saavedra solamente aguanta cuatro meses en el gobierno y el camino que él despejó le servirá de plataforma al triunvirato primero y luego a los directores supremos, pero por detrás de ellos, la figura quien se quedará con todos aquellos fuegos de mayo y con los negocios de la sangre derramada en pos de la liberación nacional y social es Bernardino Rivadavia. Sin embargo Rivadavia es un hombre, su auge durante casi dieciséis años es directamente proporcional a los intereses que representa: el capital inglés.
Los hechos dicen que el 20 de junio de 1811 se sufrió el desastre de Huaqui, en Bolivia, una victoria realista a cargo de las tropas de Goyeneche sobre los patriotas comandados por Antonio Balcarce.
El 27 de junio le escribió a Viamonte: “Las cortes extranjeras y muy particularmente la de Inglaterra, nada exige más que el que llevemos adelante el nombre de Fernando y el odio a Napoleón: en estos ejes consiste el que no sea (Inglaterra) nuestra enemiga declarada”.
Ya muerto y desparecido Mariano Moreno, Saavedra no podrá llevar adelante una política a favor de las muchedumbres, sino al antojo de los comerciantes impulsados por los intereses británicos.
Moreno no fue un agente pro inglés como repite una vieja lectura que luego se incorporó al peronismo, como tampoco Saavedra estuvo a punto de ser el caudillo popular de la revolución como insinuó el formidable Salvador Ferla en su indispensable “Historia Argentina con drama y humor”.
Y agrega en relación con su punto de vista político: “¿Y qué fuerzas tiene el pobre virreynato de Buenos Aires para resistir a este poder, en los primeros pasos de su infancia?. ¿O qué necesidad tiene de atraerse este enemigo poderoso y exterior, cuando no ha acabado con los interiores que nos están molestando hasta el día?”.
Saavedra es un hombre de orden. Desprecia las masas del interior que se movilizan a través del artiguismo, únicamente señalado por Moreno en el Plan de Operaciones. Allí estaba la verdadera proyección popular de la revolución de mayo.
El 26 de agosto de 1811, el mismísimo Saavedra salió de Buenos Aires en un intento personal de reorganizar el Ejército del Norte. Cuando llegó a Salta delegó su mando a Juan Martín de Pueyrredón. Fuera de Buenos Aires, Saavedra tiene poco y nada de líder político. Ya es, por entonces, un jefe militar venido en desgracia.
Juan José Paso, por entonces representante del gobierno de Buenos Aires en Santiago de Chile, pidió que Saavedra fuera entregado para deportarlo “a alguna isla o costa desierta”.
El padre de la falsificación histórica, Bartolomé Mitre, dirás después que el ex presidente de la Primera Junta es un “perseguido, desterrado, encarnecido, llegó en que el héroe del primero de enero, la columna fuerte del 25 de mayo, se halló pobre, solo y desnudo en medio de la nieve de la cordillera”.
El final del primer presidente
En 1814, el director Gervasio Posadas quiso someter a Saavedra al tradicional juicio de residencia. El ex primer presidente de la Junta de Mayo se refugió en Chile y fue San Martín quien le permitió regresar y afincarse en San Juan.
En 1818, el Congreso lo declaró inocente de todos los cargos y Pueyrredón, director supremo, lo ascendió a Brigadier General del Ejército del Nacional con efecto retroactivo al 14 de enero de 1811 y lo nombró jefe de estado mayor.
En ese año, a ocho de la revolución y siete de la desaparición de Moreno, ya operaban en Buenos Aires 55 firmas mercantiles británicas. La ruta Cádiz - Buenos Aires había sido suplantada por la ruta Liverpool - Buenos Aires.
Saavedra ya era un recuerdo, todo sonaba a Rivadavia y los intereses que representaba.
El ex jefe de Patricios realizó varias inspecciones militares y logró la paz con los indios ranqueles.
Murió en Buenos Aires el 29 de marzo de 1829.
Había sido el puente entre la dominación española y la dependencia económica de Gran Bretaña.
El “hombre corcho”
"El gobernador Eduardo Alberto Duhalde es quizás el ejemplo mas acabado de esa clase de dirigentes que dan la impresión de haber salido de una factoría de políticos. Un caso en extremo complejo que trae a la memoria las andanzas del "Hombre Corcho", proverbial personaje porteño que Roberto Arlt supo retratar con genio en una de sus Aguafuertes: 'El Hombre Corcho, el hombre que nunca se hunde, sean cuales sean los acontecimientos turbios en que está mezclado'. Ocurre que, al cabo de una rápida inspección, la apariencia del gobernador no es otra que la de un político de conducta irreprochable: eficaz en su gestión y en el contacto directo con la gente; buen marido y atento padre de familia”, escribió el periodista Hernán López Echagüe en la biografía del ahora presidente argentino, Eduardo Duhalde.
