sábado, 1 de marzo de 2008

La banda de Manuel

Especial para El Vecino_Gustavo Fernetti
Solemos reunirnos en grupos. Para ir a tomar algo, para festejar el Día del Amigo. Pero hubo un rosarino que inventó un grupito muy especial.
A comienzos del siglo XX, la Argentina no sabía muy bien qué era.
Con inmigrantes que llegaban a miles, con ideas definidas en muchos casos acerca de qué es el trabajo, el salario o la huelga, los extranjeros se juntaban con los criollos en cócteles a veces explosivos. Se ha dicho toda una sarta de obviedades acerca del crisol de razas, de ese “melting pot” que es el conventillo, de que los argentinos no descienden de los monos, sino de los barcos, etcétera.
Pero las clases dirigentes, que habían amparado este estado de cosas y que se beneficiaba con la economía agraria, estaba dividida al respecto de la cuestión nacional. Para algunos, la nación era casi una oficina de Londres, allí estaba la casa central. Inglaterra dominaba la economía nacional, dependiente de la compra del grano por los extranjeros y ansiosa de los productos extranjeros, siempre que no fuesen inmigrantes.
Con el tiempo, esta dependencia e sumó a las ideas “foráneas” que traían los inmigrantes. Se comenzó a pensar, de acuerdo a la Historia de Alberdi, en un futuro optimista, con un pasado glorioso. Todos sabemos que no existe ni uno ni lo otro, pero estas ideas suelen prender en la gente.
Además, estaba la idea de democracia.
Esta forma de gobierno, que presupone que la elección de los líderes es un derecho igualitario, era resistida por muchos. La Ley Sáenz Peña inauguraba la posibilidad que cualquier pobrete eligiera a su presidente, diputado, gobernador o intendente.
Era más de lo que un rosarino ilustre, pero que vivía en Buenos Aires podía soportar.
Como Fito o como Olmedo, decidió emigrar. Nadie es profeta en su tierra.

Manuel
Manuel Carlès había nacido en 1872.
Abogado, hijo de una ilustre familia rosarina, era un joven preocupado por su país. Su madre, Margarita Mazza, presidía la Sociedad de Beneficencia, formaba parte de las comisiones de Caridad, del voluntariado de los Hospitales y se codeaba con obispos, militares y adinerados. O sea que Manuel estaba acostumbrado a tres cosas: la tradición, la familia y las jerarquías.
Manuel, abacanado, vivía en el Plaza hotel, era socio del Jockey Club, daba clases en al escuela Superior de Guerra, en el Colegio Militar, en la Facultad de Derecho y el Colegio Nacional.
De joven, la revolución radical del 93 lo contaría en sus filas. De este fracaso militar surgiría un triunfo cívico (la democracia), pero también dió al joven Manuel el ejercicio de la milicia, de la participación armada y civil para dirimir las cosas. Para Manuel, era natural tomar las armas para defender el estilo propio de vida, es decir, el estilo ordenado y cómodo de las clases medias adineradas. Diputado en 1989 y 1912, con la llegada de Yrigoyen al poder, Manuel supo que la burguesía porteña había perdido el gobierno, pero no las riendas. Yrigoyen no iba a tocar la economía agraria que tanta guita dejaba a la clase media alta, a ala oligarquía, de la cual se sentía parte, ya que era interventor en Salta en 1918.
Se formaba lentamente en Manuel otra idea, la de la naturaleza del poder.
Para Manuel, hay gente naturalmente capacitada para ejercer el poder. Y los obreros no están en este ramo.
En 1919, una huelga que comienza en la fábrica Vasena de Buenos Aires lo lleva a actuar. No es posible que los obreros desafíen el poder armado del estado, y tampoco es posible que ese Estado, que ampara un modelo económico beneficioso, actúe bien en todas partes. Hay que colaborar con él.
El espíritu voluntarioso de Margarita revoloteaba, sólo que en vez de repartir leche y masitas, Manuel repartiría balas, trompadas y sablazos.
Manuel consigue reunir la flor y nata de la juventud reaccionaria porteña.
Con su palabra plagada de conceptos como Patria, Gloria, Dios, Espíritu, Orden o Familia, arenga a jóvenes y no tan jóvenes para que formen un escuadrón armado, activo, de inquietudes cívicas. Se entendía que el civismo d esta gente era “opuesto a”. Sino ¿Para qué los Máuser, los sables, los revólvers?

