jueves, 4 de septiembre de 2008

El sabor de la noche

Por Ivana Romero

I)
Diminutas, rojas, titilantes, brillan las luces en la punta de los edificios más altos de esta ciudad. Vistas desde el cielo, seguramente son una constelación de puntitos que le avisan a los aviones dónde está el límite exacto del peligro. Pero yo las veo desde mi ventana de un noveno piso. No son constelaciones para mí ni mapas de altura, sino latidos tenues que puedo mirar por un rato largo, absortas ellas en su brillo, absorta yo en cosas que pienso.
II)
Durante el día, ellas están apagadas y yo, en mi trabajo. Vivo de escribir historias ciertas. Uso las palabras para pensar a otros. La nueva empresa donde estoy asegura ser “periodismo puro”. En general, los y las periodistas no compartimos los puntos de vista de las empresas que nos contratan. Tampoco es cierto que los jerarcas de las empresas tengan un gran ojo que nos mira y que fulmina la pantalla de nuestras computadoras como un rayo magnánimo si no le gusta lo que escribimos sobre algún fulano. Es más compleja la cuestión; en general, encontramos intersticios para escribir algunas cosas que nos gustan y que justifican aquellas que nos gustan menos. Tampoco ponemos la cabeza y la escritura al servicio del mejor postor. Algunos lo hacen, pero no todos somos así. Buscamos la manera de que nuestra escritura sea independiente de los grandes ojos. O sea, nunca hacemos “periodismo puro” porque el mestizaje es esencia del periodismo: observamos como antropólogos, elegimos ingredientes como cocineros, construimos estructuras textuales como arquitectos o albañiles, chequeamos datos como ingenieros, buscamos la palabra precisa como poetas, tenemos un oficio como cualquier hijo de vecino, como quien ajusta siempre los mismos tornillos, según escribió alguna vez Daniel Briguet. Somos, ante todos, trabajadores y trabajadoras asalariados/as. Puros apasionados/as, luchando para encontrar un título de veinte letras que encaje dentro de la página diagramada, contrarreloj.
III)
Buenos Aires es demasiado grande. Te van a asaltar en una esquina. Los porteños se creen el centro del mundo. Te vas a sentir sola. Las distancias son siderales. No salgas sola de noche. Los amigos no se ven nunca. En el subte te tocan el culo. Un café es carísimo. Te vas a sentir muy pequeña. Acá tenés novio, allá no. Los del barrio chino de Belgrano no es gente que merezca confianza. Acá se conoce todo el mundo. Allá te tenés que hacer de un lugar a codazos. Allá se ve una miseria que acá no. En Buenos Aires la gente habla sola, y las viejas pasean perros para olvidar sus desdichas. Te vas a sentir sola, te dije. Eso a veces es cierto.

IV)
Enfrente de mi departamento vive una vieja que tiene una perrita llamada Yésica. La perra es minúscula, de raza indefinida y ojos como fondillos de vino tinto en una copa de vidrio barato. La mujer saca su perra a pasear por la mañana y también por la noche, según me contó en alguna charla de ascensor. La mujer se pinta los labios de rojo, es pequeña y blanca, y huele a Mary Stuart. Su perra tiene capotitas de todos los colores: azules, verdes, anaranjadas. La mujer dice que le aburre el marrón sin gracia del lomo de su perra, que por eso la hermosea un poquito cuando salen. Fuma unos cigarritos finitos, que arroja a la calle antes de entrar en el edificio.
Esta semana volví al departamento que habité el año pasado, que dejé cuando me fui a Rosario. La mujer me miró fijamente. Me dijo que le gustaba mi pelo ahora corto, pero que me veía como una señora grande. Luego recordó que ella se había visto así una vez, aunque era joven. La señora me dijo que tenía una foto para mostrarme. Le dije que bueno, que me la mostrara cuando quisiera.
Acaba de tocar el timbre, apenas terminé de cenar. Me muestra una foto blanco y negro, donde un grupo de chicas rodean a Eva. La mujer me dice que ella era asistente social y que la Señora la había ido a saludar una vez a Florencio Varela, donde atendía un hogar “para viejos huérfanos”. Así dijo, y la verdad es que se puede ser huérfano a cualquier edad. “Mirá, ésta soy, la de la izquierda”, se entusiasma y señala con un dedo enclenque, lleno de pequitas, a una chica de ojos vidriosos que mira a Eva como si fuera una aparición divina. La mujer sonríe como la chica de la foto. Se la ve más contenta que cuando saca a Yésica a pasear.

V)
Dos semanas atrás me hice análisis de todo tipo, como me recomendó Lali. Es que ya pasé los 30 y una empieza a sentir que la inmortalidad de la primera juventud se consume lentamente. Lali es una chica que conocí en un curso de fotografía. A ella le gusta sacar fotos de su gata, de árboles, de revistas alineadas en los kioscos o de frutas exhibidas en cajones. Dice que hace fotos para recuperar a quienes ya no están. Fotografía la ausencia.
Le mostré los análisis al doctor Barragán, del sindicato de prensa, que fue una de las primeras personas en Rosario que me dijo que leía mis notas en El Vecino. Yo empecé a escribir en El Vecino cuando aún era estudiante, y cuidaba chicos, y hacía milanesas de soja, y vivía con otra estudiante de Trabajo Social en una casa oscura de calle Corrientes, donde mi amiga escuchaba música carioca todo el día para ponerle un poco de color al asunto. El doctor Barragán dijo que los análisis estaban bien.
Aprendí a hacer fotos con Lali como compañera, con Hersilia como profesora. Hersilia había estudiado conmigo, pero recién ahora nos dimos bolilla. Me acuerdo de su pelo ensortijado y de que llegaba a la facu en rollers. Me parecía una actitud tonta a mí, que era militante de izquierdas y llegaba en bicicleta.
Me hice análisis, volví al diario, me enamoré una y otra vez del mismo hombre, me compré una compu, visité amigos, cené lasagna en un delivery de pizzas que se llama Mac Nolos, fui a muestras en el Castagnino, y por un momento creí que todo estaba en orden otra vez. Duró sólo tres meses. Estoy en Buenos Aires ahora. Lloré todo el viaje adentro de un Empresa Argentina un domingo por la noche. Sabía que decía adiós. Escuchaba la banda de sonido de la película My blue berrynights que el hombre del que me enamoré varias veces bajó de Internet para mí. Ahora llueve, es de noche y estoy sola en el departamento. La noche es violeta y azul y melancólica como la cobertura de la tarta que el bombón de Jude Law le ofrece a Norah Jones en un pasaje de la peli. Ella come esa tarta, y se va durante un año. Luego vuelve. Pero no es la misma. Yo no lloro más.

VI)
Diminutas, rojas, titilantes, brillan en la punta de los edificios más altos de esta ciudad. Esas lucecitas marcan el paso del tiempo, como el cursor del Word a la espera de la próxima palabra. La que en el periodismo debe ser dicha. La que la poesía prefiere no decir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ivana, me encanta esta nota y me gustó mucho la nota tuya que salío esta semana en noticias, la de.... a ver.... Manez ese , que ni nombro. que te vaya bien y seguro.. no te va a pisar ningúntren. Claudio beron