
Silencio en el rally.
-A veces me preocupás vos.
-Te agradezco, pero no te preocupes.
El chascarrillo no le gustó. Luego de subir el vidrio de la ventanilla, se quitó las zapatillas y apoyó sus largos pies sobre el parabrisas. Desabrochó su short de jean y lo hizo correr por sus piernas . Era una imagen de película pero no recordaba cual.
-Perdón, ¿Ya empezó el streap tease?
-No, pibito. Voy a intentar dormir un rato y trato de ponerme cómoda.
Los shorts me ajustan y por eso me los saco.¿ Alguna otra pregunta?
-Sí, ¿ adónde pensás dormir?
-En el asiento de atrás, obvio.
-¿Y si a mi se me ocurriría hacer lo mismo?
-Dormirías en tu butaca. O te pondrías a buscar una hostería.
Retomó su posición, acercó su cabeza con flequillo y clavó sus ojos en los míos. Olía a sudor, algo inusual en ella.
-Dani, ¿somos amigos o no somos amigos?
-Somos amigos.
-¿Me mentiste alguna vez?
Su voz adquiría matices inéditos, como si me estuviera sitiando.
-Que yo recuerde no.
-Entonces, ¿porqué no me decís la justa?
La llovizna se hacía más tupida. El vidrio del parabrisas, totalmente empañado, no dejaba ver más allá. Tampoco había mucho que ver. El paso de un micro o algún camión con acoplado.
-No sé cuál es la justa, Negra. Creo que nunca lo supe.
-Eso me gusta de vos. Que das la sensación de estar siempre en bolas, a menos que empecés a hablar- dijo y me dio un beso cerca de los labios.
-Buenas noches.
Podría haberle dado otro beso. Lo deseaba. Hasta tuve la sensación de estar bebiendo de una copa de cristal. La copa se deslizaba de mi mano y se hacía añicos contra el piso . Yo debía bailar sobre los cristales rotos.
Pasó un Scania Bavis que debía ir por lo menos hasta Cruz del Eje. El ruido de los enormes neumáticos sobre la ruta mojada me recordó que el valle se terminaba pero el camino podía continuar. Tuve una idea loca que no dejé correr. Antes de dormir, suelen asaltarme ideas locas. En realidad tuve dos. Ale estaba recostada sin emitir
ruido alguno, algo encogida en el asiento de atrás, y supuse que dormiría.
Por suerte yo empezaba a cabecear, y no tardé en dormirme también.
Me despertaron los golpes de unos nudillos contra la ventanilla. Eran de un policía.
Sentía dolor en el cuello y en la base de la espalda.
El cielo estaba gris, y una densa niebla cubría la falda de los cerros, dejando ver los picos más altos. Uno de ellos debía ser el Uritorco, el centro de la energía universal.
No era raro que un policía se detuviera ante un coche parado en la banquina pero en este caso eran dos y el segundo se mantenía a un par de metros con una vieja ametralladora Pam en ristre. Ninguno tenía buena cara.
-Documentos-me dijo, ni bien bajé el vidrio, omitiendo el clásico “buenos días” de las recepciones turísticas. Abrí la gaveta y saqué el sobre de cuero en que mi viejo las guardaba.
-El suyo también-agregó cortante.
No le veía mucho sentido al pedido pero no tenía intenciones de incurrir en desacato.
-¿De quién es el auto?-preguntó, mientras hojeaba los papeles.
-Era de mi padre- respondí con sequedad. El asunto me estaba embolando.
-¿De dónde vienen?
-De Rosario.
Miró hacia atrás y preguntó:
-¿Quién es la chica?
-Alejandra, una amiga. Arquitecta, 28 años, soltera.
Empezaba a ponerme irónico. Eso no es bueno en un encuentro con “ratis”.
-¿Qué hacen parados al lado de la ruta?
-Llegamos ayer a Carlos Paz y venimos buscando alojamiento desde allá. Como puede apreciar, todavía no lo conseguimos.
-Bájese.
-Oiga, ¿qué es esto? ¿una requisa?
-Yo hago las preguntas-dijo, con su mejor cara de mandril-.Un ruido metálico proveniente de la PAM me convenció de que hablaba en serio. Solo había escuchado un ruido similar antes y podía identificarlo entre un millón.
Me hizo apoyar contra la cabina y me palpó de pies a cabeza. Cuando terminó con los bolsillos, me preguntó a qué me dedicaba.
-Soy periodista-dije.
Ahí sus facciones se ablandaron un poco. Pero solo hasta un gesto burlón.
-¿Periodista? No parece muy informado.
-¿Informado de qué? Veníamos escuchando música.
Me devolvió los documentos sin decir nada. Había vuelto a su rol de agente uniformado convencional.
-No pueden estar estacionados en la banquina. Mueva el coche y entre en la ciudad, si es que tiene intenciones de entrar en un hotel.
El otro bajó la ametralladora, subieron al patrullero y desaparecieron rápidamente.
Ale asomó su cara soñolienta y preguntó:
-¿Qué pasa, Negro?
Nada, que iba a pasar. Le comenté sin mayores detalles. Crucé hasta una estación de servicio que había cerca con la esperanza de tomar un café caliente. Lo necesitaba. No encontramos un bar sino un kiosco con un puesto de diarios y revistas. No tenía idea de la hora pero, por el escaso movimiento, no debía ser tarde. Me acerqué hasta un ejemplar de la Voz del Interior desplegado en un escaparate. Un título en tipografía grande encabezaba la portada en toda su extensión:
SON 22 LOS EXTREMISTAS MUERTOS EN EL ATAQUE A LA TABLADA
No entendía, no alcanzaba a entender. Tenía el texto de la noticia para salir del estupor pero estaba empeñado en descifrar ese mensaje que parecía escapado de un macabro túnel del tiempo.
Cuando por fin empecé a leer, sentí que atravesábamos un mal sueño. Que mi padre no había muerto, ni habíamos cruzado el valle en una noche de mierda para descubrir que deseaba a Ale, que no era verdad lo que estaba leyendo.
Y de algún modo fue un mal sueño. Las minivaciones en Capilla no resultaron lo que esperaba. Al poco tiempo de volver, tuve que vender el Rally. Los encuentros con Alejandra se hicieron cada vez más distantes.
(Fragmento de “En la ruta”, relato aparecido en el libro “El último verano”, Ed. Homo Sapiens, y ambientado en los días del ataque del cuartel de la Tabalada, del que este mes se cumplieron 20 años).
1 comentario:
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Staff Revista El Vecino
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