Según el periodista, amenazado, golpeado y ahora exiliado, sus fuentes consultadas para la redacción de “El Otro”, marcaban la participación del ex intendente de Lomas de Zamora y ex gobernador de Buenos Aires como responsable “en la organización y regencia del narcotráfico en la provincia de Buenos Aires; referían que había logrado la posibilidad de reelección luego de haberles pagado doce millones de dólares a los convencionales del carapintada Movimiento por la Dignidad Nacional (MODIN)” y en tono de confianza le sugerían que “su empecinamiento en privatizar los casinos provinciales obedecía a la formidable comisión que le había ofrecido un grupo norteamericano”.
López Echagüe también remarcó que “la fortuna era de procedencia incierta y que ha depositado en bancos del extranjero e invertido en el club Banfield”.
Duhalde es “propietario de dos estancias legendarias en la zona más fecunda de la provincia de Buenos Aires” y esas mismas voces le decían que “el Fondo de Reparación Histórica del Conurbano Bonaerense no era otra cosa que un espléndido negocio político y económico mediante el cual ha logrado no ya adquirir fotos y simpatías, sino también gruesas cantidades de dinero constante y sonante; afirmaban que ha conseguido moldear su imagen de hombre probo merced a un sutil mecanismo de información y publicidad fundado en la compra de periodistas e inversiones poco claras que superan largamente el presupuesto anual de cualquier provincia del norte argentino”.
El libro también repara en que Duhalde fue quien “alertó a los militares, en diciembre de 1975, sobre el operativo que iba a llevar a cabo el Ejército Revolucionario del Pueblo contra el Batallón de Arsenales 601, en Monte Chingolo; favor que posteriormente, durante la dictadura, había de permitirle vivir en sosiego mientras sus compañeros del partido eran perseguidos, secuestrados y torturados."
La investigación de López Echagüe fue publicada en 1996, recientemente reeditada y nunca desmentida a pesar de que recibió un cúmulo de juicios, entre ellos el de la familia de Bujía, que en ese momento estaban a punto de perder, según señaló el periodista. En el libro Echagüe da cuenta de las actividades de Bujía, mano derecha del gobernador Eduardo Duhalde durante 13 años, y de su misteriosa muerte en un accidente de tránsito.
Eduardo Duhalde, ex vicepresidente de la primera administración de Carlos Menem, a partir de 1989, senador nacional electo por la provincia de Buenos Aires en octubre de 1999, fue votado por la Asamblea Legislativa luego de la destitución palaciega que se hizo de Adolfo Rodríguez Saá en los días violentos de principios de 2002.
Eduardo Duhalde, al igual que Cornelio Saavedra, es un hombre puente hacia otra forma de gobierno y quizás también hacia otra manera de dependencia económica.
Espejo en tres tiempos
Saavedra pudo haber sido el gran caudillo nacional, escribió Salvador Ferla.
Y terminó siendo uno de los tantos símbolos que intentaron justificar los golpes militares del siglo XX.
El curioso término que en 1960 difundió el padre Furlong, “democracia militar”, tiende a reivindicar un supuesto compromiso social de las fuerzas armadas que, en definitiva, derivó en las atrocidades del terrorismo de estado a partir de 1976.
Pero, en forma paralela a esta interpretación, la figura evoca más al presente que al pasado reciente.
Hay en aquellos días de mayo de 1810 reflejos especulares de la realidad política de 2002.
Y en Saavedra, quizás, haya algo de Duhalde y sus circunstancias, al decir de Ortega y Gasset.
Como esto se trata de un análisis periodístico y no tiene ninguna pretensión científica, es interesante repasar ciertas similitudes del llamado clima social de ambas épocas y de las señales internacionales y los hechos interiores.
Desde la década del ’80 en adelante, con la recuperación de las democracias en transición en América latina, comenzó a hablarse de “democracias vigiladas”, según la perspectivas del imperio a través de varios documentos emitidos durante la administración de Ronald Reagan.
A principios del tercer milenio, la renovada cruzada por el dominio territorial, económico e ideológico de todo el mundo de parte del gobierno de Estados Unidos, afianzó la idea de la intervención militar contra lo que ellos estigmatizaron como los “ejes del mal”.
Reaparecieron los ejércitos coloniales en varias zonas de la geografía latinoamericana y el rol de garantes del sistema otorgado a las fuerzas armadas nacionales.
En el vasto territorio del que fuera el Virreynato del Río de la Plata existe hoy la certeza de vivir en democracias restringidas y con la plena vigencia de la represión potencial contra toda forma de protesta organizada.
Hay democracias más que vigiladas, militarizadas.
Imagen muy cercana a la utilizada para enmarcar el breve período de influencia de Saavedra, fundamentalmente en la ciudad y provincia de Buenos Aires, entre 1806 y 1811.
Cuando Duhalde es elegido presidente por la Asamblea Legislativa, luego de las 32 muertes de diciembre de 2001, uno de los principales argumentos es que maneja la base social del explosivo conurbano bonaerense. Es el hombre que a través de su gobernación supo tejer una red de contactos en los municipios capaz de articular, impulsar y desbaratar cualquier tipo de movilización o estallido de las masas desesperadas.
