viernes, 4 de abril de 2008

EDITORIAL MARZO. Argentina: Mi amor...mi enfermedad

Por Carlos E. Galli
El conflicto entre el gobierno nacional y el campo, con sus matices y diferencias, no hace más que agregar un eslabón, a la larga cadena de rencores y odios que fueron construyendo a este país llamado Argentina. Hasta su bautismo suena a premonición, si nos remitimos a su etimología. Una definición, dentro de la familia de las acepciones que dieron origen a su nombre, es argentífero: Que contiene plata.
Parece ser que desde entonces, la avidez por acopiar buena cantidad de ese metal -hoy trocado en moneda- que nos denomina, ha sido y es el objetivo de las diversas facciones que oportunamente se vienen enfrentando para dirimir en qué arcas reposará la riqueza. Una historia triste y dislocada que nos atraviesa y paraliza, aún en momentos que pareciera que otras formas de convivencia son posibles.
Sin embargo, cuando después de sortear alguna de las tantas crisis aflora una cierta esperanza, la avaricia, la mezquindad y la sordera emergen como atributos de una dirigencia que no dirige. Una vez más,la falta de sentido común para consensuar y negociar -de eso se trata- revela que más allá de alguna alegría pasajera que reivindica a la sociedad, luego de superar momentos traumáticos, sus actores principales lejos están de haber dado un salto de calidad que apunte a construir una base institucional sólida.
Hay sobreabundante información -más tendenciosa que objetiva sobre la contienda-, pero no es novedoso presumir que está inscripta en lo que es la esencia de la política: la lucha por el poder y los intereses que se juegan en ésta. Así es la cosa. Los que tienen mucho no se conforman ya con conservarlo, quieren más, y los que no tienen, quieren tener. A partir de esta premisa, la puja adquiere una diversidad de matices. Si los debates escasean o son difusos por arriba, es un buen ejercicio discutirlo entre pares, respetando al otro, aún en el disenso, cosa hoy por hoy, más que dificultosa. Si algo es comprobable en estas circunstancias, es que a pesar de la parafernalia de mensajes emitidos desde múltiples ámbitos y en cualquier dirección, la posibilidad de procesarlos y comprenderlos para generar algún dialogo fructífero que modifique el autismo de las partes, es una dificultad que revela un problema grave que aqueja a esta sociedad desde hace tiempo. El grito, el patoteo, el apriete en todas sus variantes, la soberbia y creerse cada cual, el dueño de la verdad son los formatos que se exhiben para imponer de manera poco ortodoxa su sinrazón. Es pura y genuina historia nacional. Es una metodología que no nace en este conflicto, en todo caso se revitaliza. Las ideas se imponen ,no se polemizan.
El gobierno podría antes de haber lanzado el paquete, consensuarlo con las partes, diferenciar a un pequeño productor de un poderoso, y tejer una red de alianzas, por lo menos con los más débiles que le hubiese dado otra legitimidad y fortaleza a ese nuevo modelo de país que según la presidenta, ya está en marcha. Según los especialistas, se podían haber tomado su tiempo, no había urgencias, las reservas son abundantes, y el incremento de las retenciones no le agregaba una cifra demasiado significativa a la caja grande. Nada de esto hicieron. Sin medir las consecuencias, con un discurso -el primero- que generó las reacciones que todos apreciaron, también desmedidos y confusos por cierto. No se recuerda una asonada semejante, que sigue desabasteciendo al país, diseminando por las rutas alimentos putrefactos. Sin dudas un acto vil. Mientras tanto los grandes medios de des-información instaban a tomar partido -usted intuye por quién-, resucitando a cadáveres políticos y personajes nefastos de nuestra historia. Armaron el clásico: gobierno versus campo, a sabiendas que el asunto no es blanco o negro, sino que hay multiplicidad de grises. De un lado y otro predomina la insensatez.
Unos desabasteciendo a la población, el gobierno enviando a Moyano y D’Elía a patotear a los rebeldes. La democracia avergonzada. La sociedad asiste preocupada a un hecho evitable, en una coyuntura de crecimiento relativo, a escasos cien días del nuevo gobierno elegido democráticamente, un gobierno falto de muñeca, que no midió las consecuencias de la medida-llamó al diálogo en el segundo discurso- y una reacción con tintes desestabilizadores donde se entremezcla el reclamo justo de los pequeños productores con la voracidad de quienes se creen que son los amos de la Argentina.
Estos no son los únicos sucesos que evidencian un deterioro profundo de la salud mental de los argentinos, que a su vez trasciende lo económico. Asumirlo y modificarlo para iniciar la cura debería ser un compromiso de todos. Para un país que todos dicen amar y cotidianamente lastiman, esto es realmente penoso.

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