lunes, 9 de junio de 2008

La joven noche rorarina

Por_ Bruno Javier del Barro
Foto_Gustavo Abbate

Habría que acentuar que son los días de fin de semana, mejor dicho las noches, que tendrán más relevancia en el recuerdo y en la nostalgia del adolescente.
Es una marca registrada. Un producto más del mundo moderno. La noche ofrece un paraíso de ofertas para el joven pudiente. Un paraíso superficial que se limita a sexualidad, alcohol, drogas y descontrol.

Este es el eslogan publicitario que se plasma como un cartel luminoso en el firmamento nocturno de Rosario. Se huele en el aire, y es entonces cuando, cada uno, saca del cajón su máscara de fin de semana: su mejor pilcha, su mejor perfume, su mejor móvil, su mejor actitud de gallardía.
Y -como no podía faltar- su mejor chamullo. El octavo arte, oficio de pocos galanes, que no es directamente proporcional a la facha, tener mucho cuidado. Pero por supuesto, esto requeriría un segmento aparte.
Se comienza, una noche estándar, de un muchacho promedio del gran rosario, con una “previa”. Que sería justamente lo que dice la palabra, la precedencia del rito de la noche. Un rezo por lo que vendrá. La entrada en calor del cuerpo, el “pico”, la jerga y de todos lo sentidos. Para luego, en el momento culmine en que el clan de jóvenes quiera proclamarse dueños de la calle, “arrancar” hacia donde el cielo les comunique y “patear” por la ciudad hasta donde sea necesario.
Una vez revelado el lugar, la ansiedad va creciendo hasta llegar a los pies del templo sagrado y seleccionar entre el bullicio y el interrogatorio, toda la información necesaria que puedan obtener, desde precios hasta quienes lo frecuentan y quienes lo habitan esa jornada. Y entonces, la noche está en su punto, en su cenit ...
Se abre la puerta y la barra del boliche, la cola es tremenda, pero vale la espera, el lugar se “pone”. No se puede creer la hermosura de mujeres que hay. Ya adentro, se descarga toda la emoción y la adrenalina. Está la pista principal, la otra y la otra. Se desfila por cada una de ellas y se va “fichando”, sin dejar de moverse, se transita, se roza, se baila la música que el dj de cada pista disponga, con un infaltable trago fuerte en la mano. Y el ciclo se repite, matando la inhibición y las neuronas a cada trago, y a cada paso, marcando territorio.
Esta es la noche muchachos, a disfrutarla. Hacer el recorrido en grupo numeroso, da fuerzas sobrenaturales a la manada, permitiendo el lento acercamiento al rebaño del sexo opuesto. Un susurro al oído y la respuesta demuestra si se encuentra en celo o no. La ceremonia puede completarse con una danza ritual interminable y la consumición ilimitada de cientos de pociones y brebajes, y en ocasiones -para no romper la tradición-, “fondos blancos”, que demuestran el grado de virilidad del macho y el desprejuiciamiento de la hembra (varía según la etnia).
Puede ser una buena o una mala noche, según los astros.
Pero los dioses divinos, inventaron el “after”, que sería una simple continuación al culto de la noche, que, según el folklore local, otorga una segunda oportunidad a los maldecidos. El cortejo culmina pasado el amanecer, cuando cada cual fue bendecido -o no- por las deidades supremas de la obscuridad.
Al día siguiente, todo fue borrado de la memoria, ya sea por la desbocada ingesta de sustancias o algún maleficio...
¿Y en el resto de los días de la semana que se hace?
Se almacena. Sólo se viven para acumular lo que se derrochará obscenamente el próximo “finde”.
Es notorio que un día nocturno en el ámbito adolescente tiene mil y un rostros. Se podría decir que existe un espacio de expresión para cada una de las diversas tribus urbanas de esta heterogénea ciudad y, sin embargo, de poca conexión entre ellos. El abanico de refugios para el adolescente es desmesurado, eso sí, siempre y cuando se encuentre en la posibilidad de despilfarrar.
El alcohol, las drogas, la música y el ambiente que esto crea, son el cóctel perfecto para que el vulnerable joven de hoy en día, -que se lo puede ver tan seguro y confiado de sí mismo detrás de aquella máscara, pero ciertamente se encuentra indefenso y confundido por las contradicciones y exigencias modernas- despierte todo tipo de sentimientos reprimidos, posibles de canalizar en sociabilidad, violencia, sumisión, desamparo, espontaneidad, sinceridad, desvergüenza y desahogamiento desmedido de emotividad, que afectará a su entorno.
Esto hace pensar. ¿Que tan necesario es esta forzado autodestrucción semanal? Sería bueno que aquel futuro hombre o mujer se pregunte qué es lo que su cuerpo y mente realmente deseen este próximo fin de semana, como sería posible descargar esas tensiones acumuladas, si es que las hay.
Para empezar, no someterse a presiones sociales.
No permanecer sentado porque todos lo están, y tu cuerpo quiere levantarse y gritar y sudar...
No es menester pelear por el mejor lugar de la pista con tu –incómoda- mejor ropa y tus –atormentadores- hermosos zapatos de taco alto. Teniendo por obligación exhibir al mundo los dotes que Dios te dio, mientras escuchas barbaridades de vulgares personajes que circulan a tu alrededor como buitres, limitándote a hablar lo indispensable; más bien a gritar, porque ese es el objetivo de la monótona música y ruidos: no dar oportunidad de distraerse con diálogos inútiles que conlleven a una lenta pero real conexión entre seres humanos.
Cuando en verdad, lo único que quería tu cabeza era compartir un momento en paz con un semejante, uno que te escuche y sepa comprender esas palabras que llevas guardadas hace tanto tiempo...
Y nada más.
O lo más recomendable y menos difundido. Desafíate a ti mismo. Para este fin de semana, logra él más largo y plácido sueño de tu vida, sin irritantes despertadores, hasta que tu cuerpo diga basta y quiera despertar, por su propia cuenta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En verdad, un excelente artículo que desmenuza, desarma y re-arma lo que buscan (pareciera ser la mayoría)los jóvenes en la noche del fin de semana.