lunes, 9 de junio de 2008

El Fisgón. Extrañas en el paraíso

Por_Daniel Briguet
1 – Disgresiones. Un polémica nominal devuelve el nombre de Pichincha al campo del debate y los interrogantes. El domingo 13 de abril la investigadora María Luisa Mugica publica una nota en el suplemento cultural del diario La Capital donde sostiene que el nombre de Madame Safo, el burdel más famoso de la época, en realidad fue El Paraíso.

Mugica relativiza además algunas conclusiones de “Prostitución y rufianismo”, libro de Héctor Zinni y Rafael Ielpi considerado pionero en la materia. Ielpi responde a la semana siguiente, rebatiendo lo que estima peyorativo hacia el trabajo realizado con Zinni.
“Prostitución y rufianismo” es una crónica testimonial que, además de la fuente de los archivos, compila voces de muchos testigos del apogeo de Pichincha. De ahí el color y la vividez de sus relatos y también, la posibilidad de que no todos los datos vertidos sean exactos o precisos. La memoria colectiva no procede por acopio de información sino por la recreación de imágenes que circulan a través del tiempo. En dicho tránsito, como en los sueños, surgen desplazamientos y configuraciones nuevas.
Las investigaciones que viene realizando Mugica, en cambio, parecen otorgar al saber empírico, comprobable, un lugar central. El tema es que no lo hacen en un campo virgen sino sobre un cúmulo de leyendas, versiones y contraversiones acumuladas durante casi un siglo. De ahí lo sorprendente de su aparente hallazgo –el Safo no se llamaba Safo –pero también los límites de una visión que avanza paralela a lo que cree o conoce el común de la gente. Para decirlo de un modo drástico: no importa el grado de veracidad que despliegue el trabajo de la investigadora, cualquiera puede darse cuenta que le sería difícil desalojar la marca de la madama francesa de la historia de la ciudad.
Aún así, el contrapunto planteado arroja otras pistas que vale revisar. La alusión o referencia al Paraíso sobrevuela el submundo prostibulario y aparece en distintos momentos, tal vez como un símbolo de lo que significaba el acceso a un sitio imaginado como fuente de los mayores placeres, liberados de toda tutela o restricción.. Emotions Paradise es el nombre de uno de los departamentos “privados” más conocidos que funcionan actualmente -se lo puede ver en aviso destacado en las páginas de clasificados del diario citado- , Edén se llamó el primer cine “porno” del período contemporáneo, instalado en la cortada Ricardone, y Adán y Eva otro que funcionó hasta no hace mucho a unas cuadras de allí (Para despejar equívocos: en el diccionario, pornografía y prostitución guardan cierta equivalencia).
La contraparte de este imaginario del placer es la realidad de las mujeres explotadas en las entonces “casas de tolerancia”, traidas a menudo por la fuerza o el engaño desde sus países de origen, sometidas a la voluntad del rufián o de una organización de tratantes (La más conocida fue la Zwi Migdal). Hechos registrados que no es posible rebatir. Pero el dato de la explotación y el sometimiento, con ser veraz, no recubre todo el universo del pasado prostibulario. La moneda de lata que todavía circula en el recuerdo de aquellos años es equívoca en sus dos caras. Ni los placeres fabulados debían ser necesariamente tales, ni todas las pupilas en condiciones de proporcionarlo respondían a la condición de esclavas. Aceptar que el acto de prostituirse no derivaba siempre de la coacción supone un salto para los movimientos emancipatorios de la mujer que hicieron de la figura de la prostituta sometida un estandarte de lucha. Un salto que puede darse o no pero a cuyo término aguarda una visión menos esquemática de lo que pudo haber pasado

2 – Solo Madame. De lo brevemente expuesto se desprende que historiar el fenómeno de la prostitución no debe ser tarea fácil, se trate de una investigadora amante del rigor académico o de un par de escritores dotados de iniciativa e intuición. No solo hay que internarse en un laberinto mitológico. También – al menos en el caso de Pichincha – hay que lidiar con el aura de anonimato y despersonalización que rodeó el fin del gueto prostibulario.
El libro de Ielpi y Zinni fue de una enorme proyección porque llevó a la superficie algo que circulaba por debajo de la exposición pública. Careció de una prolongación que pudiera darle a esas revelaciones una textura más palpable. Alguna vez escribí una nota que titulé “La película de Pichincha”, en la que aventuraba la idea de que el universo alojado en el puñado de manzanas que se extendían más allá de calle Del Plata -hoy Ovidio Lagos- bien pudo ser la obra de un director imaginativo. Sustentaba esta ocurrencia todo lo que el aficionado al tema debe registrar – una escenografía fantástica, una mezcla de luces y espacios sombríos, el rumor incesante de la calle – pero también el hecho de que la historia de Pichincha apenas cuenta con rostros identificables, prácticas definidas, figuras de carne y hueso. Sobre esta ausencia – la de los verdaderos protagonistas – cualquier película era posible. Y también, muchos interrogantes.
¿Quién fue realmente el Paisano Díaz, un matón de rufianes y caudillos o un guapo con todas las de la ley? ¿Ambas cosas tal vez? ¿Es cierto que a la pupila más requerida del Safo le decían la Mickey? (Revisar aquí el año de aparición del Ratón Mickey? ¿Y que en el patio interior del prostíbulo había una fuente que arrojaba perfumes y un carrousel donde giraban , a la vista de los clientes, las chicas más atractivas? ¿Hubo realmente una Madame Safo o fue solo un nombre que la leyenda se encargó de corporizar? ¿Por qué la historia de Pichincha tardó tanto en empezar a conocerse si en la ciudad todavía viven descendientes de gente que habitó el barrio prohibido? ¿O fue por eso mismo?
Sin llegar a ese punto, cabe anotar que el debate acerca del verdadero nombre del burdel cuya estructura edilicia aún se conserva en calle Richieri – o calle Pichincha – no es más ni menos importante que cualquiera de las preguntas planteadas. Todas confluyen en un lugar común, que es la historia de los cuerpos ausentes. Privados de reconocimiento pero proveedores de un capital simbólico que, décadas después, estallaría en un boom inmobiliario y una movida de boliches, pubs, discotecas y salidas nocturnas.
Dato al pasar: uno de esos boliches largó con el nombre de La casa de Madame Safo y terminó llamándose solamente Madame.

