sábado, 27 de marzo de 2010

EL FISGON. Políticos fuera de pista. (El Lole canta la posta)

Por Daniel Briguet

1
El lenguaje, materia viva, está sujeto a apropiaciones y desviaciones. Ambas expresan un proceso de cambio permanente y remiten, por lo mismo, a un estado de la sociedad y aun grado de pertenencia. En medio del vértigo tecnológico, estas vertientes se cruzan y generan mezclas donde no es fácil discriminar qué corresponde a quién. Cada ámbito no deja, sin embargo de tener sus códigos y cuando una terminología impropia irrumpe es señal de que algo está pasando.

2
Si Antonio Carrizo, en su época de apogeo, trataba de “boludo” a un entrevistado, la pequeña pantalla hubiera enrojecido de vergüenza. Hoy cualquier animador o símil usa ese y otros términos sin que a nadie se le mueva un pelo. Las llamada “palabrotas” se han incorporado al espacio audiovisual como un signo de liberalidad o de exasperación de la jerga coloquial, en una suerte de destape verbal equivalente al que descubre el plano de la imagen. Si podemos ver minas casi en bolas, también podemos decir naturalmente términos como “culo” o “teta”. Es más: cuando más lo digamos, más liberales y campechanos pareceremos.

3
En el ámbito político, estrechamente ligado al de los medios, ocurre algo parecido. Las palabras fuertes o tomadas del lenguaje de la calle reemplazan a menudo una argumentación inexistente y resultan más eficaces a la hora de ganar centímil en la prensa. El ex gobernador Carlos Reutemann parece cultivar un discurso de ese tipo. Del mutismo que lo caracterizaba ha pasado al exabrupto, figura que pone en juego en sus disputas verbales con el gobierno nacional y con el provincial. Todavía se recuerda su intempestiva frase “que se la metan en el orto” a propósito de su meneada candidatura y de los presuntos manejos del kirchnerismo. La candidatura de Reutemann es un típico objeto virtual, porque nunca se sabe si es o no es, pero la palabra “orto” designa inequívocamente y con mayor fiereza una parte anatómica que puede recibir otros nombres. Cuando alguien dice “culo” deja abierto un margen de atractivo, inclusive estético, como el derivado de la cola femenina.
“Orto” en cambio designa sin reparos el lugar por donde se evacua la caca y no deja espacio a la ensoñación.

4
Aquella zarpada del Lole fue nada más que una señal de una serie que cobraría mayor vigor con el calor del verano. En febrero el hombre se despachó contra la reputación del oficialismo aludiendo a que su acceso al gobierno podría estar expedito “si no se roban antes la Casa Rosada”. Luego arremetió contra el PS y el gobierno de Binner con expresiones como “que se dejen de joder” o “que le vayan a llorar a Gardel”. Y cerró el tríptico con una sentencia del todo lapidaria”: Con Binner solo nos podremos ver en el cementerio”.
De todas las réplicas que recibió, la más rotunda fue tal vez la del líder de los camioneros y titular de la CGT, Hugo Moyano, quien definió al ex piloto de Ferrari como alguien que no tiene nada que decir y “no se sabe expresar”. Dura crítica, al fin, por provenir de un sindicalista formado en las lides gremiales y no de una persona ilustrada. Y dotada de un filo extra:
Según Moyano, las chicanas de Reutemann disimularían un doble vacío, ya que a la ausencia de ideas le sumaría la dificultad de expresarlas. Si esto no es teatro del absurdo para todo público, le pasa raspando.

