
"Articular históricamente el pasado no significa conocerlo como realmente ha sido. Significa adueñarse de un recuerdo tal como éste relumbra en un instante de peligro" Walter Benjamin
En 1970 vivíamos con Edy, un compañero entrerriano, en una vieja pensión de calle Rioja casi enfrente de la pizzería Astral. Los dos cursábamos el primer año de Periodismo en una facultad privada, ya que no había equivalentes de esa carrera en la universidad pública. A la noche, entre pizzas de fugazza y de muzarella, rociadas por una botella de vino, solíamos trenzarnos en charlas con otros compañeros, de ribetes polémicos. Si no eran sobre el cine de Godard o las primeras películas de Favio, las charlas eran de naturaleza política.
El ambiente estudiantil estaba caldeado por los estallidos del Rosariazo y el Cordobazo, ocurridos el año anterior, y en nuestro caso además, por el movimiento ascendente de los curas tercermundistas. Era un clima de agitación, donde todo parecía abrirse y conducir a otra cosa. Una noche Pedro, oriundo de Córdoba, cayó con la ocurrencia de sacar una revista en la facultad que recogiera las inquietudes de los estudiantes.
La tapa de la revista –dijo– debería hacerse con hojas de papel de diario, sobre la que se estamparía un sello en rojo: "Prohibido prohibir". Metódico y previsor, Pedro había traído un mono que sacó rápidamente de su valija para ilustrar lo que acababa de proponer. Yo miré el sello rojo con atención preguntándome de dónde me resultaba familiar. Debí hacerlo en voz alta porque enseguida escuché la voz de la compañera Cristina, quien mostraba sus piernas sin quererlo sentada en una de las camas, diciendo: "Es del Mayo Francés, bola..."
l - Son los estudiantes
A comienzos de mayo de l968, los estudiantes parisinos lanzaron un movimiento de protesta por la detención de ocho compañeros que integraban el Comité Nacional de Vietnam. Entre los detenidos figuraba Daniel Cohn Bendit o Dany, el Rojo, quien sería la cabeza más visible del alzamiento. La violenta represión policial realimentó una reacción inusitada de los manifestantes al tiempo que suscitó la adhesión de vecinos y trabajadores, que días después se sumarían a la acción contra el gobierno de De Gaulle con huelgas y ocupaciones de fábricas. El epicentro del movimiento fueron las universidades de Nanterre y La Sorbona. Pintadas inéditas aparecieron en distintos puntos de la ciudad. "La imaginación al poder", "La voluntad general contra la voluntad del general", "Seamos realistas: pidamos lo imposible". Ninguna podía atribuirse a un grupo político establecido. De la rebelión participaron anarquistas, maoístas, trotskistas e incluso alguna tendencia enrolada en el situacionismo, línea de pensamiento que había inaugurada Guy Lebord, autor de "La sociedad del espectáculo". Pero esta suma derivó en un ideario tan veloz como nuevo, que bien podía ubicarse en el campo de la utopía. Sólo que el Mayo Francés supo encarnar la utopía en la acción, consagrando al estudiantado como un sector de vanguardia en la lucha contra el sistema. Este es, a la distancia, un rasgo distintivo. Y sobre él, la impugnación global del capitalismo tardío no sólo en el frente económico y de las relaciones laborales sino en la alienación de la vida cotidiana, el sexo, el consumismo a ultranza y los aparatos burocráticos. Lo que empezó como una protesta terminó como un rechazo al orden instituido y en ese rechazo los estudiantes franceses decían "no" a todo. Esta negatividad sin reparos, potenciada por el mensaje irónico o poético que destilaban muchos graffitis, acercó la revuelta estudiantil a las críticas más ambiciosas de los pensadores de la Escuela de Frankfurt, cuya dialéctica negativa presentaba el dominio del capital como un sistema de dominación integral. No casualmente un hijo dilecto de esa Escuela, Herbert Marcuse, fue señalado como uno de sus inspiradores ideológicos. Más justo sería decir que si las ideas de Marcuse y Debord sobrevolaban los enfrentamientos en las calles de París, lo hacían en forma de adoquines que desalojaban a las fuerzas policiales y de barricadas levantadas para bloquear su avance. Utopía incipiente, lucha espontánea, ideas en actos. El movimiento del 68 fue una llamarada en la historia que se consumió rápidamente y en apariencia no arrojó grandes resultados. Antes de terminar el mes la revuelta había sido conjurada y De Gaulle salió ganancioso en las elecciones anticipadas con más de la mitad de los sufragios. ¿Qué había pasado entonces?
