
A mi abuela.
Doña María Cevallo se puso vieja.
A los 65, tiene las canas que una mujer de campo debe tener, y para el año 1876 ya es una anciana.
Sin embargo, aún es dura, recia, filosa, su piel es casi negra, producto del sol y de la España lejana que le dio sus ancestros y nada más. María no añora el pasado, pero lo sabe seguro, hasta cierto punto agradable, y aunque no piensa en el futuro, sabe que es peor que el hoy. Mi abuela era así.
Doña María Cevallo vive en una casa que hoy sería inmensa, pero es inmensa la pampa también, a medio camino entre Santa Fe y Rosario, como pequeño el pueblo donde la anciana vive. Curtida y solitaria, su marido murió en las guerras grandes y sus hijos emigraron a otros lugares más hospitalarios, o murieron ya, y María, por las dudas, les reza una oración ambigua, utilitaria, por sus almas, estén más acá o más allá.
La casa de María es de seis habitaciones a lo largo, con un patio inmenso hacia el norte, al cual dan tres piezas. Más allá de esas piezas, se atraviesa la cocina, ahumada, grasienta, el reino de la esclava. Allí doña María es la comandante de un ejército de cosas minúsculas, corrientes y olorosas, maíz, sal, azúcar, yerba, pimientos, comino, poleo, menta, laurel, que vienen de su misma huerta o compra a otras mujeres de su edad. Cuando lo hace, un corto ritual las marca como antiguas y con una gracia vieja, agria y ajada ya de condesas en desgracia.
Atrás las piezas “del fondo”. Allí hay otro patio de tierra, sucio y lleno de gallinas que se escaparon de su corral, y el baño oloroso pero limpio. Una parra fea y desdentada cubre el patio, donde los raros chicos que vienen pellizcan uvas chinche.
La casa conoció días mejores en sus paredes de color rosa: la humedad de la pampa le sube hasta la cintura de doña María, y seguirá subiendo; los techos de teja vieja que se trajo de Marsella se fueron cambiando de a pedazos, y la chapa ya cubre las piezas del fondo. La negra entonces se queja por lo bajo de las goteras, y el reuma, y que la tierra de su habitación se hace barro cuando llueve. Doña María le replica que está aquí para sufrir, que Nuestro señor hizo así las cosas, para que después de la muerte se nos pague con buena moneda (estas metáforas le agradan a María).
Pero doña María tiene dinero, ha hecho cierta fortuna. A fuerza de ancestros que ya no son y de pequeños trabajos, tiene sus ovejas, sus vacas y sus mulas; sus piezas, sus cacerolas y su negra que ya no es esclava pero que no lo sabe. Como no lo sabe su dueña, la vieja ama, doña María. La esclava se levanta con su ama, porque envejeció con ella y mantienen una relación… digamos de amigas viejas, sin dejar de lado la distancia prudente que da el respeto centenario. La negra vieja nunca entró al dormitorio de doña María, para que ustedes se den cuenta.
Pero las cosas, en 1876, están cambiando.
La economía de Doña María es de simple intercambio, que hoy llamamos doméstica - mercantil. Es simple.
Usted fabrica algo en su casa, y lo vende. La plata que obtiene la vuelve mercancía para consumo. O bien la acovacha, usted decide.
Doña María por años, hizo eso. Fabricaba pequeñas cosas: jabones, velas, empanadas, pasteles, dulces, tejía galones y puntillas, y mercaba cierta yerba especial que le traían de las Misiones. Esa floreciente industria local, mínima, le procuraba no pocos reales, o sea plata. Ella, acostumbrada a los vaivenes del país (que aún no se llama Argentina) volcaba esos pesitos en otros, más duraderos, de plata u oro.
Nunca se le ocurrió comprar una máquina para hacer jabón, o destilar un perfume, eso es de cajetillas. A lo sumo, una cardadora de vaivén, siempre que se rompiera la vieja, manual y fija.
Pero desde que Bartolomé Mitre fue presidente, las cosas cambiaron.
La gente ya no viene a comprarle tanto las empanadas de los domingos, porque las están cambiando por fideos, por fiambres especiales, por carne hervida y adobada con condimentos que desconoce.
Ya nadie le compra los jabones negros que fabrica, porque es casi vergonzante su presencia en el baño, y hasta en la cocina o el lavadero. Digamos que María desconoce ese lugar, al que llama “la batea” y que está al lado del corral de las gallinas. Pero bueno: la plata que entra es cada vez menos, y cada vez menos lo entiende la anciana.
Cuando viene alguien a comprar, es casi un evento que festeja la negra esclava, y se pone especialmente solícita ante la compradora, que siempre fue o mujer o niño o esclavo. Invariablemente.
Entonces, si la que compra es una vecina, se le ofrece un mate, se dan muchas vueltas, se le muestra la casa -que se conoce perfectamente- y después de muchas palabras se menciona el motivo de la visita: comprar jabón, o velas, o lejía, que llaman “agua de jane”, por “agua de Jabel”, esto es, lavandina, fabricada por la conversión química de las cenizas de madera, “fatto in casa”.
Allí se está derrumbando el mundo de María. Ya no le aceptan el mate, y tratan de comprar y salir, sin demasiado preámbulo. Si son esclavos es lo mismo, pero siempre fue así. Si no lo son, asusta a la vieja criolla la vergüenza de comprar lo que ya no se usa.
Pasa el tren.
Cada mañana y cada noche, otra cosa enoja a María.
