martes, 13 de octubre de 2009

MIRADOR DE LIBROS UNA CUADRA, de Márgara Averbach

Por_María Angélica Scotti

Esta novela (Editorial Adriana Hidalgo) es una propuesta singular, distinta, dentro del actual panorama de la narrativa argentina. En primer término, resulta “apta para todo público”, “para grandes y chicos”. Podría incorporarse como material de lectura en las escuelas, ya que su historia sencilla y pequeña (la vida de un callejón con 11 casas en medio de la ciudad) promueve valores comunitarios, de afecto, de solidaridad e incluso de creatividad artística con coloridos toques mágicos.

En segundo término, resulta novedoso el tratamiento literario: hay un sutil entramado de puntos de vista diferentes (de los diversos personajes, abordados en tercera persona) que se alternan con la voz de una narradora en primera persona que no sólo asume la tarea de historiar las menudas peripecias del callejón sino que irrumpe a menudo –en general entre paréntesis- para opinar, comentar, agregar aclaraciones y dar referencias sobre sí misma como si fuera un personaje más. Y hay asimismo un juego permanente en el desarrollo del relato que se vale de listas, diagramas, esquemas, enumeraciones, como si se tratara de un rompecabezas o de una rayuela cortazariana. Por otra parte, inserta sesgadamente y en escala reducida algunos temas de hoy: los desaparecidos durante la dictadura militar, las huelgas docentes, los “ocupas”, la homosexualidad y el SIDA. Es por cierto un libro sustancioso, que se lee con agrado y en el que descuella un estilo terso e impecable, con pasajes de mucha frescura expresiva y alto vuelo poético. La autora sabe entrelazar eficazmente los variados personajes de esta historia colectiva, sus conflictos, sus deseos y sueños. Podría objetarse la elección del título, poco acorde con el aliento vital y humano de la novela. “Cuadra” es un vocablo urbanístico, más bien catastral, que corresponde al sistema cuadrangular aplicado en América a las fundaciones de ciudades. Tal vez la autora lo prefirió para subrayar el carácter pequeño o mínimo de su asunto, a pesar de que a lo largo del texto se habla con frecuencia de “callejón”, una palabra más rica o sabrosa. “El callejón de los milagros” se llama justamente una conocida novela del Premio Nobel egipcio Naguib Mahfouz. Y los colonizadores españoles, al trazar nuestras cuadrangulares ciudades, ponían nombres atractivos como la calle de los Sombreros, la de las Damas, la de la Alegría… Más allá del mayor o menor esplendor de los rótulos, esta novela es más sugerente que lo que ofrece su título. Y Márgara Averbach es sin duda una excelente narradora (ha escrito también varios libros para niños y adolescentes), además de una notable periodista (sus críticas literarias en Clarín y en Ñ se destacan por su tono entusiasta, sensible y sagaz, atributos no muy comunes en los comentaristas de los medios). UNA CUADRA obtuvo el Premio Biblioteca Nacional de Novela 2008, con un calificado jurado compuesto por Josefina Ludmer, Matilde Sánchez y Luisa Valenzuela.

Fragmento de UNA CUADRA:
“(No sé por qué una tiene que mirar antes de irse. Mirar atrás, digo, a lo que está por dejar. Sería mejor empezar enseguida el largo trabajo del olvido. Pero se mira, siempre.)
Lara pensó en una película: la chica de pie en la esquina con la valija en la mano, lista para empezarlo todo, lista para la aventura.
Ahí, frente a sus ojos, estaba el callejón completo. El barrio siempre había sido tranquilo, demasiado, para su gusto. Ahora ella estaba de pie en el medio de la calle empedrada. Apoyó las cosas en el suelo y dibujó una mirada lenta, cuidadosa, primero a la izquierda, después a la derecha. Quería acordarse.
Necesitaba fijar los rasgos de las once casas. Necesitaba llevárselos. Yo no estoy segura: supongo que, sin esa mirada, se los hubiera llevado de todos modos, enredados en los sueños como los árboles que se había llevado verano tras verano del campo donde trabajaba el tío Aldo.
No estaba triste. Hasta podría decirse que se alegrara de irse. Ahí, en la callecita, no le quedaba casi nada. Apenas la sombra de una madre a la que ya no entendía. Podría decirse que, en general, estaba entusiasmada. Contenta. Pero se quedó un minuto mirando porque siempre es así cuando se deja algo.”

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