2 - Rompebolas en su tinta
La revista finalmente salió con el nombre de Prohibido Prohibir. La armábamos básicamente Edy yo, con un mimeógrafo que nos prestaban en la facultad, esténciles picados con paciencia y resmas de papel barato. Las colaboraciones eran diversas: iban desde la nota beligerante a las composiciones tipo "Un día en el campo", pasando por las endechas de aspirantes a escritores. Cristina había conseguido un librito que recopilaba las consignas de París 68 y usábamos una para cerrar la última página. Recuerdo la del primer número: "Desabrochen el cerebro tan a menudo como la bragueta". Tal vez por influjo de esa consigna o porque estaba cansado de corregir y picar textos que no eran de mi agrado, al cabo del segundo o tercer número le dije a Edy: "Loco, la revista la hacemos nosotros.
¿Por qué no largamos un número como nos gustaría?". Edy cazó la onda al vuelo y la edición siguiente terminó siendo un carbón encendido que recorría los pasillos de la facultad católica. Al ala derecha de los estudiantes no le interesaba lo que hacíamos pero seguro que les molestaba. Alguien recogió el carbón encendido y lo llevó a Buenos Aires, a la dirección de la UCA. La UCA mandó un veedor o inspector que nos sometió a un diplomático pero minucioso careo. El ala derecha sonreía en los pasillos: por fin los rompebolas dejarían de romper las bolas. Zafamos por un pelito, con la solidaridad de un par de profesores gambas y mi argumento de que habíamos hecho una práctica de periodismo amarillo (El color no era precisamente amarillo pero no cabía otra). Ese mismo año y luego de intervenciones menores, como alguna pintada de madrugada o la participación en un acto relámpago, fui a la primera manifestación que recuerdo. Era un 8 de octubre, aniversario de la muerte del Che, y debíamos concentrarnos frente a la Facultad Tecnológica. Yo había llevado unos ejemplares de Prohibido Prohibir y fue lo primero que perdí. Los perdí al tirarme cuerpo a tierra, en los canteros de la facultad, al escuchar el ulular de un carro de la policía que atravesó el grupo de estudiantes concentrados. Ese día aprendí algo de lo que significaba el miedo a la represión. En principio era un miedo resultante de la intimidación y no tenía que ver con los palos que pudiera recibir o no. Simplemente penetraba en mi cabeza y debía lidiar con él.
3 - El aire de una década
Lo escribí en otra ocasión pero no me molesta repetirlo. Las utopías no se miden por sus resultados. Se miden, si cabe el verbo, por lo que suscitan o provocan, por las ilusiones que generan, por el legado que depositan en la memoria. Cuarenta años después, la utopía que abrió o condensó el Mayo Francés puede verse desde distintos ángulos. Fue, sin duda, la primera expresión política de esa ola joven que agitaba a Occidente desde la década anterior, corporizada en íconos diversos: los antihéroes de James Dean y Marlon Brando en el cine de Hollywood; los blue jeans y las motocicletas; el rock a partir de Elvis; la definitiva irrupción de la música de los Beatles y los Stones. Si "Satisfacción" fue el himno de una generación rockera, "Hombre que pelea en la calle" bien pudo ser la cortina de un telediario de aquellos días.
