
La autora ha caracterizado este libro (en sus “Consideraciones finales”) como una novela de aventuras con ciertos elementos fantásticos, y tal es lo que aparenta ser en su primera mitad, donde proliferan los ingredientes habituales de dicho género (peripecias, peligros, sorpresas, suspenso, personajes y sitios semimágicos o malignos…)
Pero luego, poco a poco, la novela crece, se expande y se convierte en una obra intensa y sólida, que lleva a sentir y meditar con hondura y que a la vez sacude y emociona. La acción transcurre en el siglo XII, es decir, en plena Edad Media, y en el escenario de la Francia provenzal. Y ofrece la particularidad de que el protagonismo (el rol del aventurero-guerrero) no es desempeñado por un hombre (como ocurre en las novelas de caballería) sino por una mujer, la joven Leola, alrededor de quien se mueve un universo mayoritariamente femenino (el hada Nyneve, disfrazada de escudero, que, con su peculiar sabiduría, orienta y protege a la protagonista; la misteriosa Dama Blanca; las “Perfectas” de la comunidad albigense, etc.). Leola es en realidad una campesina adolescente, curiosa e inquieta (con añoranzas de “campos que nunca he visto y cosas que nunca he hecho, cielos que no conozco, ríos en los que no me he bañado”) y que, huyendo del torbellino de la guerra, despoja a un guerrero muerto de su armadura y se trasmuta así en caballero errabundo: un disfraz no del todo inverosímil, pues, según la autora, a menudo las mujeres en el pasado debieron vestirse de hombres para sobrevivir o ser más libres. Toda la novela está narrada en primera persona, desde la perspectiva de esta “heroína”, quien evoca su aprendizaje de vida y sus andanzas, primero en el mundo de los nobles y, después, entre gente plebeya o marginal (algunos de traza rara o disforme: un gigantón idiota, una enana, un eunuco sordo…) y entre los cátaros o albigenses, integrantes de un movimiento cristiano ascético y renovador, posteriormente aplastado por la Inquisición. Junto a una mayoría de personajes imaginarios o míticos, aparecen algunos personajes reales, históricos, como la reina Leonor de Aquitania, Ricardo Corazón de León y otros. Sin embargo no se trata de una genuina “novela histórica”, aunque tiene cierto parentesco con el género. Al menos despliega copiosa información sobre el Medioevo, con lo cual nos lleva a conocer y vivir esa etapa primordial del pasado europeo, sin abrumar con reconstrucciones eruditas o fatigosas. Por otra parte, la autora se esfuerza por poner en claro los vínculos entre su ficción y la historia real: en el mencionado epílogo admite haber cometido deliberadamente una serie de anacronismos o licencias literarias a fin de concentrar sucesos y personajes de 3 siglos distintos dentro de los límites de la novela y de su protagonista. Allí aclara asimismo que se propuso “reflejar” una especie de protorrenacimiento que se gestó durante el siglo XII y principios del XIII en las cortes provenzales, donde reinaron los trovadores, las damas, la cultura, y que fue como una “explosión de modernidad y libertad”. Uno de los capítulos más significativos en cuanto a mostrar el espíritu de tal época es el que presenta, a través del diálogo, un singular entretenimiento cortesano: un interesante e ingenioso debate acerca del “amor ideal”. La “sabia Nyneve” lo describe con las siguientes palabras: “¿Sabes ese temblor de corazón que alguna vez se experimenta en los atardeceres especialmente hermosos, cuando el mundo está en calma y tu estómago lleno, pero notas como un hambre insaciable dentro de ti?”. Estos hallazgos poéticos o metafóricos, o bien conceptuales, abundan a lo largo de la trama novelesca y enriquecen los impecables diálogos. En ellos se evidencia el indiscutible oficio literario de Rosa Montero, así como en el despliegue de menudas historias (por ejemplo, la muy escamoteada del Rey Transparente) y en el perfecto manejo de la acción y de la intriga, que, en los capítulos finales, alcanza dimensión épica y dramática. Los personajes mismos crecen juntamente con la novela: no sólo la protagonista sino también un ser mágico como Nyneve, quien -al igual que el fornido herrero León- se vuelve entrañable, pleno de calidez y de humanidad. Rosa Montero es, sin duda, una narradora sagaz, ágil, amena, y también notable y brillante, que sabe conquistar -para decirlo con una palabra propia de la época guerrera- a toda clase de lectores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario