martes, 2 de febrero de 2010

EL FISGON. Escribir por lo mas Delgado

Por Daniel Briguet

Cansado de lidiar con los equívocos generados por su obra narrativa y de los reproches en sordina de lectores ilustrados, el autor intenta poner las cosas en su lugar, si eso es posible, por medio de una autoentrevista. Su tesis básica es que debajo del coro de jadeos y gemidos circulan historias, muchas de las cuales son dignas de ser leídas. Al fondo o al final de la curva asoma un propósito recurrente: llegar a la verdad desnuda.
En sus últimos libros usted ha venido desarrollando una suerte de subgénero, que consiste en narrar a partir de una experiencia íntima. ¿Está de acuerdo con esta idea?
- No del todo. En principio no sé sí si se trata de un subgénero. Otra gente lo ha hecho antes que yo. Mi particularidad es que lo hago a través de relatos y esos relatos resultan de una mezcla de realidad y ficción. Tampoco diría que se trata de experiencias íntimas, dado que a menudo aparecen cruzadas con datos del ambiente.

¿Qué porcentaje de realidad y cuánto de ficción hay en lo que narra?
- No es una pregunta que puede contestar. A veces la historia coincide con lo ocurrido y a veces la referencia que tomo es nada más que un disparador de algo que se me acaba de ocurrir. Sé de lectores que han tomado historias realistas como fábulas y al revés.

¿Puede dar algún ejemplo?
- “Lazos familiares”, de mi penúltimo libro, es uno de los relatos más cargados de experiencia que escribí. Y más de uno lo tomó como producto de mi imaginación. En cambio “Sexy bar”, del mismo libro, es una ocurrencia alimentada por pequeños indicios de distinta procedencia. Y recuerdo que, charlando, una lectora conocida me preguntó en qué cortada quedaba ese boliche.

- ¿Eso lo complace?
- Sin duda. Cuando mezclo lo real y lo imaginario mi propósito es lograr un grado de confusión que sea creíble y que, por supuesto, funcione en términos narrativos. Es algo que practico desde que hacía aguafuertes en la prensa diaria. Pero no se trata de un berretín. Creo que responde al espíritu de la época.

- ¿Escribir sobre sexo no lo expone?
- Sí y no. No me expone más de lo que debe exponerse un actor en un escenario. Cuando cuento algo, el narrador pasa a ser un personaje, como el resto de sus criaturas. Por eso me permito inventar escenas que no ocurrieron o agregar un toque irreal. Digamos: nunca es lo real crudo, porque no existe tal cosa sino en el corazón de la experiencia. Obvio es que si quien lee posee una mente cuadriculada, probable que mi exposición será mayor. Pero no me interesa el registro de una mente cuadriculada.

- ¿Podría ser más preciso?
- Me contaron de mujeres que dejaron de leer un libro mío porque lo veían como una ostentación de proezas sexuales. O de un psicoanalista que, luego de leer algunas partes, rechazó el obsequio de “Historias con mujeres” con el argumento de que él no podía tener ese libro en su biblioteca. ¡Un psicoanalista! No quisiera estar en la piel de sus pacientes. Si yo hubiera querido aparecer como el Gran Conquistador, habría escrito algo del tipo de “Cien cepilladas antes de acostarse”. Y no me habría pintado en la cama con una florista de l3 años o jugando con un travesti en torno de un pote de vaselina, hechos que no me tocó vivir. Si los incluí, fue porque me parecieron vueltas de tuerca de interés para el curso de la historia.

- ¿Lo que quiere decir es que nunca estuvo con travestis ni menores de edad?
- No, eso lo dice usted. Si va a entrevistarme, le sugiero que se limite a hacer preguntas ajustadas.