Sus ojos se vuelven más oscuros, más acerados.
Pasa el tren.
Ese tren que partió el pueblo y sus campos en dos, y por orden del gobierno. Que ordenó a la gente en “norteños” y “sureños” de acuerdo a qué parte del pueblo habitaban después del ferrocarril. Pero sobre todo, que espanta a las ovejas, que lleva cosas que no puede comprar, y que trae gente nueva que no conoce ni comprende: italianos, suizos, gallegos, judíos, turcos, hablan una jerigonza que detesta y desprecia. Gente de cara negra, suele decir, como si ella tuviera otra piel.
Pasa el tren.
Esa gente viene con cosas que conoce pero que reemplazan sus jabones, sus velas y sus empanadas: vino de Francia, jabones holandeses, velas y camisas inglesas, especias de la India. Todo eso, para callada desesperación de María es mejor que sus pobres, criollos productos caseros.
Lo peor es que ese carácter de la mercancía es tolerada por muchos, para no quedar mal.
En general lo que María fabricaba era para el consumo cotidiano. La vajilla o la ropa europeas eran para las grandes ocasiones, porque eran caras. En 1876, esas mercaderías no son solamente más apreciadas sino más baratas, más accesibles, porque mientras María tarda dos días en hacer diez jabones, Francia tarda diez horas, con el sebo de vacas argentinas. Si María se toma una semana para coser una sábana de lino, de Inglaterra vendrá una mucho mejor por la mitad de precio, que se tejió y estampó en doce minutos sobre algodón argentino.
Pasa el tren.
Para vender lo que fabricó en una semana, María a veces tarda un mes. Los jabones apestosos para lavar se secan en sus cajas, que la anciana ubica debajo de su cama. En un mes, la fábrica europea vende el volumen de la casa de María en jabón perfumado. La esclava ve un triste final para su ama. En ella, ni piensa, tal es su sumisión ancestral. Pasa el tren.
Para 1880, María se muere de pobreza.
La casa se ha semi derrumbado en las piezas de atrás, que la anciana ya abandonó a su suerte. La esclava murió el año pasado, quién sabe de qué. Ama fiel, María gastó cien pesos en el entierro, porque consideraba que ahora ella y la esclava eran casi iguales, aunque en el fondo, María piensa que las jerarquías humanas se deberían mantener en el Cielo.
Con dignidad, María sale de su casa pocas veces. Antes, noble y solitaria viuda, recorría su castillo de planta baja antes de salir, controlando todo. Ya se ha olvidado de los indios, a los que tenía un sagrado horror.
Luego, María se iba a la Plaza, a saludar gente, a ver quién se murió e ir al cementerio con flores, aunque seguro, seguro, fue al velorio. Más que eso no. Es una “señora de su casa” y no es cuestión de andar callejeando. A lo sumo, una silla recatada en la vereda, vacía casi toda la tarde o con la esclava encima, para que pregunten por el ama, para que pregunten si aun está viva.
Pero ahora no hay esclava, y la silla de paja pasó a los trastos viejos del fondo. Hay que poner la silla buena, la de la sala. María ya no sale.
Tiene hambre, y come, de vez en cuando, una gallina, cuando puede. Ya no tiene vacas ni ovejas, como no tiene parientes y, posiblemente, no tiene hijos.
Cuando el hambre aprieta, aprieta los dientes y calla y reza.
María morirá de desnutrición aguda, sin quejarse, con el Rosario en las manos. A los dos días de muerta, alguien llamará al cura, no al doctor. Total.
El caso María
¿Porqué María tuvo que vivir ese ocaso?
La vieja tuvo que vivir un cambio de sistema económico, y eso lleva a cambios sociales. A partir de 1870, el capitalismo llegó al país para quedarse.
Con ese cambio, se produce la bancarrota de las industrias tradicionales: el capitalismo produce más, mejor, y más barato. Y sobre todo no acumula en gente sino en capital. A más plata, mayor capital para invertir nuevamente en máquinas, en materia prima, en salarios: esto hace que se necesite gente para las fábricas, para el transporte, para los cultivos que salen al exterior.
Y por eso los europeos pobres, arruinados como María, vinieron a reemplazarla como trabajadores asalariados.
María no lo supo nunca, pero guardar plata fue su ruina. Mientras más plata tuviese, menos podía usarla: para comprar cosas era mucha, y ya no era válida, la moneda era única para todos y no se podía elegir la de mayor valor.
También se perderá la dignidad tradicional.
El hambre será para los pobres, que usarán la huelga para quejarse, y el gobierno las balas para que no se quejen. Y los ricos -como fue María- se dedicarán a explotarlos.
María tuvo mala suerte: quedó en medio del cambio. Hoy sus huesos están en un cementerio, ya polvo.
Sin embargo, su historia, que fue la de muchos, muchísimos, es ignorada.
Esperemos que hasta hoy.
FOTO: El puerto de Santa Fe en la época de María. Sean de vela o vapor, los barcos llevaban trigo, maíz, carne y traían bienes de consumo… y gente.
3 comentarios:
Región muchachos REGIÓN con acento y ge.
Ay ay
Anónimo..... es el título de un libro de Estanislao Zeballos y por eso las comillas. LA REJION DEL TRIGO.
Las quejas a Estanislao Zeballos!! jajaja
Suerte.....
Perdón por no aclarar lo de REJION. Don Estanislao escribía muy mal, y yo no lo aclaré.
En una ocasión escribió "Zeballo" según me dijeron.
No me parece grave.
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