jueves, 4 de septiembre de 2008

La dama y el periodista

Investigación | Arq. Gustavo Fernetti - Docente de la Escuela Superior de Museología

Los barrios tiene personajes, todos lo sabemos. Burlarnos de ellos es casi un deporte. Pero escribir esas burlas, dejar constancia, es de otra época. O bien, ahora está Tinelli para eso.
La señora, ya entrada en años, abrió la puerta de alambre. Las gallinas se alborotaron.
Es que del otro lado esperaba el periodista. Eso las ponía como locas. El perro, no se esperaba otra cosa, ladró.
- Buenas, señor. ¿Qué se le ofrece?
- Buenas. Me gustaría sacarle unas vistas, señora y a la casa de usted.

El hombre portaba un trípode y una libreta pequeña, de cartón negro, sombrero bombín y sobretodo. Ese atuendo negro imponía respeto en la doña. Acostumbrada a los pantalones, las alpargatas y la faja a la cintura, la indumentaria negra del periodista le infundía un cierto miedo. Por lo tanto accedió rápidamente. Aunque no entendía qué era lo que se le pedía.

- ¿Cuánto hace que vive aquí, hija?
- … Dos años van ya, señor. Dos años y van a más… El hombre la interrumpe.
- Ajá. Usted no es de aquí ¿verdad?
- No señor, soy de provincias. Vine de Cruz Alta para el Rosario, porque….

El periodista hace un gesto y con esa seña la mujer calla al instante. Con esos dos datos ya tiene armada la nota. Registra algunas cosas, mira alrededor y apresta la cámara. Con un gesto rápido aparta a la mujer para registrar las gallinas, y la vieja del fondo. Un tapial de ladrillos a la vista da el telón.
Concluida la faena, el periodista se retira sin decir nada; la mujer se queda en el patio de tierra, rascándose la cabeza; la vieja no alcanzó siquiera a ver al hombre que se aleja por calle Gorriti.
Monadas
Dos semanas más tarde, el Monos y Monadas reflejará el “reportaje”.
Entre bromas y burlas, se mofará de las costumbres de la señora.
Desde su profesión, vivirá momentos interesantes: puesto a etnólogo, mostrará a sus lectores la problemática del conventillo, del problema de la fiebre amarilla, del asunto de Las Latas, como se llamaba en la época a la villa miseria. Pero su perspectiva será burlona y mordaz.
Los gitanos, los obreros, los pobres, los que sustentan el sistema serán los otros, los raros, los sobrantes. De una pobre anciana, dirá que es “sorda, muda y bailarina”; de los gitanos, que viven en el “allbaicín rosarino” confundiendo a los gitanos con los árabes andaluces. Identificará a La Brasileña, mostrando su piel negrísima, como “soltera” o a los más longevos, catalogándolos de “matusalenes”.
La Vieja de los huesos será una pordiosera que vive de cocinar restos frescos de la Refinería, quemando los mismos huesos mañana, para hacer el fuego. En vez de criticar la vida a la que son obligados los marginados del sistema, culpa a éstos de esa forma de vivir. Los huesos le son imprescindibles para el caldo, así estén medio podridos ya.
El periodista se burla de todos ellos, poniendo una mirada cínica, cruel y hasta discriminatoria. Las palabras que adornan el texto son ácidas: “futuro gourmet” para referir a un bebé mamando, “mansiones del barrio” para ilustrar casas de lata y barro.
Esta saña ¿a qué obedece?
A principios del siglo XX, la clase media tal cual la conocemos está en formación.
Formada por funcionarios de capas medias y bajas, maestras, bancarios, burócratas, dependientes del comercio y profesionales, ya comenzaba a tener el sagrado temor a lo popular, a las clases “bajas”.
Dentro de esa clase media están los periodistas.
Estos profesionales, dedicados a mostrar “objetivamente” la realidad rosarina de los barrios, extramuros y suburbios.
La ciudad, organizada en centro distinguido y periferia obrera, se organizará también socialmente de acuerdo a ese sistema, centro-periferia.
En el centro, la vida cómoda de los poderosos, de los que manejan el dinero. En la periferia, las viviendas obreras, precarias, adquiridas peso a peso, o los conventillos sucios y de alquileres usurarios, los que trabajan en las mansiones, en el ferrocarril, en las fábricas, los que se rebuscan la vida en la quema o en la calle. Ellos son los pintorescos, los atractivos para el resto ilustrado que recorre los bulevares Rosario.
Este pintoresquismo cargado de desdén abundó en las revistas de inicios de siglo, hasta que Perón rescató a los desprotegidos, a los obreros, a los trabajadores, de la vergüenza pública. Al menos discursivamente, ser obrero desde 1945 ya no será un oprobio.
Pero en 1911, ser pobre era culpa de uno.