- Okey. ¿Estuvo o no?
- El tono de su interrogatorio me recuerda a doña Elvira, una vecina del barrio. Estuve con travestis, cuando me despertaban curiosidad, y también con una chica que dijo tener l9 años y después resultaron l7. Por lo demás, quiero aclararle algo: no soy de los tipos que salen con un megáfono después de hacer el amor. Que yo elija algunos temás para escribir, no significa que vuelque mis aventuras en una mesa de café.

- No veo la diferencia.
- Yo sí la veo, quédese tranquilo.

- ¿Por qué le atraen tanto las “pichis”?
- Supongo que se refiere a las chicas muy jóvenes. Por las misma razón que a la mayoría de los tipos. Son la belleza en movimiento, la mujer que despunta. En mi caso puede agregar una adolescencia conflictiva y un lento despertar a la sexualidad. Cuando usaba el término “pichi” quería marcar lo que le dije. Uno las ve y no importa su condición, en algún momento siente un soplo de frescura.

- ¿Está seguro de que frescura es la palabra?
- No se me ocurre otra.

- ¿Lo suyo no sería un caso de adolescencia tardía?
- No lo descarto. Con este atenuante: mi predilección por las chicas no significa que no me pueda atraer una mujer de 50 años. A cierta altura uno descubre que lo que más cuenta -en la mujer y en una relación- es la onda. Es de esperar que lo descubra a tiempo.
- Hay un cuento, “¿Podés parar con Lennon?” que tiene, a mi entender, muchas cosas suyas. ¿Mariel es una chica real?
- Es difícil decir si una chica es real cuando nos involucra. Creo que esa es la búsqueda mayor. Pero, ateniéndome a la pregunta, Mariel es la condensación de dos chicas reales, con una presencia que domina. Condensación y desplazamiento, operaciones que caracterizan la actividad del sueño, son los recursos que más utilizo para transfigurar la materia bruta de los hechos. Y de paso, para evitar que el relato tenga como efecto el involuntario “escrache” de alguien. El desplazamiento supone cambiar de ámbitos, de situaciones y también de nombres.
- ¿Qué diferencia hay entre erotismo y pornografía?
- Se supone que el erotismo sugiere aquello que la pornografía muestra de modo frontal. Lo que no significa que los límites sean tan fáciles de trazar. Si debo nombrar los órganos genitales de un hombre o de una mujer, no puedo, a esta altura, usar términos como pene o vagina. Congelaría la escena y, por otra parte, nadie habla así en el lenguaje cotidiano. A la vez, al llamar las cosas por su nombre, existe el riesgo de que un término cargado de sentido desbarate un párrafo. Lo ideal es recurrir a la elipsis, que es, a mi juicio, la figura más importante del lenguaje erótico, tanto en la imagen como en los textos. La elipsis es lo que se esquiva o se elude, aquello que adquiere presencia mediante indicios. Pero también para esto hay límites. Si mi pretensión es transmitir algún efecto erótico o pasional, debo arriesgarme.
- ¿El erotismo visto así sería como un camino de cornisa?
- Totalmente, más en este tiempo en que cualquier chico que disponga de un celular bien dotado puede acceder a desnudos de chicas ídem. De todos modos me gustaría aclarar algo. Cuando usted me preguntó qué suponía escribir sobre sexo, incurrió en un equívoco. Yo no escribí una saga sobre el sexo sino sobre el deseo y lo que lo rodea, que es un campo mucho más vasto. La memoria afectiva, el desarraigo, las mismas tensiones sociales entran ahí, si uno parte de un deseo situado. Alguna vez me pidieron una definición y respondí que el deseo es como un potro desbocado, al que hay que saber cabalgar. No fue una definición casual porque, a los cinco o seis años, yo viví la experiencia de ser tirado por una yegua que no paraba de galopar. Era una yegua dura de boca pero mansa. Al punto que cuando quedé colgado del estribo, su galope se detuvo. De no haber sido así, no estaría acá para contarlo.