La idea de lo joven como algo diferenciado del resto de la sociedad se perfila en la segunda post-guerra y su frente inicial es el cultural. Recién en la segunda mitad de los sesenta alcanza la envergadura de una acción política que puede jaquear al llamado "sistema". Las críticas que se hayan lanzado después y las que se esgrimen desde un cinismo actual, tan propio del tercer milenio, no mellan el protagonismo de los jóvenes parisinos en aquella gesta ni su proyección en otros puntos del planeta. En los estudiantes rosarinos que protagonizaron el primer Rosariazo, en los cordobeses que dispararan el estallido del Cordobazo, planea la sombra de la rebelión en Nanterre. Sombra que sostuvo igualmente la consigna: "Obreros y estudiantes, unidos adelante", corporizada aquí y en Francia de un modo fugaz pero recordable. Sin duda, no hablamos de resultados palpables, de cambios efectivos que se puedan registrar en un inventario. Sí puede afirmarse que el mundo no fue el mismo después de las revueltas de mayo. Tal vez porque la rebelión de estudiantes y obreros condensaba aires de cambio que soplaban desde tiempo atrás. En los hippies de San Francisco, en las guerras de liberación en el Tercer Mundo, en los movimientos pacifistas contra la intervención norteamericana en Vietnam. ¿Conexiones distantes? Seguro. Las utopías se alimentan de sueños y suelen trazarse sobre el impulso de unir cosas que, a primera vista, aparecen alejadas.
4 - La rebelión de los hijos
Como expresión política de los jóvenes rebeldes, el movimiento marcó asimismo una brecha profunda con la generación de sus padres. Pequeños burgueses, hijos del confort, rechazaban el confort. Destinados a producir ganancias y a ser piezas de la máquina del consumo, impugnaban a la sociedad consumista. Este es tal vez el dato más característico de la generación sesentista: la ruptura generacional (Esta ruptura ha sido relevada hoy por la conversión de los adultos en jóvenes. En tanto pares de sus hijos, los padres inhiben cualquier posibilidad de revuelta). En términos de Marcuse, lo que los estudiantes impugnaban era el orden unidimensional que se abría para ellos, socialmente respetable pero asentado en relaciones de explotación y una condición alienada, desprovista de los atributos más humanos. En su rechazo de lo establecido, entraban por igual la clase burguesa y sus servidores políticos. También la izquierda burocrática -con el PC francés a la cabeza- y la misma condición del intelectual. Uno de los graffitis menos divulgados y más reveladores rezaba: "Sospecho que Dios es un intelectual de izquierda". No por deshechar la reflexión sino porque ésta debía estar ligada a la acción y a una acción cuyo móvil fuera crear un mundo diferente. Resulta inevitable confrontar estos supuestos con el actual orden de cosas, donde el imperativo mayor es la integración, aún para algunos sectores situados en la periferia de la sociedad.
5- Crítica de la crítica
Toda época puja con la anterior, aunque se alimente de ella, y la actual parece encontrar más de un reparo en la revisión de aquello que ocurrió hace cuarenta años. Originado en jóvenes pequeños burgueses, en un país metropolitano, anárquico y sobredimensionado, son algunas de las críticas vertidas. La sobredimensión, para el análisis histórico, radicaría en el hecho de que al cabo de un mes de enfrentamientos, el Mayo Francés no pudo contabilizar ningún muerto. Como si la muerte fuese indicio o aval de un propósito de cambio o transformación. Un tufillo necrofílico, obligadamente trágico, se desprende de esta lectura, entendible a la luz de lo que nos tocaría vivir luego en el país pero difícil de sostener en relación a los sucesos de entonces. Alguien cita al peruano Bryce Echenique y un cuento suyo, "La más bella muerta del mayo francés", que contrapone la muerte de Richard Widmark en la pantalla de un cine parisino con la ausencia de víctimas fatales en las calles de París. No hubo muertos, es verdad, pero la acción de masas desplegada en ese escenario puso en jaque al gobierno gaullista. Sin perjuicio del valor del relato -que no conozco y no es el punto- hay que estar dotado de un sólido snobismo para incurrir en este tipo de confrontaciones simbólicas.