Vamos las bandas

Había nacido la Liga Patriótica Argentina. La Banda de Manuel.
En plena huelga, La Banda de Manuel – junto a otras banditas como el Comitñe Nacional de la Juventud- recorre las calles porteñas. Se abalanza sobre los judíos, a los que cree portadores del virus del comunismo. No los matan, se limita a arrancarles la barba a base de tirones. Crece la cantidad de apaleados, todos extranjeros. La sede de la Liga se divide para actuar mejor. Cada grupito en que se dividía la Liga tenía como sede una comisaría. El general Dellepiane, con orden de Yrigoyen, reparte revólveres Colt a la juventud maravillosa, bajo el nombre de fantasía de “policía civil auxiliar”. La huelga de 1919 se llamó La Semana Trágica.
La banda, o sea la Liga Patriótica Argentina, la formaban Manuel Carlés como presidente de la Junta Nacional y otros “hombres de bien”: Joaquín S. De Anchorena, Monseñor Miguel De Andrea, el Vicealmirante Manuel Domecq García, el General Eduardo Munilla, los dirigentes radicales Carlos M. Noel, Vicente Gallo, Leopoldo Melo, el director de La Nación Jorge A. Mitre, el director de La Prensa Ezequiel P. Paz, el director de La Razón José A. Cortejarena, los estancieros Celedonio Pereda, Saturnino Unzué y Antonio Lanusse, Dardo Rocha, Federico Leloir, Francisco P. Moreno, Estanislao Zevallos, Pastor S. Obligado y Miguel A. Martínez de Hoz. Tomá pa´vos.
Con el tiempo, La Banda de Manuel amplió sus horizontes. Ya no se trataba del desorden público, sino del desorden nacional.
Traicionando al que le había dado las armas, comenzó a complotar contra Hipólito Yrigoyen, que asumía su segunda presidencia. Ya había sido interventor en San Juan en la presidencia de Marcelo Torcuato de Alvear, más “civilizado” – con más plata y relaciones- que el decrépito caudillo radical.
Con la segunda presidencia de Yrigoyen, los grupos nacionalistas atacan con virulencia. Se lo acusa de demagogia, de dejar actuar a extranjeros, judíos, anarquistas, comunistas, ateos y masones. Se rebelan contra la servidumbre económica, aunque siguen recibiendo los beneficios del modelo agro exportador netamente liberal. Sobre todo Manuel se queja del desorden que significa al democracia.
En 1930, Manuel saluda al general Uriburu (alias Von Pepe por sus aficiones prusianas) como el slavador de la patria.
En la revista Estudio escribe un artículo significativamente titulado ¡Salvemos el Orden y la Tradición nacional!
Allí dice: “Sólo el hogar con Patria y la escuela con Dios pueden preveir el mal en las generaciones de argentinos”, con lo que dejaba aclarado su pensameinto cívico y católico. Pero va más allá. Fue necesario que se pasara de la amenaza y se revelase el ademán del golpe para que saliéramos todos a la calle dispuestos a repeler la osadía y castigar ejemplarmente a los osados”. ¿Quiénes eran esos osados? “La prensa del suburbio, del insulto y la rebelión (...) los locales anarquistas (...) el delincuente social, los sujetos sin alma, sin personalidad, sin patria y sin Dios”. O sea, podemos ser cualquiera de nosotros.
La gloria argentina, pasada y futura, está constantemente en los labios de manuel, eterno optimista del fusil: ”Contemplo el pasado de mi tierra y lo veo civilizarse incesantemente, de año en año, primero fue la familia castellana honesta (...) luego perduró la constitución liberal, humanitaria y amparadora (...) y por último, aquél día de 1910 cuando con emoción profunda el pueblo de la república presenció el saludo universal a la bandera invicta...”.
La Banda de Manuel duró 28 largos años, desde 1919 hasta 1947, cuando Manuel Carlés entregó el equipo, o sea, se murió.
Había formado un escuadrón de gente armada, represora y voluntariosa. La banda saludaba al presidente en cada onomástico, en cada aniversario, en cada ocasión. El gobierno utilizaba a la Liga Patriótica Argentina no a la manera fascista de Benito Mussolini, en la cual se inspiraba, sino como fuerza poco vistosa de presión, que legitimaba “civilmente” lo militar. La Liga, la banda de Manuel, nunca se uniformó: a diferencia de las camisas negras o pardas nazifascistas, del oropel militarista, su vestido era el cotidiano, el traje opaco de los burgueses, su bandera de desfile la celeste y blanca.