- Convengamos que una yegua no es lo mismo que un caballo.
- En absoluto lo es. Pero hablábamos de cabalgar, para lo cual hacen falta cuatro patas en movimiento y un jinete arriba. Desde aquella experiencia yo no soy un buen jinete pero aprecio a la gente que trata de seguir su deseo, aunque por ahí sufra un revolcón. No se trata de algo que garantice la calidad del resultado pero estimula.

- ¿Podría ser más claro?
- ¿Usted tiene problemas de atención, verdad?

- Sí, a veces me disperso.
- Lo sabía. A mí me pasa lo mismo. Lo que terminaba de decirle es que el deseo es un impulso que puede seguir distintos cauces. Si alguien parte del deseo de escribir pero no logra reflejarlo en su escritura, es mejor que cambie de rubro.

- Por lo que veo, no está de acuerdo con los talleres de escritura.
- No estoy de acuerdo ni en desacuerdo por la sencilla razón de que no sé cómo funcionan. Si es un punto de encuentro para gente con inquietudes comunes, vale, A mí la palabra “taller” me remite a un galpón engrasado donde se reparan cosas. Por ejemplo: un taller de poesía sería un lugar donde se reparan versos rotos.

- Qué chistoso.
- Oiga, ya le dije que se abstenga de transmitirme sus impresiones.
- Es verdad. A ver si lo entiendo: el supuesto es que todo el mundo tiene derecho a expresarse o si se trata de publicar, las exigencias serían otras.
- Veo que está entrando. La pregunta sería: ¿qué le puedo ofrecer yo al lector a cambio de su interés? Esto vale para una nota, un relato, un ensayo o la forma que le parezca.
- En su caso, ¿cuándo se dio cuenta de que tenía algo para ofrecer?
- No sé si me dí cuenta. A veces me parece que sí y otras que no. Al punto de que, después de treinta y pico de años de periodismo, me siento a escribir una nota y tengo la sensación de largar de cero. Cuando se trata de un relato es diferente, porque las constricciones las pone uno. Pero no hay que pensar que las constricciones son siempre restrictivas. También son unas fuente de creación alternativa. Si el que escribe no tropieza con algún límite, es probable que termine ahogándose en el texto.

- ¿Eso quiere decir que entre periodismo y literatura no hay vallas insalvables?
- Algo así. Yo empecé a escribir narrativa de un modo tardío, hace unos doce años, y no sentí un corte brusco con una parte de mi trabajo periodístico. Es cierto que entonces tenía una noción vaga de lo que era un relato o un cuento. Pero solo podía saberlo de un modo: escribiendo. Por lo demás, no me interesa estar en el campo literario. La literatura es algo valioso para los que la cultivan, para un puñado de críticos y los lectores de los suplementos literarios. Y está bien que así sea. Mi formación está más marcada por el cine y la lectura de historietas que por el canon literario. Nunca he sido un buen lector.
- ¿Qué sería un buen lector?
- Alguien que lee de corrido y es capaz de citar con naturalidad fragmentos de Shakespeare, La Divina Comedia y el “Ulises”, de Joyce.

- ¿No es su caso?
- Nunca leí La Divina Comedia, con el “Ulises” claudiqué antes de llegar a la mitad y a Shakespeare lo cito de oído.

- ¿Cómo definiría entonces lo que hace?
- Como una narrativa clase B, equivalente a las películas clase B del cine americano. O como un realismo pop porque se nutre de personajes y paisajes más o menos cotidianos para tratar de ir más allá. Eso me permite llegar a un lector no avisado. Pero siempre dentro del realismo, que es el lenguaje de un mundo alucinante. Hay cuentos como “El rugido de un león”, a los que basta soplar un poco para que caigan en el género fantástico. Yo trato de no caer.