En las últimas semanas, al no lograrse el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, Duhalde amenazó con renunciar y dejar librado al “azar” lo que pueda pasar en el Gran Buenos Aires. Una espada de Damocles que él ciñe mejor que nadie no solamente para la interna del peronismo sino también para todos los actores políticos de la realidad nacional. Los analistas políticos de los grandes medios de comunicación nacionales subrayaron esta “extorsión” que el hombre de Lomas de Zamora exhibe de tanto en tanto para conseguir los avales que le permitan avanzar en el terreno trazado por los organismos internacionales.
Duhalde, entonces, garantiza el orden del imperio, es el mayor símbolo de las democracias vigiladas, de las “democracias militares”. Así como Saavedra al comandar el regimiento de Patricios aseguraba el monopolio de la principal herramienta de choque y, al mismo tiempo, del principal elemento de represión contra las muchedumbres soliviantadas.
Y el mismo Saavedra lo dice, su plan pasaba por acordar todo aquello que Gran Bretaña, la potencia imperialista de aquellos años, disponía para las nuevas Provincias Unidas del Río de La Plata.
En ambos casos, tanto en Duhalde como en Saavedra, el origen del poder político reside en los alcaldes de barrio, como se los denominaba en 1810 y en los intendentes del conurbano, como se los nombra en la actualidad. Porque fueron aquellos funcionarios los que conformaron las llamadas milicias en los tiempos últimos del virreynato y son estos intendentes los principales creadores de un nuevo modelo de vasallaje político que algunos medios de comunicación, de manera eufemística, describen como clientelismo político. Una forma que adquiere los colores de las patotas o de grupos de choques parapoliciales como los que asolaron la historia argentina desde la Liga Patriótica de la década del treinta a los comandos de la Triple A hasta llegar a las barras bravas que son enviadas a reprimir a las asambleas barriales del conurbano bonaerense.
Es una misma matriz de acumulación de fuerzas. A través de alcaldes, intendentes o punteros que generan fuerzas de choques que controlan el potencial desborde de los orilleros de mayo de 1810 o del pueblo en la Plaza de Mayo en diciembre de 2001.
Semejante poder de disuasión los encumbró al máximo lugar de poder político a través del voto de una minoría y no de la libre elección popular, como también sirvió para dejar hacer a los grupos de poder económico que venían concentrando la riqueza no solamente en los últimos treinta años sino también aquellas cuatro décadas de virreynato del Río de La Plata.
Saavedra y Duhalde son líderes reconocidos por su manejo de fuerzas de choques vecinales pero subordinados a los factores de poder dominantes en cada una de las coyunturas históricas en las que les tocó participar.
Y eso se demuestra a pesar del discurso pretendidamente nacionalista en ambos exponentes de estas etapas caracterizadas por un proceso de ebullición política de transformación superestructural.
Mayo de 1810 y diciembre de 2001 son síntesis del agotamiento de un modelo institucional político que cosido por la corrupción y la exclusión de las mayorías, avanzan hacia otro entramado de relaciones políticas.
Pero lo que triunfó en Mayo de 1810 no fueron los proyectos políticos y económicos de Mariano Moreno, Manuel Belgrano y Juan José Castelli, sino los que usaron a Saavedra como herramienta de control social para permitir el desembarco de mercaderes ingleses que hicieron migas con los otros factores de poder ya existentes en el virreynato como los saladeros de la provincia de Buenos Aires y del Litoral, en desprecio del interior.
Un interior al cual se lo convocó para legitimar el modelo impuesto por Gran Bretaña a través de la Junta Grande, luego por medio de los triunviratos y por último con los directores supremos. Hechos que determinaron la aparición de una oligarquía poderosa, el llamado paraíso terrateniente del que hablaba Milcíades Peña.
Saavedra y Duhalde, entonces, símbolos de la contención social de ambos períodos de cambios políticos, degeneraron en nuevos compromisos con las bancas internacionales y la aparición de empréstitos, deuda externa en lenguaje contemporáneo, garantizados, por último, con las tierras del país. Ahora son 14 millones de hectáreas que están en los créditos del Banco Nación las que están amenazadas por la derogación de la ley de quiebras que dejará el campo vacío para que los acreedores reclamen semejante cantidad de territorio nacional. A principios de la década del ’20 del siglo XIX, en pleno auge del rivadavismo, la ley de enfiteusis determinó que el estado argentino garantizaba sus compromisos a través de las tierras públicas.
Ese futuro es el que ya se dibuja en los actuales decretos del gobierno de Eduardo Duhalde, de allí que el hombre puente que fue Saavedra sirva para reflejar en otra dimensión de tiempo, quizás el futuro que le aguarda a las grandes mayorías en caso de no retornar al proyecto de un estado nacional que se oponga a las grandes riquezas y que fomente el trabajo, la industria local y regional, la educación y la salud que eran, justamente, los principios nunca aplicados que sostuvieron Moreno, Belgrano, Castelli, Artigas y San Martín.
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