Puede argüirse que en el fondo, todo no pasó de una representación espectacular destinada a reforzar al régimen. Pero aquí fallarían los críticos por derecha, quienes se ocuparon de marcar la contradicción entre las consignas libertarias y estandartes de presunto cuño totalitario, como las efigies de Mao o el mismo Lenin. Para los estudiantes movilizados, esos íconos representaban símbolos contra el dominio de la burguesía y en tal condición eran levantados. El resto es materia opinable y su lectura será variable según la ubicuidad de quien lo mira. Ubicuidad que parecen necesitar tanto bienpensantes como aggiornados a la hora de hacer memoria o trazar líneas demarcatorias. A ellos habría que recordarles que durante los diez días que conmovieron al mundo -léase revolución soviética- la marcha más cantada no fue la Internacional sino la Marsellesa. Y no porque las tropas bolcheviques hubieran equivocado la partitura sino porque en su imaginario la Marsellesa -himno de una revolución burguesa al fin- seguía siendo un símbolo revolucionario.
6 - El vuelo de una molotov
La escena es de hace unos meses y transcurre una noche de viernes o de sábado, alrededor de la una, en un boliche que frecuento. Miro la pantalla sin volumen del televisor encendido, mientras tomo un café doble (debo ser el único tipo que en ese momento está tomando un café doble). Pasan una película que no logro identificar. Me atraen la textura de la fotografía, los jóvenes desgarbados que aparecen, de rostro pálido y abrigos oscuros, envueltos en bufandas y un aire conspirativo. No lejos de allí aguarda un escuadrón de policías, armados con cascos, escudos y bastones. Hasta que aparece el plano de una botella con un trapo en la boca y mi presunción se confirma: es un cóctel Molotov, el arma casera más difundida entre los estudiantes en pie de lucha. Una botella que contiene nafta y estalla al ser arrojada. A esta altura pienso que la película puede ser "Los soñadores", de Bertolucci. Luego de cambiar dos palabras con un compañero -es lo que recuerdo, al menos- el joven que lleva la Molotov se adelanta unos pasos y la arroja, haciéndola estallar a unos metros del escuadrón. Los uniformados avanzan.
Son los últimos minutos. Luego desfilan los créditos y confirmo que se trata de "Los soñadores". "Rebeldes y soñadores" -corrijo mentalmente. En una charla posterior, alguien me dice que el diálogo que no llegué a escuchar es sobre la conveniencia o no de tomar una actitud ofensiva frente a la policía y el riesgo de generar más violencia. Sin duda, se pueden hacer mil especulaciones sobre la violencia, sus formas y su génesis. Lo que no se puede es ignorar su presencia recurrente en la historia, en un sentido o en el contrario.
Vuelvo a la última escena del film, a la convicción de ese joven que decide desafiar a una fuerza más poderosa, a mis miedos de adolescente. Pienso en los estudiantes rosarinos que en mayo de l969 lograron desalojar del centro de la ciudad a las fuerzas represivas tirando piedras y levantando barricadas.
Si hay que sintetizar los sucesos de Mayo en una línea o una imagen, la síntesis está en el vuelo de esa Molotov a punto de convertirse en llamarada.
Por lo demás, es cierto: el fuego se consumió rápidamente y la imaginación no llegó al poder.
Errata: En el comienzo de la nota "Cabo Polonio", aparecida en el número anterior, donde se lee "y yo debo decir que, que no fui a" debió leerse " y yo debo decir que no, que no fui a". Se aclara entonces que el cronista no es tartamudo, al menos cuando escribe.
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