5
El mutismo suele dejar el beneficio de la duda: alguien no habla porque prefiere la discreción del silencio o bien, porque no tiene nada importante que decir. Cuando el mismo emisor pasa del silencio a la diatriba, el beneficio se disipará y la balanza se inclina a la segunda opción. La impresión es que, si tiene alguna idea, no merece ser difundida. Esto no es privativo de Reutemann pero su orfandad de recursos expresivos lo coloca en un mayor nivel de exposición, al punto de rescatar una imagen que lo acompaña desde los comienzos de su carrera (política). La imagen es la de Chancey Gardiner., el protagonista de “Desde el jardín”, fábula a través de la cual el autor Jersey Kosinski satiriza la cultura mediática norteamericana y pone a un jardinero que pasó la mayor parte de su vida mirando televisión en posición de ocupar la Casa Blanca. Gardiner llega a ese nivel de popularidad a través de circunstancias inesperadas pero lo que domina en el relato es el equívoco: cuando habla del cuidado de las plantas y los ritmos de crecimiento, los reporteros creen escuchar una metáfora sobre la suerte de su país. Alguna analogía puede trazarse con quien fue un gran piloto de Fórmula 1. Cuando Reutemann habla de los intereses del campo- es decir, de los propietarios de campo- muchos deben creer que se trata del interés nacional. ¿O no se manifestó una parte apreciable de la población, Cobos incluido, en contra de la nueva ley de retenciones, propinándole al gobierno que había votado meses antes su mayor derrota política?

6
“Como presidente hace falta un buen administrador-dice una oyente que llama a la radio-y Reutemann es un buen administrador. Por eso debe ser presidente”. La figura del buen administrador, instalada por el discurso neoliberal, todavía goza de cierto consenso. Confunde al país con una empresa- o con una estancia-y omite todos aquellos temas que la gestión pública debe afrontar y no están en el campo de lo rentable. Su obsesión es un aval o un reaseguro contra la corrupción, los desmadres financieros, el manejo de la renta fiscal(sobre todo si ese manejo tiende a redistribuirla ). El mandatario en cuestión debe llevar bien las cuentas sin perjuicio de lo que haga o deje de hacer. Lo importante es que no robe o mejor, “ que no me robe”, porque en estos casos la conciencia pública del elector resulta imperceptible. En esta franja de votantes la figura de Reutemann puede encontrar asidero: un hombre que actúa en política pero no luce como un político; un enunciador sin retórica que habla como cualquier ciudadano, incluso al punto de confundirse con él; alguien incapaz de articular un discurso fluido pero que sabe sumar y restar.

7
En la política militante los dardos de grueso calibre partían de los activistas o los cuadros de base. Los dirigentes no eran inmaculados, ni mucho menos, pero se los suponía vehículos de una representación que debían legitimar con su accionar. En la telepolítica y la democracia mediada los lazos de representación terminan por cortarse y lo que domina es, sino la obtención de un consenso inmediato, la búsqueda de notoriedad. Para llegar a la condición popular había que llenar una plaza pero para ser notorio bastan con diez puntos de rating. Los dirigentes se supeditan a la agenda de los medios y no tienen problema en convertirse en sus voceros. El juego del escándalo genera repercusiones , en tanto alimenta la maquinaria periodística, y es más redituable que el debate de propuestas. Por lo mismo, el lenguaje político no solo se vuelve ordinario sino que se empobrece, ya que debe atender a las demandas de su difusión. Los partidos han dejado de ser expresiones de un ideario para funcionar como aglutinantes de votos, en una puja con algo de deportiva. La cuestión es sumar puntos, en los sondeos o en el escrutinio. Cuando De Narváez, después de las elecciones legislativas del año pasado, dijo “les rompimos el culo”, se parecía más al jefe de una barra brava triunfante que al líder de una corriente del PJ.

8
El común denominador de esta dirigencia, salvo excepciones, es el desarraigo. Hoy integran una coalición y mañana forman parte de otra. Sus propósitos son cuantitativos y en función de ellos acceden a cualquier tipo de alianza, Esperan una acción del adversario para brulotearlo como corresponde. Lo que no significa que todos los brulotes sean del mismo signo. En el contrapunto radial que Luis D’Elía sostuvo con el desaparecido Fernando Peña, afirmando “yo odio a la puta oligarquía” y agregando que él no era de San Isidro sino de Laferrere, no solo alimentó la polémica que rodea su imagen. También hizo un alarde de credibilidad ya que difícilmente alguien, detractor o adherente, podía poner en duda su procedencia y su historial de dirigente piquetero. Los ronroneos del Lole Reutemann , en cambio, exhiben una cuota de gratuidad propia de un piloto que salió de pista y sigue corriendo. Como si aún así pudiera llegar a la meta. Para su consuelo no debe ser el único. Y hay público en la pantalla que todavía lo quiere ver arriba del podio.

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