Por qué tanta maldad
La saña era síntoma de un proceso de ubicación, de posicionamiento social.
Atenazada entre la oligarquía, a la que admira y no puede alcanzar; y la clase popular, a la que teme “bajar”, la clase media se asusta con facilidad de desmanes, crisis y revoltijos sociales. Debe delimitar su campo, su lugar social, que siempre está siendo recortado y reubicado. La brecha con la oligarquía tiende a agrandarse, la brecha con los pobres a achicarse.
Por tanto, debo arrimarme a la primera, y agrandar la zanja con los segundos.
El periodista es funcional a ese procedimiento.
Burlarse de un pobre es ejercer, en última instancia, un poder sobre él, pero ese poder se marca sobre la clase misma. Los pobres no leerán el Monos y Monadas. La burla pretende delimitar, pero también crear una cualidad “seria”, la de la clase media: limpieza física equivaliendo a la pulcritud moral, prole limitada, vivienda inviolable y “hacia adentro”, culto a lo externo como límite y como presentación. Por eso María, la Brasileña es “soltera”: no es “casada”, como debe ser y más a esa edad.

El periodismo “costumbrista” nace así como formato de auto representación.
Los adulterios, robos, estupros, asesinatos, violaciones y desmanes en general suceden en todas las clases, pero… la clase pobre tiene una genética sobre eso para el periodismo rosarino.
Lo que se debe cambiar son las costumbres, las formas de vida, no el sistema económico y social que las origina. El cambio de las estructuras es contraproducente, lo que se debe hacer es modificar las superestructuras, lo edificado sobre el sistema económico.
Así, si no se cambia, se es culpable. ¿Pero qué cambiar? Precisamente lo que no coincide con las ideas de la clase media: limpieza física equivaliendo a la pulcritud moral, prole limitada, etcétera: ver más arriba.
El periodismo “objetivo” recalca esas falencias: la vieja sorda y muda es bailarina, no una señora del centro. Para ésta sería una fatalidad, no una cualidad risueña. Los pobres enanos o discapacitados que cayeran en manos del periodista quedarán marcados para siempre como culpables de su estatura o su deformidad.
Estas marcas fatídicas separan, discriminan.
La función de la discriminación es diseñar una frontera -o un foso- entre ellos y nosotros.
Así, sin que los otros lean el artículo, sabremos que son “otros” y los que la lean, “nosotros”.
No es casual que en Monos y Monadas aparezca este formato de sorna social. Órgano oficioso de la Liga del Sur, hoy Partido Demócrata Progresista, era una revista destinada a conquistar votantes, y éstos se prefieren de clase media, porque es la clase destinada a la hegemonía política. A partir del triunfo de Irigoyen en 1916, ya no abandonará las ansias de poder. Aún lo retiene, inconmovible.
Ya adueñada de ese poder, será el árbitro social, amparado por el sistema capitalista que le da origen.
El pobre, el marginado, deberá, para sobrevivir incluso simbólicamente, usar los mismos objetos, vivir de la misma manera y tener la misma cantidad de hijos que la maestra o el farmacéutico. Menos posibilidades de obtener trabajo tendrá el que posee muchos hijos, o no esté casado por iglesia, o que se haya divorciado. NI hablar del que robo por necesidad, siquiera.
La clase media gobierna el país, la provincia, la ciudad, el mundo. Aún hoy.
Somos los herederos de esa forma de pensar.

En su patio de tierra, la señora ve irse al periodista.

- Vio, mama, ese hombre…
- No, m´hija, no lo vi. ¿Qué quería?
- Quería sacar unas vistas del lugar, no se para qué. Para lo que hay que ver.
- Cosas de señores, serán.

La mujer, que desciende de españoles viejos, de ilustres apellidos y de oscuras ramas genealógicas criollas, y que no lo sabe, atranca la puerta de alambre para que el perro no le mate las gallinas. La vieja la mira sin interés, como quien ha visto eso muchas veces. Cerrar la puerta, digo.
En el patio, la pava silba sobre el brasero, en el exacto momento en que el periodista, en calle Mitre, ceba el primer mate del día.

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