3 – Límites del registro. La trata de blancas suele irrumpir hoy en la agenda periodística. Reapareció, como ciertas enfermedades que se creían extinguidas, o nunca dejó de existir. También es el telón de fondo sobre el que transcurre “Vidas robadas”, la tira que ocupa el horario central en la franja nocturna. En tren de especular, no es improbable que algunas de sus espectadoras sean chicas que hacen su turno diario en departamentos “privados”. Lo que resulta menos probable es que puedan establecer conexiones entre lo que ven en la pantalla y su experiencia cotidiana.
Ellas viven una ficción más gris o menos espectacular. Se llaman de otro modo, atienden llamados y ofrecen servicios de media o una hora, con sus respectivos aranceles. Reciben la mitad de lo que cobran, carecen de inscripción laboral y tampoco acceden a un control sanitario, a menos que se lo procuren. Si el olor habitual de las piezas en los quilombos era el permanganato, antídoto contra las venéreas, en un “privado” puede olerse a lo sumo un aroma de sahumerio.
No cabe hablar aquí de “trata” ya que el común accede al trabajo sexual por decisión propia. Hay manejos irregulares que sustentan el negocio y bordean la ley o simplemente la infringen pero ninguna de las chicas que trabaja puede considerarse al margen de la ley.
Cuando se habla de prostitución, el registro suele oscilar entre situaciones límites como las que muestra la tele y la revisión nostálgica o histórica. No está mal debatir sobre el verdadero nombre del paraíso que habría sido el Madame Safo. Pero tampoco sería malo ampliar el debate y hablar de las condiciones que rodean a las chicas que trabajan. De las razones que las llevan a desnudarse frente a un extraño y del rédito que extraen los que lucran con ese acto. ¿Autonomía y proxenetismo en una misma bolsa? Quién sabe. En todo caso, en un mismo piso.
Se llaman Lorena, Natalia, Luciana, y son chicas de hoy, de aquí a la vuelta o del depto de abajo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Seguro, estoy de acuerdo. El artículo no apuntaba exclusivamente a la cuestión del nombre, el debate se centró sobre ello que es bastante diferente. El artículo ponía de manifiesto, entre otras cosas la fecha de establecimiento de los burdeles, nombres del dueño, permisos municipales, aludía al burdel(no exclusivamente al Paraíso) en términos no precisamente de gineceo,entre otras. Nunca pensé a estas mujeres en términos victimizadores. Hace unos años en una nota dedicada al Royal, mostré que desde 1918-19 en Rosario se empieza a utilizar otro sistema que no es el de lata, sino el de alquiler de las habitaciones de parte de las mujeres para trabajar y podían o no vivir allí. Con respecto a las madamas los nombres y alias eran absolutamente nomádicos. Por cierto la historia no es igual a la memoria, la memoria produce estos gestos de aferrarse a lo que se conoce, la historia supone un rehacerse permanente. Qué problema hay si quieren seguir llamando a los lugares cómo quieran?, ninguno, pero si para hacer sino se saben algunas cosas, se pierden pistas, ideas al leer los documentos como seguramente me ha pasado por ignorarlo. Si, es un tema poco explorado, tb las investigaciones académicas no circulan por los medios, o bien lo que se muestra, son unas pocas líneas de trabajos más extensos.Además por qué no se van a poder discutir temas, y sobre todos tan complejos como el de la prostitución, que sorprendentemente en el libro pionero de Zinni-Ielpi no recoge los testimonios de las mujeres, que eran las que ponían el cuerpo, sino sólo de clientes o testigos masculinos, cuando sin embargo no se hace referencia a la prostitución masculina. Libro aparecido en momentos en que las organizaciones feministas y de mujeres se ponían de manifiesto, junto a la liberación sexual entre otros tópicos.Y no hay en esta observación ninguna "lectura de mala fe", tan solo una observación Los libros no son momumentum, no están clausurados, por lo menos los de historia y además suponen anclajes temporales de allí la necesidad de las distintas épocas de reescribir constantemente el pasado.

Anónimo dijo...

Me faltó en la frase que transcribo la palabra historia, sería así:

Qué problema hay si quieren seguir llamando a los lugares cómo quieran?, ninguno, pero sí para hacer historia sino se saben algunas cosas, se pierden pistas, ideas al leer los documentos como seguramente me ha pasado por ignorarlo