- ¿Nunca pensó en escribir una novela?
- Sí, después de publicar “El último verano” me puse a escribir una novela cuya trama tenía en mente desde hacía tiempo. Era, creo, una historia interesante. Luego de escribir cuarenta o cincuenta páginas de borrador, sentí que la trama avanzaba pero no tenía consistencia. Y que debía empezar a documentarme, ya que la idea original incluía tres momentos distintos del siglo que pasó. La planté y volví al redil, completando una saga que nunca imaginé escribir.
- ¿Nunca se propuso escribir tres libros con una temática común?
- Ni en sueños. Yo casi nunca proyecto, pateo la pelota a medida que sale picando. En el caso de la saga, todo empezó con una invitación de un amigo, Alberto Ascolani, que entonces tenía un sello editor. Me dijo quería editar una serie dedicada al erotismo y quería que yo la abriera con el primer título. Así surgió “Historias con mujeres” y esa onda de trabajar con la propia experiencia, sin llegar a la “no ficción” pura. El libro vendió bien, cerca de mil ejemplares desde góndolas en una plaza dura para colocar productos nuevos sin público cautivo. Al tiempo lo releí y no me convenció. No encontré mucho erotismo y más de un cuento, como “Seducción de dos lunas”, aparecía empañado por un desenlace muy explícito. En parte era comprensible: yo era casi un novato en las letras y escribí los catorce cuentos uno tras otro, en un mes y medio de un tórrido verano. Clima adecuado pero mucho apuro. Quise escribir otro, con más cuidado y elaboración. “El último verano” es un libro del que estoy conforme, aunque haya vendido menos de la mitad que el primero.
- ¿Y “El rugido…”?
- El rugido de un león se sigue escuchando entre las ruinas de un cine de provincia. También estoy conforme con el libro, no así con la edición. Hasta ese momento mi editora había sido Homo Sapiens y si cambié de sello no fue por desavenencias con Perico Pérez sino por circunstancias que sería largo comentar. El hecho es que el libro salió con apuro, sin la debida corrección y cuando empecé a ver la cantidad de erratas que contenía, me quise tirar desde el balcón. Algo inviable porque vivo en un depto de planta baja. Las erratas son un fantasma que me persigue desde que publiqué mi primera nota. En resumen: le dije al editor que en esas condiciones no iba a hacer una presentación formal y me limité a un trabajo básico de promoción. Tal vez el primer responsable fui yo por desafiar la cábala. El índice original tenía doce títulos y a último momento, como suelo hacer, se me ocurrió incluir el relato número l3.

- ¿Acaso cree en brujas?
- No creo pero que las hay, no tenga dudas.

- ¿Qué opina de la mujer rosarina?
- No tengo una opinión formada.

- ¿Puede nombrarme un puñado de cuentos suyos que le parezcan buenos?
- ¿Así, al voleo? “El simple arte de matar”. “Encuentros mágicos”, “Caballero andante”, “En la ruta”, “Hallazgos y extravíos”, “Me llamaban Travolta” y “El rugido…”, porque transcurre en el dominio de la emoción.
- ¿Se atreve a hacer una autocrítica sintética?
- Ya que casi no existe crítica de mi producción, puedo intentarlo. Tengo cierta inventiva para imaginar historias o puestas en escena, si se acepta la idea de que todo texto es una puesta. Mi escritura es fluid , con cierto ritmo, algo que me importa porque la música debe estar en todos lados, como indica El Flaco. Fuera de eso, soy muy limitado en la descripción de ambiente y personajes. Describir un rostro, a veces, me cuesta horrores. Y mi sintaxis también es limitada, aunque pueda estirarse. Ya le dije: yo nunca tuve otra escuela que una película de cow boys.
- ¿Está escribiendo algo ahora?
- Siempre estoy escribiendo algo, fuera de la agenda de trabajo. Llevo escritos media docena de relatos sin saber aún, qué destino tendrán. Algo es seguro. Mi próximo título será un libro que pueda regalar sin andar pensando en la sensibilidad del destinatario.

- Para terminar, una pregunta original. ¿Qué libro se llevaría a una isla desierta?
- “Cómo ganar amigos”, de Dale Carnegie.

1 comentario:

rafaela dijo...

Muy linda nota, Daniel. Lo felicito