Conclusión
Este relato historicista sería anecdótico sino mirásemos algo tenebroso: El inventor de las bandas paramilitares fue rosarino.
Pero Manuel Carlés no se quedó solamente allí. Fue el inventor de algo más: el Enemigo Interno.
Ese enemigo es “eliminable”: “El que no es amigo de la Patria es mi enemigo y lo combatiré sin descanso ni cuartel”. El enemigo de la Patria podía ser usted, o yo, bastaba con ser enemigo de Manuel. Muchos lo supieron.
El tiempo vio evolucionar a otras bandas, tal vez menos “espirituales” que la de Manuel. Su herencia duró más de cincuenta años: la Alianza Libertadora Nacionalista, el grupo Tacuara, la triple A, el Comando Nacionalista Universitario, El Comando Libertadores de América, la banda de Aníbal Gordon, Feced o del Ciego Lo Fiego fueron militarizaciones civiles argentinas, para imponer ideas a la fuerza en contra de los argentinos, y toleradas y aún buscadas por los argentinos. No eran la Brigada Cola: eran bandas armadas, letales, oblicuas, vergonzantes de su accionar porque, a fin de cuentas, no daban la cara. Estas formaciones voluntaristas presuponen que el Estado no puede meterse a hacer trabajos sucios y, en el fondo es ineficaz porque hay leyes. Inspiradas en la más profunda ideología manuelina y liberal a costa suya, suponen que el ciudadano común es incapaz de reclamo y de capacidad de acción. Suponen que toda crítica ataca la raíz nacional, cuando esa crítica es, simplemente hacer política.
La Liga patriótica Argentina generó otros grupos, menos violentos tal vez pero acordes: Ligas de la Decencia, de Madres de Familia, Pro Hogar y arzobispados cómplices eran propicios a la delación y la alarma, sin por ello dejar de recibir beneficios políticos y hasta pecuniarios.
Con la llegada del golpe de 1976 esta forma de pensamiento alcanzó una pureza casi química. Los obreros, delegados, estudiantes y hasta las personas “comunes” no podían manejar la cosa pública. La política y la crítica estaban prohibidas, pero al mismo tiempo debían convencerse a palos los argentinos que eran incapaces de ese civismo, de ese patriotismo raro que significa quejarse, reclamar, proponer o querer algo mejor.
Por sobre todo esto, está la noción del Enemigo Interno. El Otro. No es un enemigo armado, no. Piensa, sufre y ama, pero de forma diferente.
Es esta condición la que exaspera a Manuel Carlés y a la madre que lo parió (Margarita Mazza), a Onganía, Levingston, Lanusse, Videla, Massera y Agosti, y tantos otros. Todos ellos traicionaron al país, ya que mataron a su propia gente. Es más, para reducir ese problema –católicos al fin- dejaron de considerar a los “enemigos” como personas. No tienen alma. Cada uno de estos dictadorzuelos, Manuel incluido, consideró natural ejercer al mando, aún a costa de la sangre ajena. Sólo unos pocos pueden, y ese “poder” lo deciden esos mismos pocos. Es la jerarquía.
La muerte de obreros, de estudiantes y de delegados en todos los gobiernos dictatoriales es precisamente la negación desesperada y sin argumentos del poder en manos de Otro, el descastado.
Manuel Carlés, viejo traidor a su ciudad, a su partido, a su argentinidad, su religión y a su patria, creyó que mencionando esos conceptos resolvía su principal contradicción: salvar al país matando argentinos.
Como los que siguieron, militares, obispos, policías y censores, pagados por el país mataron país; haciendo política mataban la política, haciendo economía destruían el país, salvando la soberanía perdieron la guerra.
Pero todo se termina. Con la llegada – ya definitiva—de la democracia, la solidaridad de las bandas se rompió. Ejemplo: vía cianuro en el caso de Febres, los amigos ya no lo son tanto cuando llama la parca. Que mal, hacerse eso entre compañeros.
En la frialdad de sus tumbas, las cenizas de Manuel y su madre se revuelven.
Es que ya no quedan valores.

Investigación: arq. Gustavo Fernetti
Fotografías: Diego González Halama.

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